jaeinnova

Cuaderno de investigación de Leoncio López-Ocón sobre las reformas educativas y científicas de la era de Cajal. ISSN: 2531-1263


Deja un comentario

Isabel Torán Carré y otros alumnos de la Escuela Superior de Ingenieros Agrónomos en el curso 1935-1936

No sabemos mucho de la primera mujer que obtuvo el título de ingeniera agrónoma. Se trata de Isabel Torán Carré, quien logró su graduación nada más acabar la guerra civil en 1939. Hija del ingeniero de caminos Dámaso Torán Garzarán nació en Madrid el 4 de enero de 1914 y falleció en 2007. Su carrera profesional a día de hoy es un enigma como reconoce el autor de la entrada «Las primeras ingenieras agrónomas«, redactada el pasado 29 de enero de 2021, del interesante blog ingenieroarrue.wordpress.com, elaborado por los nietos de Angel Arrúe Astiazarán.

Previamente al inicio de la guerra civil parecía ser una alumna aplicada y entusiasta de la Escuela Superior de Ingenieros Agrónomos, como se deduce de los siguientes hechos.

Por una parte, junto a otros 21 colegas de esa Escuela, se inscribió como participante del II Congreso Internacional de Ingeniería rural que se celebró en la capital de la República española a finales de septiembre de 1935, sobre cuyo desarrollo estoy realizando una breve investigación.

Los otros alumnos que pagaron su cuota de congresistas en ese evento que reunió a un amplio contingente de representantes de la Commission Internationale du Génie rural fueron: Francisco Altimiras Durán, Angel Anós y Díaz de Arcaya (Zaragoza 1914-Madrid 2006), que llegaría a ser catedrático de la Escuela años después, José Aragón Austre, César Benavente Alonso, Fernando Borrego González, Arturo Camilleri Lapeire (1916-2012), considerado uno de los impulsores de la moderna economía agraria en la España de la segunda mitad del siglo XX, tras forjar sus conocimientos en los servicios de Estadística del Ministerio de Agricultura [1], Modesto Domínguez Hernando, Joaquín Dorronsoro Cruz, Florencio Durán García-Pelayo, José Félix Escoriaza y Boix, Ramón Esteruelas Rolando (1907-1994) [2] , José García Benito, Ricardo Grande Covián, quien en la posguerra se especializó en el estudio del saneamiento de terrenos salinos y marismas y sobre su aprovechamiento agrícola, haciéndose cargo entre 1952 y 1972 de la dirección del Instituto Nacional de Colonización en Sevilla [3]; Alfonso Lozano y García Suelto; Manuel Marco Zaldúa; Eduardo Martínez Silva, quien tras estar movilizado durante la guerra en el estado mayor de las fuerzas aéreas republicanas, y recluido en campos de concentración franceses hasta 1942, logró regresar a España el 3 de abril de 1943 [4]; Gregorio Menéndez Martínez; Gabriel Montes Buitrago; Juan Manuel Pazos; José Romero García de Quevedo; Salvador Ruiz Berdejo Solóniz, quien llegaría a ser director del instituto nacional de denominaciones de origen entre 1971 y 1979.

Por otro lado, la voz de Isabel Torán, aunque de manera tenue, apareció en un singular reportaje del científico periodista José S. Gallego-Díaz en el diario El Sol a finales de marzo de 1936 sobre la Escuela Superior de Ingenieros Agrónomos, en el que además de exponer el plan de estudios que se impartía en ese centro docente- del que dí cuenta en la entrada anterior de ese blog (ver aquí)- y ofrecer otro tipo de informaciones se animó a recoger las opiniones de tres alumnos. José S. Gallego-Díaz hizo esa escueta encuesta porque le parecía «interesante saber lo que los mismos alumnos opinan de su profesión, de los métodos de enseñanza que se siguen en la Escuela, de los propósitos que enarbolan para el ejercicio de sus actividades en el futuro». Estas fueron sus respuestas.

         Angel Anós y Díaz de Arcaya – que años después llegaría a ser catedrático de la Escuela- es estudiante de cuarto curso. Nos habla con entusiasmo, y a través de sus palabras se advierte un espíritu juvenilmente rebelde, dotado de una inteligente capacidad crítica.

         – ¿Qué opina usted de los métodos de enseñanza seguidos en la Escuela?

         – Lo que más me agrada de la enseñanza en nuestra Escuela es la confianza existente entre profesores y alumnos. A este régimen, en el cual, aun dentro de la mayor disciplina, el profesor es un amigo, creo que se debe el desconocerse entre nosotros los desagradables incidentes tan frecuentes, por desgracia, en otros centros docentes. En cuanto a sistema de enseñanza, creo que la gran cantidad de conocimientos que se han de abarcar en nuestra profesión aconseja su radical modificación. Soy partidario de que se establezcan dos ciclos en nuestros estudios. El primero sería de carácter general y comprendería cuatro cursos, de los que el último habría de realizarse forzosamente en una granja escuela, con el fin de establecer un ancho contacto con los problemas reales de nuestra agricultura. A continuación vendrían dos cursos de especialización en alguna disciplina, de amplitud bastante considerable, de las que como ejemplo cito Economía, Ingeniería rural, Ciencia del suelo, Industrias agrícolas, Zootecnia, Patología vegetal, Fitotecnia, etc. De esta forma se evitaría la excesiva acumulación de asignaturas que actualmente invade los cursos y que impide profundizar debidamente en ellas.

         Y finalmente –nos dice –, no quiero desaprovechar la ocasión para expresar mi repulsa por el método de aprobación de las asignaturas, corriente no sólo entre nosotros, sino en toda la enseñanza española: el examen. Se suele tomar por vicio de mal estudiante el quejarse de ellos; no me tengo por tal, y creo que no sirve en absoluto para juzgar el grado de conocimiento de los alumnos, sino en su facultad de “embotellar” en la noche anterior al examen lo que han de olvidar al día siguiente

         -¿ Qué horizontes ve usted para el ejercicio de la profesión?

         – La labor del ingeniero agrónomo es inmensa. Baste decir que es el técnico superior del aprovechamiento de nuestro suelo por los cultivos y la ganadería. Señalo lo de la ganadería porque es ella un procedimiento de aprovechamiento del suelo, como lo es el de sembrarlo de trigo, sin que pueda separarse jamás de la explotación por medio de las plantas, mal que les pese a los veterinarios, cuyo oficio es solamente curar a los animales cuando están enfermos, pero no explotarlos cuando están sanos. En un país de economía fundamentalmente agrícola como el nuestro, esto quiere decir que el ingeniero agrónomo debe ser el verdadero rector de la economía nacional. El ha de ser quien imponga la profunda modificación que en muchos aspectos requiere nuestro agro, pues es quien tiene más elementos de juicio para conocerlo. Así, por ejemplo, es a nuestro Cuerpo a quien corresponde la dirección de entidades que como las Confederaciones, transforman de modo tan radical la economía rural, y así se evitarían fracasos como el de muchas obras de riego que admirablemente proyectadas desde el punto de vista del ingeniero de Caminos, no tienen más que un defecto, su inutilidad, por llevar el agua a terrenos que no sirven para el riego o en los que resulta antieconómica la implantación del regadío. Es, pues, el ingeniero agrónomo el que ha de ser el verdadero espíritu vivificador que anime a un grandioso plan económico que sin duda, en fecha próxima, acompañará al movimiento de nuestra resurrección ante el mundo, como nación, después de cuatro siglos de marasmo. 

         – ¿Cómo entiende usted que han de resolverse las cuestiones socialagrarias?

         – El problema socialagrario no existe en singular en España. Quiero decir que son muchos problemas distintos los que se plantean, sin tener parecido los de unas regiones con los de otras. Desde el extremo del latifundio andaluz o extremeño hasta el del minifundio gallego, asturiano o vasco, la gama es extensísima. No cabe, pues, que en breves palabras, y por persona desprovista de toda autoridad, se intente concretar soluciones. Si he de hacer constar mi creencia de que es necesaria una más justa distribución de la propiedad, que sólo un concepto cristiano de la misma es capaz de realizar, apartándose igualmente del capitalismo injusto y del comunismo, que destruye la injusticia, pero destruyendo al que la sufre. Creo en el derecho de propiedad, del que se deriva toda iniciativa, y por tanto, todo progreso; pero creo que como todo derecho es condicionado, también él debe serlo a la justicia y a la prosperidad nacional, y que a quien lo goza no con uso, sino con abuso, se le debe privar de él, del mismo modo que se priva al criminal del arma, con que cometió el delito. 

         Terminamos de hablar con este muchacho y sentimos que el entusiasmo de este alumno, el ansia y el afán por crear una España mejor, no cundan, por desgracia, entre nuestra población estudiantil.

         A Félix Moreno de la Cova , activo presidente de la Asociación Profesional de Alumnos de la Escuela de Ingenieros Agrónomos, – y que sería alcalde de Sevilla en la década de 1960 tras haber sido oficial del ejército rebelde durante la guerra civil- le sorprendemos en un grupo en donde se discute de graves problemas políticos. La voz del presidente, ecuánime y meditada, apaga las estridencias con la juridicidad de sus razonamientos. No contesta a nuestras preguntas, no sin antes aludir a sus urgentes quehaceres.

         Coincide con el Sr. Anós en lo que se refiere a la modificación del actual sistema de exámenes. 

         –Las prácticas- nos dice-, si bien se efectúan con abundancia, no son, a mi juicio, suficientes; no bastan ellas para la completa formación agronómica de los alumnos; hace falta una visión más completa. Los alumnos, al salir de la Escuela, conocen cómo deben hacerse las cosas, saben montar perfectamente una explotación agropecuaria modelo o proyectar una obra cualquiera de ingeniería general; pero desconocen la situación real de la agricultura española, y precisamente de esta situación, buena o mal, hemos de partir para modificarla. Conviene que el ingeniero, al salir, sepa que el dinero en el campo es caro y que no se puede pensar en gastar sumas muy grandes en los secanos españoles, porque se está expuesto al fracaso, que si bien la tendencia natural es convertir los cultivos extensivos en intensivos, no se debe ir tan de prisa que se tropiece; no dejarse subyugar excesivamente por la motorización, que si es un gran adelanto, tiene muchos inconvenientes…En fin, no despreciar por sistema los métodos de explotación tradicionales de cada región, que tienen, sí, algo de rutinería, pero también un mucho de experiencia. Al encargarse de una explotación es preferible mejorar, modificando lo que existe, que alterar totalmente el sistema. Precisamente en todos los órdenes de la vida humana el hombre constructor se distingue del destructor en que el primero, partiendo de lo que existe, lo mejora y perfecciona, y en cambio, el segundo empieza deshaciendo todo y en eso se queda, aunque tenga la idea de construir después.

         Señala asimismo la conveniencia de que la Escuela explotara directamente una gran finca, en la cual los alumnos pudieran estar internos para profundizar en las raíces de la economía agrícola

         Preguntamos:

         – ¿Cómo valora usted el movimiento socialagrario?

         Y el Sr. Moreno de la Cova nos contesta:

         – Partamos de la base de que en los países secos es siempre preferible, desde un punto de vista técnico, la gran explotación a la pequeña, y ésta sólo es factible con éxito en los países húmedos y en los regadíos. Podría aducir, para probar este aserto, multitud de razones y datos experimentales. Por ello, la genuina reforma agraria española debiera orientarse ante todo, y casi exclusivamente, hacia el colocar familias campesinas en los regadíos, donde por la variedad de productos y la seguridad de las cosechas se vive a cubierto de muchos de los riesgos del campo. Hay que tender a crear muchos propietarios y darles independencia económica. El Instituto de Reforma Agraria debiera ser un organismo fundamentalmente técnico, con autonomía completa, economía robusta y absoluta libertad de movimientos; es decir, una poderosa institución de colonización agraria que pudiera comprar, parcelar, dar fincas a los Sindicatos para su explotación colectiva, etcétera. Hacer en cada caso lo que aconsejara el conocimiento técnico y el buen sentido social, independizándose de las situaciones políticas; precisamente lo contrario de lo que hoy ocurre.

         Nos despedimos de D. Félix Moreno de la Cova, andaluz y ganadero, a cuya gestión admirable se debe el cursillo organizado por la Asociación sobre las distintas funciones del ingeniero agrónomo, y cuya iniciativa y actividad fomenta las numerosas e instructivas excursiones de los alumnos, las ediciones de libros y revistas y en general cuanto tienda a completar o extender la cultura de los futuros ingenieros.

         En un laboratorio de Química saludamos a Isabel Torán Carré, primera mujer que en España va a lograr el título de ingeniero agrónomo. A nuestras preguntas contesta así:

         – Creo que el papel de la mujer en la cultura moderna no es imitar las actividades del hombre, sino crear otras nuevas, específicamente femeninas. En nuestra carrera tiene la mujer grandes horizontes, principalmente en la experimentación, que yo creo es lo más apropiado a sus aptitudes.

Isabel Torán en una fotografía de 1940, poco después de graduarse como la primera ingeniera agrónoma española. En aquel momento era vicetesorera de la ANIA o Asociación Nacional de Ingenieros Agrónomos.
La fotografía procede del fondo fotográfico del Archivo de la ANIA y es comentada en la p. 307 del libro de Juan Pan-Montojo, Apostolado, profesión y tecnología. Una historia de los ingenieros agrónomos en España

         Al terminar su reportaje José S. Gallego-Díaz anunció a sus lectores su intención de continuarlo con otras Escuelas Especiales. Que sepamos no pudo cumplir tal pretensión pues semanas después se produjo el golpe de Estado que cortocircuitó el despegue científico-técnico que se estaba produciendo en la España republicana.


[1] José María Sumpsi, catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid efectúa una necrología, reproducida en http://www.joaquinolona.com

[2] Su papel en el impulso y desarrollo de obras hidráulicas y de regadíos en Aragón, sus trabajos en el CSIC donde llevó a cabo proyectos y publicaciones sobre genética vegetal y mejora de plantas, y su labor en organismos internacionales como la OCDE son evocadas por Vicente Martínez Tejero, “Esteruelas Rolando, Ramón”. Biota (Zaragoza) 1907-Zaragoza 1994, en DBE. Y por el académico numerario de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Zaragoza Juan A. Marín Velázquez en www.raczar.es

[3] Carlos Barciela López, “Grande Covián, Ricardo”. Colunga (Asturias) 1910-Sevilla 2001. En Diccionario Biográfico de la Academia de la Historia.

[4] Las peripecias de ese joven ingeniero agrónomo, nacido en Aracena en 1910 y fallecido en Huelva en 1985, durante su experiencia en los campos de concentración del sur de Francia son expuestas en el sitio web todoslosnombres.org. por Jesús Ramírez Copeiro del Villar. 


1 comentario

La formación de los ingenieros en la España republicana: el caso de los agrónomos

Una cuestión poco abordada por la historiografía aún es el del papel de los ingenieros durante la Segunda República española.

Defensores de proyectos tecnocráticos para solucionar los problemas que tenía que afrontar la sociedad española suscitaron la desconfianza de los representantes políticos de las fuerzas conectadas con el movimiento obrero. Pero por otro lado los gobernantes necesitaban de su concurso para abordar los heterogéneos problemas que tenía que afrontar el régimen republicano, desde la nueva ordenación del territorio mediante una eficaz política de obras públicas a la resolución de la adecuada gestión de los recursos naturales.

Fuese cual fuese la opinión que se tuviese sobre las orientaciones políticas de las poderosas corporaciones profesionales en las que se agrupaban los ingenieros sí había un acuerdo general acerca de sus capacidades técnicas y su alta cualificación intelectual. Así en una de sus habituales colaboraciones en el diario El Sol José Castillejo llegaría a afirmar en su primera página el domingo 17 de mayo de 1936, refiriéndose a los ingenieros, «que ocupan la más alta jerarquía en la vida intelectual de España; porque van a la ingeniería los jóvenes de mayor talento y hace selección rigurosa».

Esa rigurosa selección se hacía en la Escuela Superior de Ingenieros Agrónomos, ubicada en terrenos de La Moncloa en Madrid, donde se estaba construyendo la Ciudad Universitaria en los años republicanos, de la siguiente manera:

Para ingresar en ella con carácter de alumno oficial era necesario poseer el título de bachiller y aprobar, mediante un examen ante Tribunales formados con profesores de la Escuela, los siguientes grupos de asignaturas:

         Cultura general.- Los ejercicios versaban sobre Gramática, composición de temas, Geografía, Historia de España y de la civilización mundial y Lógica.

         Tras superar esa prueba el alumno tenía que examinarse de estas otras asignaturas:

         Biología general.- Constaba de diversos ejercicios, teóricos y prácticos, escritos y orales, siendo también indispensable la aprobación de ese grupo para poder pasar a presentarse a examen de los de Matemáticas.

         Primer grupo de Matemáticas formada por ejercicios de Aritmética, Geometría, Algebra y Trigonometría rectilínea.

         Segundo grupo de Matemáticas con ejercicios de  Geometría analítica, Cálculo diferencial, Trigonometría esférica y Algebra superior.

         Idiomas. Francés e inglés.

         Dibujo. Lineal acotado y de aplicación a las ciencias naturales. 

Superados esos ejercicios, que requerían una ardua preparación, se ingresaba en la Escuela donde había que aprobar seis cursos, con la siguiente distribución de asignaturas:

         Primer curso.- Física general, Técnica micrográfica, Química general, Mineralogía y Geología agrícolas, Zoología general, Botánica general y agrícola, Geometría descriptiva y sus aplicaciones, Cálculo integral y sus aplicaciones al cálculo de probabilidades y estadístico.

         Segundo curso.- Cosmografía, Climatología y Edafología, Topografía, Fotogrametría y Geodesia, Mecánica racional aplicada a máquinas y construcciones, Química orgánica, Economía política y social, Botánica descriptiva, Idioma alemán (primer curso).

         Tercer curso.- Química analítica, Fisiología vegetal y animal, Genética, Bioquímica, Microbiología, Termodinámica, Motores y máquinas agrícolas, Construcción general y agrícola, Electrotecnia general y agrícola, Idioma alemán (segundo curso).

         Cuarto curso.- Herbicultura, Praticultura y Horticultura, Hidráulica general y agrícola, Química agrícola y Análisis agrícola, Aroboricultura, Viticultura y Selvicultura, Zootecnia general, Entomología agrícola.

         Quinto curso. Patología vegetal y su terapéutica, Enología e industrias similares y derivadas, Elayotecnia, azucarería, industrias de la leche y de primera transformación de los productos agrícolas y del ganado, Economía, Valoración y contabilidad agrícola, Derecho administrativo, Estadística y catastro agrícola, Legislación, Zootecnia especial y Patología animal, Ingeniería sanitaria, Proyectos.

         Sexto curso Agricultura comparada, Parques y jardines, Cultivo de plantas tropicales y medicinales, Vías y transportes agrícolas, Proyectos generales y especiales de ingeniería agronómica.

         Finalizada la carrera, los alumnos debían presentar un proyecto general de explotación o de ingeniería agronómica en el que se abarcaban diferentes sectores de los estudios cursados como Fitotecnia, Hidráulica, Construcción, Ganadería, Electrotecnia, etcétera.

         Tal proyecto constituía el último ejercicio, a modo de reválida de la carrera.  Además de los estudios mencionados, la Escuela que en el curso 1935-1936 estaba dirigida por el catalán Carmelo Benaiges, organizaba a menudo cursos de ampliación en los cuales, además de alguna cuestión fundamental de ciencia pura, se estudiaban determinados aspectos relacionados con asuntos económicos, impartidos por catedráticos, ingenieros especializados y expertos de los estudios agrícolas.

Carmelo Benaiges de Aris
Clase de máquinas hidráulicas, dirigida por el profesor Carmelo Benaiges en 1929

Para saber más:

Juan Pan-Montojo, Apostolado, profesión y tecnología. Una historia de los ingenieros agrónomos en España, Madrid, B & H Editores-Asociación Nacional de Ingenieros Agrónomos, 2005.

Alberto Losada Villasante, Leonor Rodríguez Sinobas, Raúl Sánchez Calvo, Luis Juana Sirgado, «Una pequeña historia alrededor del espacio de hidráulica y riegos en la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Madrid», en Biblio 3W. Revista bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales (Serie documental de Geo Crítica), Universidad de Barcelona, ISSN: 1138-9796. vol. XI, nº 678, 30 de septiembre de 2006.

Jara Muñoz Hernández, «La Escuela de Ingenieros Agrónomos en La Florida-Moncloa: los orígenes de la Ciudad Universitaria de Madrid». Tesis doctoral. ETS Arquitectura. Universidad Politécnica de Madrid. 2020. https://doi.org/10.20868/UPM.thesis.65305

Jara Muñoz Hernández, «De la Fábrica de Porcelana a la Escuela de Agrónomos de Madrid», en Revista de Humanidades, nº 41, 2020, pp. 61-87. Ver aquí

Y el interesante blog sobre el ingeniero agrónomo Angel Arrúe construido por sus nietos en https://ingenieroarrue.wordpress.com/indice/