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Cuaderno de investigación de Leoncio López-Ocón sobre las reformas educativas y científicas de la era de Cajal. ISSN: 2531-1263

A propósito de un sello sobre la escuela de Cajal: son los que están pero no están todos los que son

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El 20 de diciembre de 2023 se ha presentado en el Colegio Oficial de Médicos de Madrid un sello homenaje a la Escuela Neurohistológica Española y a Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón-Navarra 1 mayo 1952-Madrid 17 octubre 1934), cuyos integrantes pertenecieron a tres grupos generacionales.

En el sello aparecen al lado de quien fuera premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1906 cinco discípulos directos: su hermano Pedro Ramón y Cajal, (Larrés [Huesca]- 1854-Zaragoza 1951), quien fue su más antiguo discípulo además de notable esperantista; el naturalista salmantino Domingo Sánchez Sánchez (Fuenteaguinaldo [Salamanca] 1860-Madrid 1947) quien fue su más importante colaborador en el terreno de la indagación de la textura del sistema nervioso de los invertebrados; el más destacado de sus discípulos directos Jorge Francisco Tello (Alhama de Aragón [Zaragoza] 1880- Madrid 1958), profesor auxiliar de su cátedra de histología y anatomía patológica desde 1905 y su sucesor en ella desde 1926, director del Instituto Nacional de Higiene entre 1920 y 1934, y director también del Instituto Cajal entre 1934 y 1939 cuando fue destituido de ese cargo por los vencedores de la guerra civil; Fernando de Castro Rodríguez (Madrid 1896-Madrid 1967), quien ganó la cátedra de histología y anatomía patológica de la Universidad de Sevilla en 1933, si bien fue agregado al Instituto Cajal dos años después, convirtiéndose en una de las máximas autoridades mundiales sobre la génesis y la textura de los ganglios del simpático periférico; el aragonés Rafael Lorente de Nó (Zaragoza 1902-Tucson, Arizona 1990), quien en 1931 aceptó el ofrecimiento de trabajar como neurohistólogo en el Central Institute for the Deaf, de St. Louis en Missouri, trasladándose cinco años más tarde -en 1936- al Instituto Rockefeller, de Nueva York, donde se convirtió en un relevante neurofisiólogo, sobre todo en el campo de las sinopsis neuronales.

También le acompañan en el sello tres grandes especialistas en la investigación neurohistológica, en cuyas obras Cajal influyó decisivamente. Uno de ellos fue Nicolás Achúcarro (Bilbao 1880-Neguri/Guecho [Vizcaya] 1918), a quien Cajal dedicó una emotiva necrológica en el seno de la Sociedad española de Biología, reproducida por la revista España, cuando la dirigía José Ortega y Gasset, y que he insertado en mi edición crítica de Los tónicos de la voluntad de Cajal en la editorial Gadir, cuya quinta edición acaba de aparecer [pp. 363-370]. En ella Cajal resaltó que Achúcarro «reunía a la honrada laboriosidad del vascongado, la disciplina metódica del alemán y la fina y comprensiva crítica del inglés». Otro fue el castellano Pío del Río Hortega (Portillo [Valladolid] 1882-Buenos Aires 1945), quien tras la muerte de su maestro Achúcarro pasó a colaborar con Cajal, con quien mantuvo unas relaciones tormentosas como expone en su texto autobiográfico El maestro y yo al que he prestado atención recientemente en diversas páginas de mi libro El cénit de la ciencia republicana. Los científicos en el espacio público (curso 1935-1936) cuando analicé el momento en el que la JAE le nombró heredero científico de Cajal, allá por octubre de 1935. Completa el panel de los representados en el sello «Homenaje a la Escuela Neurohistológica Española» el neurólogo y psiquiatra madrileño Gonzalo Rodríguez Lafora (Madrid 1886-Madrid 1971), quien organizó una importante exposición de arte psicopatológico expuesta en Madrid en el otoño de 1935 y en Barcelona en la primavera de 1936 como ha analizado recientemente Pedro José Trujillo en las páginas de la revista Asclepio y de las que me hice eco también en las páginas de El cenit de la ciencia republicana.

Estos tres últimos investigadores formaron en cierta medida un grupo diferenciado del tronco principal de los colaboradores directos de Cajal. Este lo reconoció en cierta medida en su necrológica de Achúcarro cuando afirmó: «Persuadido yo, sin embargo, de sus envidiables dotes docentes, logré, no sin vencer grandes resistencias, obligarle a regentar una plaza de auxiliar numerario en la Facultad de Medicina, en espera de la cátedra de Neuropatología, en la cual sus grandes talentos hubieran hallado empleo adecuado y florecimiento espléndido. En este empeño de asociarle a la noble misión del magisterio, me secundó, sin reservas, la Junta de Ampliación de Estudios, que puso bajo la dirección de Achúcarro, excelente Laboratorio destinado a orientar a los candidatos a pensión y a retener y adiestrar a su regreso a los pensionados más sobresalientes. De que nuestros vaticinios se cumplieron, da elocuente testimonio la brillante escuela fundada en muy pocos años por el joven maestro; de ella son honra y prez: Rodríguez Lafora, del Río Hortega, Sacristán, Calandre, Gayarre, Fortún y otros varios todavía en fase de formación«. 

Fue el temprano fallecimiento de Achúcarro en 1918 el que produjo que varios de sus discípulos se integrasen en la escuela de Cajal. Por tal razón este cuando la Academia de Ciencias le otorgó la medalla Echegaray en 1922 enumeró hasta a 22 integrantes de su escuela, según nos ha recordado recientemente Cristina Calandre (ver aquí). En ese listado se encuentran dos investigadoras: la doctora australiana Laura Forster (1858-1917) y Manuela Sierra (1900-1988), cuyas aportaciones han sido destacadas recientemente junto a las de otras mujeres que colaboraron con Cajal y su escuela.

Con el paso de los años alguno de los presentes en esa lista, como fue el caso de Pío del Río Hortega, se emanciparon de la tutela del maestro y formaron a su vez su propia escuela como vamos a exponer en sucesivas entradas de esta bitácora, y como ya destacara Isaac Costero en el obituario que le dedicó en las páginas de la revista Ciencia (ver aquí).

Autor: Leoncio López-Ocón

Historiador. Investigador del Instituto de Historia del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC. Madrid.

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