jaeinnova

Cuaderno de investigación de Leoncio López-Ocón sobre las reformas educativas y científicas de la era de Cajal. ISSN: 2531-1263


Deja un comentario

A propósito de un sello sobre la escuela de Cajal: son los que están pero no están todos los que son

El 20 de diciembre de 2023 se ha presentado en el Colegio Oficial de Médicos de Madrid un sello homenaje a la Escuela Neurohistológica Española y a Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón-Navarra 1 mayo 1952-Madrid 17 octubre 1934), cuyos integrantes pertenecieron a tres grupos generacionales.

En el sello aparecen al lado de quien fuera premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1906 cinco discípulos directos: su hermano Pedro Ramón y Cajal, (Larrés [Huesca]- 1854-Zaragoza 1951), quien fue su más antiguo discípulo además de notable esperantista; el naturalista salmantino Domingo Sánchez Sánchez (Fuenteaguinaldo [Salamanca] 1860-Madrid 1947) quien fue su más importante colaborador en el terreno de la indagación de la textura del sistema nervioso de los invertebrados; el más destacado de sus discípulos directos Jorge Francisco Tello (Alhama de Aragón [Zaragoza] 1880- Madrid 1958), profesor auxiliar de su cátedra de histología y anatomía patológica desde 1905 y su sucesor en ella desde 1926, director del Instituto Nacional de Higiene entre 1920 y 1934, y director también del Instituto Cajal entre 1934 y 1939 cuando fue destituido de ese cargo por los vencedores de la guerra civil; Fernando de Castro Rodríguez (Madrid 1896-Madrid 1967), quien ganó la cátedra de histología y anatomía patológica de la Universidad de Sevilla en 1933, si bien fue agregado al Instituto Cajal dos años después, convirtiéndose en una de las máximas autoridades mundiales sobre la génesis y la textura de los ganglios del simpático periférico; el aragonés Rafael Lorente de Nó (Zaragoza 1902-Tucson, Arizona 1990), quien en 1931 aceptó el ofrecimiento de trabajar como neurohistólogo en el Central Institute for the Deaf, de St. Louis en Missouri, trasladándose cinco años más tarde -en 1936- al Instituto Rockefeller, de Nueva York, donde se convirtió en un relevante neurofisiólogo, sobre todo en el campo de las sinopsis neuronales.

También le acompañan en el sello tres grandes especialistas en la investigación neurohistológica, en cuyas obras Cajal influyó decisivamente. Uno de ellos fue Nicolás Achúcarro (Bilbao 1880-Neguri/Guecho [Vizcaya] 1918), a quien Cajal dedicó una emotiva necrológica en el seno de la Sociedad española de Biología, reproducida por la revista España, cuando la dirigía José Ortega y Gasset, y que he insertado en mi edición crítica de Los tónicos de la voluntad de Cajal en la editorial Gadir, cuya quinta edición acaba de aparecer [pp. 363-370]. En ella Cajal resaltó que Achúcarro «reunía a la honrada laboriosidad del vascongado, la disciplina metódica del alemán y la fina y comprensiva crítica del inglés». Otro fue el castellano Pío del Río Hortega (Portillo [Valladolid] 1882-Buenos Aires 1945), quien tras la muerte de su maestro Achúcarro pasó a colaborar con Cajal, con quien mantuvo unas relaciones tormentosas como expone en su texto autobiográfico El maestro y yo al que he prestado atención recientemente en diversas páginas de mi libro El cénit de la ciencia republicana. Los científicos en el espacio público (curso 1935-1936) cuando analicé el momento en el que la JAE le nombró heredero científico de Cajal, allá por octubre de 1935. Completa el panel de los representados en el sello «Homenaje a la Escuela Neurohistológica Española» el neurólogo y psiquiatra madrileño Gonzalo Rodríguez Lafora (Madrid 1886-Madrid 1971), quien organizó una importante exposición de arte psicopatológico expuesta en Madrid en el otoño de 1935 y en Barcelona en la primavera de 1936 como ha analizado recientemente Pedro José Trujillo en las páginas de la revista Asclepio y de las que me hice eco también en las páginas de El cenit de la ciencia republicana.

Estos tres últimos investigadores formaron en cierta medida un grupo diferenciado del tronco principal de los colaboradores directos de Cajal. Este lo reconoció en cierta medida en su necrológica de Achúcarro cuando afirmó: «Persuadido yo, sin embargo, de sus envidiables dotes docentes, logré, no sin vencer grandes resistencias, obligarle a regentar una plaza de auxiliar numerario en la Facultad de Medicina, en espera de la cátedra de Neuropatología, en la cual sus grandes talentos hubieran hallado empleo adecuado y florecimiento espléndido. En este empeño de asociarle a la noble misión del magisterio, me secundó, sin reservas, la Junta de Ampliación de Estudios, que puso bajo la dirección de Achúcarro, excelente Laboratorio destinado a orientar a los candidatos a pensión y a retener y adiestrar a su regreso a los pensionados más sobresalientes. De que nuestros vaticinios se cumplieron, da elocuente testimonio la brillante escuela fundada en muy pocos años por el joven maestro; de ella son honra y prez: Rodríguez Lafora, del Río Hortega, Sacristán, Calandre, Gayarre, Fortún y otros varios todavía en fase de formación«. 

Fue el temprano fallecimiento de Achúcarro en 1918 el que produjo que varios de sus discípulos se integrasen en la escuela de Cajal. Por tal razón este cuando la Academia de Ciencias le otorgó la medalla Echegaray en 1922 enumeró hasta a 22 integrantes de su escuela, según nos ha recordado recientemente Cristina Calandre (ver aquí). En ese listado se encuentran dos investigadoras: la doctora australiana Laura Forster (1858-1917) y Manuela Sierra (1900-1988), cuyas aportaciones han sido destacadas recientemente junto a las de otras mujeres que colaboraron con Cajal y su escuela.

Con el paso de los años alguno de los presentes en esa lista, como fue el caso de Pío del Río Hortega, se emanciparon de la tutela del maestro y formaron a su vez su propia escuela como vamos a exponer en sucesivas entradas de esta bitácora, y como ya destacara Isaac Costero en el obituario que le dedicó en las páginas de la revista Ciencia (ver aquí).


Deja un comentario

El Instituto Nacional del Cáncer en los inicios de 1930

Al comenzar el año de 1930 diversos diarios informaron de tres cursos organizados por el Instituto Nacional del Cáncer o Instituto Nacional de Oncología -también denominado en aquella época Instituto Príncipe de Asturias para el estudio y el tratamiento del cáncer- que dirigía desde 1922 el cirujano José Goyanes Capdevila. (1876-1964).

Tales cursos se llevarían a cabo en el denominado Pabellón de Experimentación de la Liga Española contra el Cáncer que funcionaba desde 1924. Esta asociación está siendo estudiada actualmente por Berta Echániz Martínez y Eduardo Bueno Vergara, quienes recientemente han presentado en el simposio internacional «El problema social del cáncer: institucionalización, estrategias y narrativas contemporáneas«, celebrado el 23 y 24 de noviembre de 2023 en la Universidad Miguel Hernández de Elche, la comunicación titulada «La Liga Española contra el Cáncer: oligarquías, medicina y sociedad»

Se organizaron de la siguiente manera

Un curso de diagnóstico histopatológico de los tumores estaría a cargo del doctor Luis Rodríguez Illera (1883-1948) quien dispondría de la colaboración de los doctores Manuel Pérez-Lista (1901-1988) y Rafael Ibáñez González (1902-1971), quienes -como ya se comentó en una entrada anterior- obtuvieron en la primavera de 1933, junto a Isaac Costero, plazas de ayudante en esa institución científica.

La matrícula del curso que se celebraría entre el 20 de enero y el 12 de abril de 1930 estaba limitada a las 16 primeras inscripciones, y se desarrollaría por las mañanas, entre las 11 y las 14 horas. Los inscritos habían de pagar 250 pesetas, una cantidad apreciable de dinero.

Un curso práctico de análisis bioquímicos de sangre , orina y productos patológicos y serología del cáncer, a cargo del doctor Francisco Martinez Nevot (1), -quien meses después durante el primer bienio republicano llegaría a ser secretario de la Comisión Permanente de Investigaciones Sanitarias impulsada por Marcelino Pascua (2)- con la colaboración de los doctores Carrero, San Román y Robles. Tendría la misma duración que el anterior, entre el 20 de enero y el 12 de abril. También se desarrollaría entre las las 11 y 14 horas de todos los días laborables. El número máximo de alumnos, quienes harían por sí mismos las técnicas propuestas, serían diez, quienes tenían que abonar también como derechos de inscripción 250 pesetas.

Y un curso de investigación cancerológica, a cargo del doctor Pío del Río-Hortega (1882-1945), quien se encontraba en un momento de intensa productividad. Para ese curso ese relevante neurocientífico tenía previsto contar con el apoyo de sus colaboradores como el profesor Abelardo Gallego Canel, -que tenia por entonces cincuenta años, y que fallecería el 3 de febrero de 1930 pocos días después del anuncio de ese curso- (3) y los doctores Juan Manuel Ortiz Picón (1903-1995) e Isaac Costero, (1903-1979), estrecho colaborador suyo durante catorce años como se comentó en otra entrada anterior de esta bitácora.

Los asistentes a ese curso efectuarían estudios monográficos sobre citología tectónica de los tumores e interpretación patogénica y cáncer experimental, así como sobre tumores de diversos órganos y aparatos en relación con las especialidades.

Las matrículas estaban limitadas a 10 alumnos. A diferencia de los cursos anteriores los participantes en él trabajarían todos los días laborables cuatro horas -en lugar de tres- por las mañanas, de 10 a 14 horas.

Sus derechos de inscripción eran de 25 Pts mensuales para gastos de material y pequeños animales de experimentación.

Para solicitar las inscripciones en estos cursos era preciso ser médico, veterinario o farmacéutico o estudiar los últimos cursos de esas carreras.Las solicitudes para optar a ellos tenían que dirigirse al director del Instituto Nacional de Oncología (Pabellón de Experimentación), ubicado en la Moncloa madrileña, hasta el día 18 de enero de 1930.

(1). En 1926 el editor Javier Morata, en su serie médica, le había publicado Métodos microquímicas de investigación de la sangre y humores, con prólogo de José Goyanes, obra de 136 páginas que sistematizaba los contenidos del curso práctico de análisis microquímica de la sangre y humores que impartía en el Instituto Príncipe de Asturias para el estudio y tratamiento del cáncer.

(2) Hizo un balance de esa labor en «La Comisión Permanente de Investigaciones Sanitarias». Revista de Sanidad e Higiene Pública, 1933; 8/6, pp. 645-652.  

(3) Le dedicaron sendas necrológicas Pío del Río Hortega, «Muerte de un sabio. Don Abelardo Gallego», El Sol,4 de febrero de 1930 e Isaac Costero, «El profesor Abelardo Gallego», en Archivos Españoles de Oncología 5, cuaderno 2, (1930), pp. 195-199. 


2 comentarios

La admiración de Isaac Costero por Pío del Río Hortega

Durante el año 2023, que se va, me he encontrado con Isaac Costero (Burgos 1903-Ciudad de México 1980) en varias ocasiones a lo largo de las investigaciones que he efectuado sobre Germán Somolinos (Madrid 1911-Ciudad de México 1973), cuyos papeles conservados por su familia he tenido la oportunidad de investigar en estos meses pasados, como expuse en el homenaje que le brindamos en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC el pasado 18 de octubre de 2023 cuando presentamos el sitio web Germán Somolinos d’Ardois: memoria de un médico exiliado.

Esos dos médicos republicanos, nacidos en momentos diferentes, compartieron en su exilio mexicano trabajos y afanes, y forjaron en tierras americanas una sólida amistad como se deduce de las necrológicas que dedicara Costero a Somolinos, publicada una de ellas en el volumen 43 de los Archivos del Instituto Nacional de Cardiología de México accesible aquí.

Pero casi tres décadas antes -en 1945- en sus primeros años de exiliado ya Isaac Costero, quien dio numerosas pruebas de tener una ágil memoria como se constata en su excelente autobiografía Crónica de una vocación científica que publicara en México en 1977, tuvo que hacer otra despedida. En ese caso a quien había sido su maestro durante catorce años consecutivos en el Laboratorio de Histopatología de la JAE dirigido por Pío del Río Hortega, -como resalta en el texto que se presenta a continuación- y también su jefe por unos meses -antes de acceder a su cátedra de Histología y Anatomía Patológica de la Universidad de Valladolid en 1934- en el Instituto Nacional del Cáncer, donde Costero obtuvo una plaza de ayudante en la primavera de 1933 junto a Manuel Pérez Lista y Rafael Ibáñez González. Esa institución sería dirigida por Pío del Río Hortega durante la mayor parte del período republicano.

Como en los próximos meses voy a sumergirme, junto a Alba Calzado, quien está gozando una beca JAE intro de introducción a la investigación en el Instituto de Historia del CSIC, bajo mi tutoría, en el estudio del Congreso Internacional de Lucha científica y social contra el cáncer celebrado en Madrid a finales de octubre de 1933, la labor de Pío del Río Hortega en esa lucha y las conexiones con sus colaboradores me resultan de especial interés.

Por ello me ha parecido relevante la necrológica que dedicara Isaac Costero a su maestro y jefe en las páginas de la revista Ciencia, el portavoz de la diáspora científica republicana –como ya he explicado en otros lugares– en julio de 1945, pocos días después de la muerte en tierras argentinas de ese gran histopatólogo que fue Pío del Río-Hortega, candidato al premio Nobel varias veces, como explicaré en otras entradas de esta bitácora, y al que he dedicado gran atención en diversas partes de mi reciente libro El cénit de la ciencia republicana. Los científicos en el espacio público (curso 1935-1936).

A continuación se ofrece el mencionado texto de Isaac Costero sobre su admirado Pío del Río-Hortega.

Pío del Río-Hortega en 1933.
(Archivo digital Pío del Río-Hortega)

In Memoriam. El Dr. Pío del Río-Hortega por Isaac Costero

            El día 1º de junio último falleció en Buenos Aires el Dr. Pío del Río-Hortega. Tenía allí a su cargo, desde que la guerra le desplazó de Europa, un laboratorio de Histopatología patrocinado por la Institución Cultural Española, en el que recibía sus inagotables enseñanzas y realizaba importantes trabajos de investigación un selecto grupo de médicos argentinos.

             Pocos investigadores contemporáneos han alcanzado el justo prestigio de solidez y originalidad científicas como lo logró Río-Hortega desde su juventud. Inició los trabajos histológicos al lado de un entusiasta discípulo de Ranvier, el venerable Dr. Leopoldo López García, profesor de muchas generaciones en la Facultad de Medicina de Valladolid. Después de un breve intento de ejercicio profesional a la sombra de su pintoresco castillo familiar, el Dr. Río- Hortega fue a Madrid a trabajar en el laboratorio que entonces dirigía Don Santiago Ramón y Cajal en el Museo de Velasco y del que irradiaban al mundo los trabajos más importantes de la época sobre arquitectura del sistema nervioso.

            Al lado de Achúcarro, el malogrado investigador en el campo de la Neurología, Río-Hortega comenzó a desarrollar ampliamente sus maravillosas dotes de técnico (“Varias modificaciones al método de Achúcarro”, Bol. Soc. esp. Biol., 1916). Incontables días de apasionantes tanteos dieron como primer resultado importante el hallazgo de una sustancia, simple en su obtención, pero misteriosa en su constitución química y en sus propiedades como detectora de estructuras histológicas (“Un nuevo método de investigación histológica e histopatológica”. Bol. Soc. españ. Hist. Nat., 1918).  Esta sustancia -el carbonato de plata amoniacal-, representa el genio de un incomparable investigador, condensado en forma de dócil reactivo.  En manos de cualquier otro histopatólogo, es un líquido incoloro que se reduce sobre los tejidos manchándolos con burdos precipitados y que deja fácilmente huellas coloreadas en los dedos y en las ropas de quienes inesperadamente lo manejan. Como Río-Hortega, su creador, el carbonato de plata amoniacal solo es amigo de quien le quiere comprender. No se amolda a la rutina de los ayudantes técnicos, en quienes descansa habitualmente todo el trabajo manual en los laboratorios de Histopatología; necesita de dedos ágiles manejados por un cerebro perspicaz y acucioso, dedos que hayan visto la suave precisión de los de Río-Hortega, cerebro que haya captado las estimulantes ideas del sabio histólogo español.

            Entonces el carbonato de plata amoniacal demuestra con las más bellas imágenes lo que el deseo del investigador solicita de él. Es suficiente variar el tiempo de la fijación formólica de los tejidos, el tratamiento previo de los cortes con algún mordiente, la duración en la permanencia o la temperatura del reactivo, la concentración o el grado de agitación del reductor, para poner de manifiesto ora las más delicadas apariencias del armazón cromático, ora los protoplasmas más refractarios a la coloración con anilinas, ora las neurofibrillas, las células neuróglicas, la microglía, la oligodendroglia, las epiteliofibrillas normales o patológicas, los centrosomas, las bandas de cierre, los pigmentos lipoideos, las melaninas y sus sustancias predecesoras, etc. (“Coloración rápida de tejidos normales y patológicos con carbonato de planta amoniacal”, Bol. Soc. esp. Biol. 1919; “Una sencilla técnica para teñir rápidamente neurofibrillas y fibras nerviosas”. Bol. Soc. españ. Hist. Nat., 1921 [pp. 364-371] “Varias técnicas selectivas para la tinción del tejido conectivo reticular”. Ídem, 1925 [pp. 204-201]; “Manera sencilla de teñir epiteliofibrillas y ciertos retículos protoplásmicos de difícil demostración”.  Idem 1926 [pp.107-113]; “Fundamentos y reglas de una técnica de impregnación férrica, aplicable especialmente al sistema retículo endotelial”, Ídem, 1927 [pp. 372-383]; “ Innovaciones útiles en la técnica de coloración de la microglía y otros elementos del sistema macrofágico”. [pp.199-210] Idem., 1927; y otros muchos datos aparecidos en la mayor parte de sus restantes monografías).

            Tan grande era la ductilidad del carbonato de plata en manos de Río- Hortega que ni él mismo consideraba suficientemente seguro que alguna vez se agotaran sus posibilidades. Por eso retrasó siempre lo que le era tan solicitado: escribir un trabajo donde se encontrasen reunidas las múltiples variantes que le habían servido para realizar sus más conocidos descubrimientos. Sólo cuando sintió llegar la enfermedad que ha paralizado su fecundo cerebro, se decidió a escribir concretamente sobre sus técnicas, labor que ha terminado mientras luchaba con el dolor y la consunción en el voluntario y hermético aislamiento en el que quiso pasar los últimos meses de su vida. (“El método del carbonato argéntico. Revisión general de sus técnicas y aplicaciones en Histología normal y patológica”. Arch. Histol. normal y patológica, 1943-1944).

            Docenas de investigadores de todo el mundo acudieron al modesto laboratorio de la Residencia de Estudiantes de Madrid con el ánimo de desentrañar los misterios de técnica tan genial y fecunda. Y pronto descubrieron todos ellos que el reactivo y su autor eran igualmente sencillos; hasta confundirse en una misma cosa, y partían hablando ya para siempre de “el carbonato” y de “don Pío”, frases ambas envueltas en un halo de afectuosa cordialidad. Ninguno pudo dominar la técnica sin alcanzar al mismo tiempo la amistad del maestro, ni nadie logró hasta ahora mejorar aún en el detalle los resultados técnicos del reactivo ni las ideas que ellos despertaron en la mente del creador.

            Río-Hortega tenía una destacada personalidad de artista. Su arte se manifestó de manera excepcional y en medio poco común, pero sus incontables horas de trabajo lo fueron de la actividad artística más pura. Artistas fueron sus mejores amigos; todas las obras de arte merecían su decidida admiración; decantado arte se desprende de sus maravillosos dibujos, realizados a veces en cortos minutos, el pincel saltando con inquietud de inspiración verdadera del guache al papel; admiración de artista le permitía contemplar sin descanso sus preparaciones e interpretarlas con tan asombrosa precisión; amor de artista tenía por su obra y la indignación, a veces graciosa por lo infantil, que le producían sus plagiarios y contradictores, sólo se encuentra semejante en almas de artistas verdaderos. Su extensa capacidad de observación, su afinidad hacia el detalle que a todos escapa, la finura de su crítica, el afecto que sentía por los objetos e instrumentos de trabajo, son otras tantas manifestaciones de su temperamento hipersensible, que se manifestó en forma de un paternal cariño hacia quienes tuvimos la fortuna de ser sus discípulos.

            No es éste el momento oportuno para detallar sus descubrimientos. Río- Hortega miraba todo con ojos propios; unos ojos que parecían distintos a los demás y que veían mucho más y diferentes cosas en las mismas estructuras que habían sido ya objeto de minuciosas requisiciones por expertos investigadores. Esta genialidad en la apreciación de las imágenes morfológicas, sumada a la habilidad técnica, dio resultados asombrosos. En 14 años consecutivos que trabajé a su lado, cada día ví al menos una cosa nueva, aprendí un artificio técnico y escuché de sus labios un concepto original. De contados maestros podrá decirse algo parecido. Lo publicado por Río- Hortega, aun siendo mucho, no es sino lo fundamental de sus descubrimientos, aquello que su rigurosa autocrítica y su tradicional pereza para escribir le permitían confiar a la a pluma.

            La originalidad de las ideas de Río-Hortega se manifestaba en todos los momentos y, entre otras cosas no menos extraordinarias, en ésta: nunca le vi consultar un libro o una monografía antes de emprender un trabajo; al contrario que casi todos los investigadores, buscaba la información necesaria a la publicación de sus descubrimientos cuando ya su criterio referente al problema estaba firmemente establecido sobre la base de sus observaciones personales. La inspiración brotaba del mismo, nunca de opiniones expresadas por otros; aún más, la lectura de las opiniones ajenas le solía exasperar porque a menudo les encontraba el defecto, realmente fundamental en un investigador, de repetir lo ya dicho otras veces por quienes observaron los hechos con más material y en primer lugar, únicos en quienes disculpaba errores de interpretación. He aquí el motivo, para muchos ignorado, de que Río-Hortega no haya escrito nunca un libro de texto o un tratado general. Esta clase de obras, cuya necesidad y mérito él no discutió jamás, quedaban fuera de su temperamento; todo su trabajo es original y jamás se avino a escribir lo que, como él mismo decía, ya estaba escrito.

             Pero, si no toda su obra, sí debemos citar aquí, al menos brevemente, los trabajos que le han dado más fama referentes a la microglía, a la neuroglia, a la epífisis y a los tumores cerebrales.

            La microglía, el llamado tercer elemento de los centros nerviosos, era totalmente desconocida en su real naturaleza antes de los trabajos de Río- Hortega, y a él debemos todo lo que hoy se sabe acerca de su morfología, origen y función. Como ya es del dominio de los especialistas, la microglía está formada por pequeñas células dotadas de prolongaciones arborescentes delicadas y muy espinosas, que se reparten en todos los territorios del sistema nervioso central; proceden del mesodermo, tienen movimientos amiboideos muy activos e intensa capacidad fagocitaria, durante la cual tienden a perder sus prolongaciones originando las llamadas células en bastoncito y cuerpos granuloadiposos. Estas actividades se manifiestan con especial intensidad en los procesos patológicos del encéfalo y singularmente en los de naturaleza inflamatoria.

            El descubrimiento de la microglía data de 1919 y las monografías originales correspondientes pueden encontrarse en el tomo IX del Boletín de la Sociedad española de Biología (“El tercer elemento de los centros nerviosos: I. La microglía en estado normal. II. Intervención de la microglía en los procesos patológicos. III Naturaleza probable de la microglía. IV, Poder fagocitario y movilidad de la microglía”). Todavía hay otros tres trabajos fundamentales sobre el tema: “La microglía y su transformación en células en bastoncito y cuerpos gránuloadiposos”. (Trab. Lab. Invest. Biol. Univ. Madrid, 1920; “El tercer elemento de los centros nerviosos; histogénesis y evolución normal, éxodo y distribución regional de la microglía” (Mem. Soc. españ. Hist. Nat., [tomo XI] 1921 [pp. 213-268 y 16 láminas), y “Lo que debe entenderse por tercer elemento de los centros nerviosos” (Bol. Soc. Españ. Biol., 1924).  El hallazgo de la microglía surgió de las variantes a las técnicas del carbonato de plata con las que es posible teñir los protoplasmas y se basan en la fijación breve de los tejidos, en la impregnación rápida en soluciones concentradas de plata y en la reducción en agitación continua. La microglía se tiñe en condiciones similares a como lo hacen los macrófagos fijos y libres de los demás tejidos y, en realidad, representa el sistema macrofágico de los centros nerviosos.

            La neuroglia genuina fue objeto de largos y fecundos análisis por parte de Río-Hortega. Su descubrimiento más importante en este campo es, sin duda, el de la neuroglia interfascicular, con escasas prolongaciones aferradas a las vainas meduladas de las fibras nerviosas, a la que llamó oligodendroglia. Esta variedad de neuroglia fue primero entrevista con técnicas similares a las que pusieron de manifiesto a la microglía. Más tarde, encontró Río-Hortega una modificación al método de Golgi del cromato de plata. por la que pudo determinar exactamente la morfología y la distribución de la oligodendroglia; nuevas variantes al método del carbonato pusieron recientemente en evidencia la oligodendroglia de los ganglios sensitivos y simpáticos. La información bibliográfica original sobre este tema se extiende desde 1921 a 1943 (“Estudios sobre la neuroglia; la glía de escasas radiaciones (oligodendroglia), Bol. Soc. españ. Hist. Nat., [pp.63-92], 1921: ¿Son homologables la glía de escasas radiaciones y las células de Schwann?”, Bol. Soc. españ. Biol., 1922; “Tercera aportación al conocimiento morfológico e interpretación funcional de la oligodendroglia”, Mem. Soc. españ. Hist. Nat., [tomo XIV, pp. 5-122], 1928; “Investigaciones sobre la neuroglia de los ganglios sensitivos y simpáticos” en colaboración con Prado y Polak, Arch.Hist. normal y patol, 1943). Además se ocupó de “La verdadera significación de las células neuróglicas llamadas amiboides”. (Bol. Soc. españ. Biol., 1918), de “Algunas observaciones sobre la neuroglia perivascular” (Bol. Soc. españ. Hist. Nat., [pp. 184-204]1925), del “Condrioma y granulaciones específicas de las células neuróglicas” (Idem, [pp. 34-55] 1925) y de “La neuroglia normal: conceptos de neurogliona y de angiogliona” (Arch. Histol. normal y patol. 1943).

            Sobre la glándula pineal los trabajos de Río-Hortega deciden claramente la morfología de las células parenquimatosas (“Constitución histológica de la glándula pineal”. Libro en honor de don Santiago Ramón y Cajal, 1922), establecen el contenido del parénquima epifisario en elementos neuróglicos genuinos (“Substratum neuróglico”, Arch. Neurobiol., 1929) y descubren en las células parenquimatosas verdaderos granos de secreción (“Actividad secretora de las células parenquimatosas y neuróglicas”, Arch Neurobiol., 1929).

            A la estructura de los tumores cerebrales ha dedicado dos gruesas monografías fundamentales (“Para el mejor conocimiento histológico de los meningoexoteliomas”, Arch. españ. Oncol., 1930, y “Anatomía microscópica de los tumores del sistema nervioso central y periférico”, Ponencia al Congreso Internacional del Cáncer, 1933) y otras menores en extensión, pero de conocimiento básico para los especialistas en la materia, tales como “Nueroblastomas” (Bol. Acad. Med., Buenos Aires, 1940), “Estudio citológico de los neurobifromas de Recklinghausen” (Arch. Histol. normal y patol, 1943), “Sincitio y diferenciaciones citoplásmicas de los meningoexoteliomas” (en colaboración con Prado y Polak, Idem, 1943) y “Contribución al conocimiento citológico de los oligodendrogliomas” (Idem, 1944). Según estos trabajos, los neurospongiomas no existen tal como fueron concebidos en los últimos años y los meduloblastomas no son tumores de naturaleza indefinida por demasiado embrionaria, sino neuroblastomas genuinos. La forma de las células en los tumores del sistema nervioso central, de conocimiento indispensable para establecer un diagnóstico exacto, sólo se pueden poner de manifiesto en la actualidad con el carbonato de plata amoniacal. La diferenciación entre los glioblastos y los neuroblastos tampoco puede establecerse sin el conocimiento de las técnicas y de las ideas de Río-Hortega.

            Libros y monografías escritas en todos los idiomas contienen, repetido en muchas páginas, el nombre del original investigador español junto a sus descubrimientos y expresivas ilustraciones. El nombre de Río-Hortega ha quedado vinculado para siempre al de algunas publicaciones científicas de relieve singular punto. Los Boletines de las Sociedades españolas de Biología y de Historia Natural, en los que vertió lo más selecto de sus trabajos, así como los Archivos españoles de Oncología, de Madrid, y los Archivos de Histología normal y patológica, publicados en Buenos Aires, de los que fuera fundador. Ninguna de estas dos últimas publicaciones ha contado larga existencia; la primera resultó interrumpida por la guerra, pero la última no debe quedar abandonada por la muerte del maestro. Todos los que fuimos sus discípulos estamos obligados a mantener en ella el nombre de Río-Hortega y es de esperar el apoyo más eficaz para ello, tanto del grupo de colaboradores argentinos como de la Institución Cultural Española; aquellos y ésta han dado buenas pruebas de su amor al trabajo científico, a la ciencia de habla española y al Dr. Pío del Río-Hortega, y mantendrán, sin duda, con la constante contribución de quienes estamos repartidos ahora por todo el mundo, los archivos en los que tanto amor y trabajo puso nuestro maestro.

             Río-Hortega quiso a su Patria con amor desinteresado de niño, con entrega incondicional de amante. Varón con espíritu de una pureza que, a fuer de singular, resultó incomprendida para algunos; hombre para quien las palabras amistad y patriotismo tenían su más elevado sentido, se entregó de lleno a su trabajo y a su país. Allí dirigió durante muchos años el Laboratorio de Histología Normal y Patológica que la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas le confió en la Residencia de Estudiantes, al mismo tiempo que se ocupaba de la dirección del Instituto Nacional de Oncología. Por sus discípulos y por su Patria recorrió las más famosas universidades del mundo y París, Berlín, Praga, Leyden, Bruselas, México, Montevideo, Santiago de Chile y Buenos Aires escucharon sus conferencias y cursos técnicos en diversas ocasiones. Por su país solicitó entrar en el acribillado Instituto de Oncología, entre el tupido fuego de las armas germanas, a rescatar el radio y los instrumentos transportables en tan duras condiciones, que depositó en el Banco de España. Por su desgraciada Patria renunció a puestos brillantes y bien remunerados que le ofrecieron cuando salió de ella y de la que nunca quiso apartarse.

            Nada en el mundo podía ser comparado en la castiza imaginación del sabio, a su terruño natal. Ese terruño de arcilla rojiza de la que con tanto trabajo obtiene el campesino castellano su miserable sustento y cuya lejanía en la hora de la muerte ha debido ser para tan gran patriota el más duro de sus muchos sufrimientos. Ese terruño barrido por todos los vientos y azotado por todos los climas, que algún día no lejano habrá de acoger definitivamente sus restos como, sin duda, acogió ya sus últimos y más amados pensamientos

Isaac COSTERO

Ciencia, vol. VI, nº 5-6, 1945, 10 de julio de 1945, pp. 193-197