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Cuaderno de investigación de Leoncio López-Ocón sobre las reformas educativas y científicas de la era de Cajal. ISSN: 2531-1263


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Leonardo Martín Echeverría, profesor aspirante del Instituto-Escuela de la JAE

El próximo viernes 28 de abril impartiré una conferencia en la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce de Segovia en el marco del interesante ciclo coordinado por José Luis Mora García acerca de la labor desempeñada por personalidades segovianas o vinculadas con Segovia en el exilio. Debido a mis investigaciones sobre Leonardo Martín Echeverría que he dado a conocer fundamentalmente en tres trabajos, dos de ellos dedicados a la editorial Atlante en la que Martín Echeverría publicó su principal obra España: el país y los habitantes poco después de llegar a México como exiliado político, y otro a su estancia en Segovia como catedrático de su instituto, durante la década de 1920.

Ahora lo que quiero subrayar es que su larga experiencia como enseñante de las materias de Geografía e Historia las inició en ese extraordinario centro educativo que fue el Instituto-Escuela, impulsado por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) , cuyo decreto fundacional publicado el 11 de mayo de 1918, lo redactó José Castillejo como mostré en otro trabajo, publicado en Ciencia e innovación en las aulas. Centenario del Instituto-Escuela (1918-1939), accesible aquí

Él fue -cuando tenía 24 años pues había nacido en Salamanca en 1894- uno de los primeros profesores seleccionados para formarse como docente del Magisterio Secundario, pues el Instituto-Escuela se concibió como un instrumento de formación de un plantel de docentes que renovasen los métodos y contenidos de una anquilosada enseñanza secundaria.

En efecto, en las memorias de la JAE correspondientes al curso 1918-1919 se señala que para cumplir con el artículo 45 del Reglamento del Instituto-Escuela la JAE abrió durante ese curso cuatro secciones de las nueves previstas para formar a los aspirantes al denominado Magisterio Secundario.

Esas secciones fueron:

la Primera o Preparatoria, de estudios elementales, dirigida por la profesora normal María de Maeztu Whitney

la Segunda, de Lengua y Literatura castellanas y Lengua y Literatura modernas, dirigida por el catedrático de la Universidad Central Ramón Menéndez Pidal

la Quinta, de Matemáticas, dirigida por el catedrático de la Universidad Central Julio Rey Pastor

y la Séptima que agrupaba a las Ciencias naturales, Fisiología, Higiene y Agricultura, dirigida por el también catedrático de la Universidad Central Ignacio Bolívar.

Como esa innovadora experiencia educativa estaba dando sus primeros pasos se decidió limitar el número de aspirantes admitidos. Entre los elegidos se encontraba Leonardo Martín Echeverría, cuyo nombre aparece en un listado de personas que desempeñarían en el futuro notables servicios en la docencia y en la investigación. He aquí quienes conformaron la primera promoción de profesores aspirantes al Magisterio secundario del Instituto-Escuela, indicándose entre paréntesis las fechas de su nombramiento. Fueron 11 varones y 5 mujeres

Juana Moreno Sosa (12 noviembre 1918)

María Sánchez Arbós (12 noviembre 1918)

Samuel Gili Gaya (12 noviembre 1918)

Agustín Millares (12 noviembre 1918)

María Luisa G. Dorado (12 noviembre 1918)

Leonardo Martín Echeverría (12 noviembre 1918)

José Mª Ramos Loscertales (12 noviembre 1918)

Ruperto Fontanilla (12 noviembre 1918)

Rosa Herrera Montenegro (12 noviembre 1918)

Gonzalo Pérez Casanova (12 noviembre 1918)

Leoncio Gómez Vinuesa (12 noviembre 1918)

Antonio Graner Molero (12 noviembre 1918)

María de las Nieves González Barrio (12 noviembre 1918)

Juan Cuesta Urcelay (12 noviembre 1918)

José Vallejo (14 enero 1919)

Antonio Marín (8 abril 1919)

Sus funciones, bosquejadas en el Real decreto y Reglamento del Instituto y en las Instrucciones aprobadas por la Junta, fueron objeto de ensayos y tentativas, que se consolidaron unas veces y otras se rectificaron. También la Memoria de la JAE apuntó que tales profesores aspirantes se encargaron de cursos completos y continuos, bajo la dirección y el consejo y guía de los catedráticos respectivos, «de tal modo que el aspirante adquiere el sentido de responsabilidad de su trabajo, sin más limitación que la de estar obligado a pedir y recibir consejos».

Además se alentó a esos profesores a que frecuentasen los laboratorios y centros de estudio dependientes de la JAE para «ampliar y elevar su cultura» y se les expuso la conveniencia de asistir a las clases de Pedagogía que se impartían en la Universidad y en la Escuela Superior del Magisterio y al breve ciclo de conferencias sobre Pedagogía que impartió en el Instituto-Escuela María de Maeztu.

Según la escueta información que aparece en su hoja de servicios, existente en el Archivo General de la Administración, -que curiosamente está certificada en algún momento de 1919 por el secretario interino de la JAE y del Instituto-Escuela de Segunda Enseñanza Gonzalo Jiménez de la Espada – Leonardo Martín Echeverría en ese curso 1918-1919 se hizo cargo de las clases de Geografía, donde posiblemente estuvo tutorizado por el catedrático Juan Dantín Cereceda, y se vinculó al Centro de Estudios Históricos de la JAE, donde no sabemos qué labores desempeñó.

Toda esa experiencia acumulada en esos meses le sería de suma utilidad para encarar las duras pruebas -el cuestionario se componía de 223 temas- de las oposiciones a la cátedra de Geografía e Historia de los Institutos de Segovia y Las Palmas que se celebraron durante el primer cuatrimestre de 1920. Tras superarlas con éxito, recién cumplidos 26 años, se inició una nueva etapa en la vida de Leonardo Martín Echeverría.

Para saber más sobre Leonardo Martín Echeverría ver mis trabajos

«Antonio Jaén Morente y Leonardo Martín Echeverría: dos catedráticos innovadores en el Instituto de Segovia”. En Educación, cultura y sociedad. Génesis y desarrollo de un proyecto reformista (Coords. José Luis Mora y Miriam Sonlleva). Tomo IV de La Universidad Popular Segoviana. Antecedentes, historia y protagonistas.Tomo IV de La Universidad Popular Segoviana. Antecedentes, historia y protagonistas, Segovia, Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, 2020, pp. 347-372

“Atlante en el exilio: actores y etapas de una editorial republicana hispano-americana” en El exilio español del 39 en México. Mediaciones entre mundos, disciplinas y saberes, editores Antolín Sánchez Cuervo y Guillermo Zermeño, México, DF, El Colegio de México, 2014, pp. 63-100. Accesible aquí

«La editorial Atlante: claves de una iniciativa cultural de los republicanos españoles exiliados” en Laberintos. Revista de estudios sobre los exilios culturales españoles, vol. 15, 2013, pp. 129-155. Accesible aquí


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El encuentro de humanistas y científicos de la JAE y de la editorial Calleja en la Revista General hace un siglo

El 1 de diciembre de 1917, el mismo día en el que salió el primer número del diario El Sol, -en el que fijé mi atención en la anterior entrada de esta bitácora (ver aquí) y sobre el que volveré a lo largo de los próximos meses- nació otra publicación, efímera, pero que revela el dinamismo cultural y científico de la sociedad española de hace un siglo.

Me refiero a la Revista General, cuyas características son las siguientes, según la Biblioteca Nacional de España que tiene incorporada esta publicación en su magnífica Hemeroteca Digital:

Publicación quincenal vinculada a la Casa Editorial de Saturnino Calleja, en cuya sede madrileña se indica su lugar de edición, y en la que se van a a dar cita una serie de especialistas en literatura, arte (pintura y escultura), historia y arqueología, filosofía y psicología, derecho, agricultura y ciencias (matemáticas y astronomía), con artículos, críticas y ensayos de alta cultura, pero con la intención de no estar dirigidos también a especialistas sino a orientar al público en general, tal como se señala en su articulo de presentación. La revista aparecerá los días 1 y 15 de cada mes, en números de 34 páginas, compuesta a dos columnas, desde el uno de diciembre de 1917 hasta el 15 de noviembre de 1918, formando una colección de 24 entregas.

En sus páginas convergieron un grupo de humanistas y divulgadores científicos singulares.

Entre los primeros encontramos a cualificados investigadores y creadores vinculados mayoritariamente al Centro de Estudios Históricos de la JAE, que tenía por entonces su sede en unas dependencias de la Biblioteca Nacional, mayoritariamente treintañeros, pertenecientes a la Generación de 1914.  Destacan en ese grupo el filólogo Américo Castro (n. 1885) , a quien le gustaba estar en todas las salsas, el historiador y gran ensayista mexicano Alfonso Reyes (1889) que se encontraba exiliado en Madrid desde 1914,  -y que se hizo responsable en sus inicios de la influyente Hoja de El Sol dedicada a la Historia y a la Geografía-,  los historiadores del arte malagueños Ricardo de Orueta (n.1868) -considerado el político español del siglo XX que más ha hecho por el patrimonio artístico de nuestro país gracias a las iniciativas que adoptó siendo Director general de Bellas Artes durante la Segunda República, y cuya obra sobre el escultor Berruguete acababa de publicar con mimo la editorial Calleja-  y José Moreno Villa (n. 1887), conocido sobre todo por su obra literaria y pictórica, quien vivía en la Residencia de Estudiantes de la JAE desde 1917 como residente-tutor. Próximos a esos humanistas se encontraban el filósofo Manuel García Morente (n. 1886), catedrático de Ética de la Universidad Central de Madrid, y estrechamente vinculado por aquellos meses a tareas educativas en la Residencia de Niños y Niñas de la Residencia de Estudiantes de la JAE y el crítico literario Enrique Díez-Canedo (n.1879), de orígenes extremeños, muy activo en aquel tiempo también en la dominical Hoja Literaria de El Sol, y quien simultaneaba sus clases de Historia del Arte en la Escuela de Artes y Oficios con las de Francés en la Escuela Central de Idiomas.

Entre los segundos cabe destacar al siquiatra Gonzalo Rodríguez Lafora, que también era el encargado de la Hoja de El Sol dedicada a la Biología y Medicina, y otros autores que nos resultan hoy desconocidos, -Manuel Rosillo, Tomás de Martos, C. de Sevilla, Rodrigo Caro de Valbuena, Fernando Baró, probablemente vinculados a las tareas de extensión cultural que promovía la editorial Calleja, especializada en la edición no sólo de obras literarias, sino de libros de texto, cuidadosamente ilustrados. Esta labor fue resaltada por un equipo de historiadores de la educación, coordinado por Julio Ruiz Berrio, en el libro de 2002 La Editorial Calleja, un agente de modernización educativa en la Restauración, editado por la UNED, como se explica en este video.

La importancia de la editorial Calleja en la historia de la educación y de la cultura española es indudable. Los datos son elocuentes. En 1899 publicó 3,4 millones de volúmenes de 875 títulos, y llegó a tener en su catálogo más de mil títulos en 1911 que llegaron a ser 2.289 en 1930, de los que eran cuentos menos de la mitad. En el resto destacaba una célebre colección de libros de medicina.

 

 

 

 

Hubo un momento importante en la historia de esta editorial que nos ofrece claves para entender por qué nació a finales de 1917 la Revista General. A falta de investigaciones ulteriores cabe poner en relación este acontecimiento con el hecho de que los hijos de Saturnino Calleja, el fundador de la editorial, poco después del fallecimiento de su padre, nombraron en 1916 director literario de nuevas ediciones a Juan Ramón Jiménez, y crearon la colección Obras de Juan Ramón Jiménez, además de encargar a su esposa Zenobia Camprubí la traducción de quince cuentos.  De ahí que fuese en 1917 cuando la editorial Calleja publicó la edición completa de Platero y yo y  el Diario de un poeta recién casado que Juan Ramón dedicó a Rafael Calleja, uno de los dos nuevos propietarios de la editorial. Esta obra fue una de las predilectas de Juan Ramón y en ella se encuentra este hermoso poema que no me resisto a reproducir:

Cielo

Se me ha quedado el cielo
en la tierra, con todo lo aprendido,
cantando, allí.

Por el mar este
he salido a otro cielo, más vacío
e ilimitado como el mar, con otro
nombre que todavía
no es mío como es suyo…

Igual que, cuando
adolescente, entré una tarde
a otras estancias de la casa mía
—tan mía como el mundo—,
y dejé, allá junto al jardín azul y blanco,
mi cuarto de juguetes, solo
como yo, y triste…

JRJ, Diario de un poeta recién casado

Es muy posible que como colofón de un año de especial creatividad en la vida del futuro premio Nobel Juan Ramón Jiménez -en el que él y Zenobia vieron la publicación de sus traducciones de cuatro obras del escritor bengalí Rabrindanath Tagore (El jardinero, La cosecha, Pájaros perdidos El cartero del rey)- se animase a impulsar la creación de una revista cultural, financiada por su amigo Rafael Calleja y su hermano Saturnino Calleja Gutiérrez. Para su organización en los aspectos materiales parece ser que contó con la ayuda inestimable del espíritu emprendedor de ese gran crítico literario que fue su amigo Enrique Díez-Canedo, quien también en 1921 le ayudó en la realización de la revista Indice. Tiempo después, ya en la Segunda República, Enrique Díez-Canedo dirigió  la revista de la Sección Hispano-Americana del Centro de Estudios Históricos  de la JAE Tierra Firme, antes de ser embajador de la República Española en las repúblicas del Uruguay y ya en tiempos de guerra de la Argentina. Buen conocedor de la riqueza de las letras hispánicas pronunció al ingresar en la Real Academia Española en 1935 un brillante discurso titulado Unidad y diversidad de las letras hispanas que fue contestado por el gran fonetista Tomás Navarro Tomás, compañero luego de exilio de Enrique Díez-Canedo en tierras americanas.

Conviene fijarse en la personalidad y en la trayectoria del humanista pacense Enrique Díez-Canedo y Reixa (1879-1944) porque él fue el único de los colaboradores de la Revista General que publicó artículos en todos sus números, señal de su compromiso con esa empresa cultural derivada probablemente de su amistad con Juan Ramón Jiménez. Su primer artículo, como se verá en el sumario que se reproduce líneas abajo, versó sobre el teatro -en ese momento él ejercía la crítica teatral en el diario El Sol– pero sus restantes colaboraciones se orientaron, impulsado por su apertura mental y su cosmopolitismo liberal, a una presentación de las literaturas contemporáneas europeas, en concreto de las de Bélgica, Portugal, Rusia, Italia, Dinamarca, Rumanía, Bohemia, Suecia, Hungría, Holanda, Polonia y Grecia. También dedicó una colaboración a la literatura hebrea y seis a la española -tres de ellas a la castellana, y otras tres a la catalana. Por otro lado tradujo en 1917  Las fábulas de La Fontaine para la editorial Calleja, que las ilustró con grabados y láminas en colores de T. C. Derrick.

Enrique Díez-Canedo y los demás colaboradores de la Revista General hicieron un notable esfuerzo comunicador por verter sus conocimientos de manera clara en búsqueda de un público al que deseaban orientar para navegar con criterio en un océano de información que ya por aquel entonces era considerable, y donde la especialización creciente de los saberes hacía perder la perspectiva de conjunto, al fragmentarlos. Dado que nadie podía, ni puede, acceder a toda la información a su alcance el equipo de Revista General puso sobre sus hombros la tarea de orientar el gusto de un público creciente interesado en estar al tanto de los avances de los conocimientos, fuesen científicos o humanísticos.  Que lo lograran no lo sabemos pues carecemos de noticias sobre su impacto cultural.

Pero sí conocemos sus propósitos fundacionales que fueron estos, publicados en la primera página de su primer número del sábado 1 de diciembre de 1917.

Suelen las revistas hacerse por especialistas y para especializados. En lo primero coincide esta REVISTA GENERAL con sus colegas. No así en lo segundo. Pretendemos llamar precisamente al público no versado, no profesional de cada disciplina. El habitual lector de revista busca en ella la quintaesencia de una teoría, la última palabra de un estudio, lo posterior a todos los libros, lo demasiado menudo o reciente para buscarlo en los tratados. Esta REVISTA no excluye de su programa las últimas palabras; pero procurará que, cuando las diga, esté expresa o implícita la primera.

Más que para el que «haya leído todos los libros», escribiremos para el que se proponga empezarlos y quiera que le orienten.

Nos proponemos vulgarizar, instruir, completar culturas.

Nuestra época es de especialización, pero es también de universalidad; y si todos quieren limitarse para dominar profundizando, todos necesitan estar al corriente en las materias ajenas a la ocupación diaria.

Nadie puede hoy leerlo todo; nadie puede excusarse de saber de todo.

A estos problemas apunta nuestro deseo al publicar la REVISTA GENERAL. De cómo empezamos a enfocarlos, son muestras las páginas que siguen. El favor del público marcará después los límites en que han de ir desarrollándose nuestros planes, que son amplios y que nos parecen beneficiosos para la cultura española.

A nuestros colegas dirigimos un saludo muy cordial.

Para hacernos una idea de cómo intentaron materializar los promotores de la Revista General sus propósitos reproduzco a continuación los sumarios de los dos primeros números, publicados a lo largo del mes de diciembre de 1917, hace ahora un siglo.

Sumario nº 1. 1 diciembre 1917

Propósitos.- LITERATURA : A. Palacio Valdés, Confidencia; E. Díez-Canedo, Divagaciones teatrales; Leser, Los clásicos: Virgilio; Virgilio, Fragmentos de La Eneida, y de las Geórgicas.- ARTE: Ricardo de Orueta, La escultura castellana al comenzar el siglo XVI.- HISTORIA: Cristóbal de Reyna, La muerte de Douglas (Episodio del reinado Alfonso XI).- FILOSOFÍA: Manuel G. Morente, La filosofía como virtud.- CIENCIAS: Dr. Gonzalo R. Lafora, La perversión patológica del sentido moral durante la pubertad.- C. de Sevilla, El análisis espectral [con dos ilustraciones: Esquema del espectro solar y rayas de Fraunhöfer; Espectroscopio].- NOVELA: Gastón Leroux.La esposa del Sol.- VARIOS: Indice de la actualidad. Curiosidades. Libros.

Sumario nº 2. Sábado 15 diciembre 1917

 [LITERATURA] :  E. Díez-Canedo, La literatura contemporánea. Bélgica; J. Moreno Villa, ¡Estampas de la calle, la miseria, Señor¡: 3-4; Leser: Los clásicos: Skakespeare: 5- 6 con retrato; Shakespeare: Fragmentos de Hamlet de la traducción de Moratín: 6-9; [ARTE] J. Moreno Villa: Las grandes figuras del Arte: el Greco (5 reproducciones): 10-13; [HISTORIA] Cristóbal de Reyna, La muerte de Douglas (Episodio del reinado Alfonso XI. Conclusión): 13-15; Américo Castro: Los galicismos: 16-17; Manuel Angel: La Dama de Elche y las joyas orientales de España: con 6 ilustraciones: 18-20 [ECONOMÍA]: Pedro Sangro y Ros de Olano: El trabajo a domicilio: 20-21; [CIENCIAS]: Manuel Rosillo: La paralaje del Sol y los pasos de Venus: 21-24; Tomás de Martos: La reproducción de los árboles por acodo y por estaca: 24-25; NOVELA: Gastón Leroux.La esposa del Sol: 26-33; CURIOSIDADES: 34 [La bandera italiana.- Una expedición ártica.- A través de Alaska].- Libros.

El esfuerzo realizado por los colaboradores de la Revista General merece ser conocido por todos los que estén interesados por profundizar en el conocimiento del desenvolvimiento cultural y científico de la sociedad española de hace un siglo. Algunas de sus colaboraciones merecen ser tomadas en consideración por todos los que estén interesados en la historia de nuestra comunicación científica. A este respecto, y para abrir el apetito, quiero llamar la atención sobre el artículo dedicado por un desconocido -por ahora- C. de Sevilla para explicar los orígenes de la ciencia de la espectrología o del análisis espectral, «una de las creaciones más maravillosas del ingenio del hombre», basada en el descubrimiento de las rayas del espectro por el óptico de Munich Joseph von Fraunhofer (1787-1826) que completó los estudios efectuados por Newton sobre la descomposición o dispersión de la luz. Gracias a esa nueva ciencia el conocimiento del Universo se había ampliado, en palabras de C. de Sevilla, hasta límites increibles pues permitía conocer la composicion química de los astros más lejanos gracias a poderosos telescopios.

Ese comunicador explicó a sus lectores cómo el fenómeno de la dispersión de la luz se podía observar dando entrada al rayo luminoso en una habitación oscura por un pequeño agujero practicado en una de sus paredes, y haciéndolo pasar a través de un prisma triangular de vidrio colocado en el agujero mismo. Una banda luminosa formada por todos los colores, siempre dispuestos en el mismo orden, y pasando gradual e insensiblemente, sin solución de continuidad alguna, desde el rojo al violado, se proyecta en el muro de la habitación, enfrente del agujero en el que se halla el prisma,y por donde la luz penetra. Esa banda es el espectro solar, cuyo esquema ofrecía a continuación mediante la siguiente imagen que mostraba las «lineas de Fraunhofer» en el espectro óptico de la luz del sol.

Y en la última parte de su artículo este divulgador científico hizo una descripción del aparato llamado espectroscopio usado para el estudio tanto del espectro solar como de los producidos por cualesquiera otros cuerpos luminosos, pues según explicaba toda luz, sea cualquiera su origen, se dispersa al atravesar el prisma y forma un espectro. Así explicaba a sus lectores la disposición de ese instrumento óptico, explicación que acompañaba de un grabado.

El espectroscopio reviste diversas formas y disposiciones, según el objeto particular a que se destina, pero que siempre tiene por órgano esencial, bien un prisma o una combinación de varios prismas, bien un difractor, instrumento que consiste en una pieza de vidrio  o de metal, rayada por miles de surcos paralelos, que tiene la propiedad de reflejar la luz y dispersarla, formando espectros que sólo en ciertos caracteres no esenciales difieren de los ordinarios que el prisma produce. Los demás órganos que constituyen el espectroscopio están destinados unos a conducir de la mejor manera posible la luz que quiere examinarse a la hendidura que ha de darle paso, y desde ésta, al prisma o al difractor que ha de ocasionar su dispersión y la formación del espectro, y otros a facilitar la observación de este último.

 

Precisamente en ese año de 1917 el mejor espectroscopista español del siglo XX, Miguel Catalán Sañudo (n.1894), se doctoró en Madrid con una tesis sobre la espectroquímica del magneso. El diálogo entre ciencias y humanidades que cultivaron los impulsores de la Revista General también lo llevaría a cabo Miguel Catalán en sus lugares de trabajo como el Instituto-Escuela de la JAE y en su casa al casarse con la gran pedagoga que fue Jimena Menéndez Pidal, hija de Ramón Menéndez Pidal, el patriarca de la Escuela de Filología española, y director del Centro de Estudios Históricos de la JAE, desde su fundación en 1910 hasta su desmantelamiento durante la guerra «incivil».

 


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Eduardo Hernández-Pacheco, estudioso del arte prehistórico, según Juan Dantín: posibles repercusiones posteriores de una reseña en el diario El Sol.

A finales de 1915 un buen observador de la situación del bachillerato en España, como era el caso de Luis de Hoyos y Sainz, elogió la calidad científica de los catedráticos de Instituto, según expuse en mi estudio introductorio al libro Aulas modernas. Quizás Hoyos y Sainz tenía en mente a Juan Dantín Cereceda, cuya labor científica por esos años y su amistad con Ortega y Gasset ya ha sido evocada en esta bitácora, y cuya semblanza e hitos de su labor docente e investigadora hemos trazado en el diccionario on-line JAEeduca. (ver aquí)

Precisamente cuando Ortega y Gasset a finales de 1917 puso en pie ese gran diario político-cultural que fue El Sol llamó a colaborar con él a su amigo Dantín, quien se hizo cargo junto al polígrafo mexicano Alfonso Reyes de la sección de Historia y Geografía, que cerraba el periódico todos los jueves de sus primeros meses de publicación.

De las numerosas reseñas efectuadas por Dantín en los primeros meses de El Sol fijaré ahora la atención en la que hizo el jueves 11 de julio de 1918 de una breve publicación de 24 páginas con tres láminas que había salido a la luz hace un siglo, en 1917. Su autor era el maestro de Dantín Eduardo Hernández-Pacheco, cuya meritoria labor científica como geólogo y prehistoriador a lo largo de más de medio siglo merece ser mejor conocida. Se titulaba Estudios de arte prehistórico. I. Prospección de las pinturas rupestres de Morella la Vella. II. Evolución de las ideas madres de las pinturas rupestres.  Y se había publicado originalmente en  la Revista de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Tomo XVI. Nº 1 de la segunda serie.

Tres razones me han llevado a dar cuenta de esta reseña de Dantín.

En primer lugar porque se resalta en ella el protagonismo de Eduardo Hernández-Pacheco en los progresos que la prehistoria española efectuó entre 1913 y 1917 gracias a la labor desplegada por la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas  en su período de arranque, pues esta institución -auspiciada por la JAE [Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas]- se había fundado en 1912, en una fase de despliegue del sistema científico español. Los trabajos de los integrantes de esa Comisión, que ya han sido mencionados en otras entradas de esta bitácora, les llevaron a efectuar hace cien años el hallazgo de las pinturas rupestres al aire libre más importantes de Europa, según se ha destacado recientemente en las páginas del diario El Mundo.

En segundo lugar porque me ha recordado la reciente comunicación expuesta por Ana Cristina Martins y Fátima Nunes en el XIII Congreso de la SEHCYT (Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas), cuyo libro de resúmenes se encuentra accesible aquí,  celebrado en Alcalá de Henares del 21 al 23 de junio de 2017. Esa comunicación de mis colegas portuguesas se titula «A arqueología nos congressos das Associaçoes espanhola e portuguesa para o progresso das ciências (as duas primeiras décadas). Interesses individuais e vantagens públicas. Vantagens privadas e interesses colectivos)»y se presentó en el simposio «Intercambios científicos luso-españoles entre la JAE y la JEN y en los primeros congresos itinerantes de las Asociaciones Española y Portuguesa para el progreso de las ciencias» que coordiné en el mencionado congreso. En ella sus autoras destacaron la influencia que tuvo la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas de la JAE, en la que jugó un destacado papel Eduardo Hernández-Pacheco, en el desarrollo de la arqueología portuguesa del primer tercio del siglo XX, particularmente en el caso de las actividades de Augusto Mendes Correia, Joaquim M. Fontes y Eugénio Jalhay. Conviene añadir que Eduardo Hernández-Pacheco fue uno de los científicos españoles que con más intensidad cultivó las relaciones científicas con sus colegas portugueses, no solo prehistoriadores, sino también geológos, como apunté en otra de las comunicaciones presentadas en el simposio aludido en la que analicé los significados del Congreso de Lisboa de 1932 de las Asociaciones Española y Portuguesa para el progreso de las ciencias.

En tercer lugar porque también me ha evocado el gran proyecto de historia digital IDEARQ. (Infraestructura de Datos Espaciales de Investigación Arqueológica), cuyas características fueron presentadas en la Primera Jornada científico-técnica en Humanidades Digitales en el CSIC celebrada en el salón de actos del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC el martes 27 de junio de 2017, de la que he informado en mi otra bitácora (ver aquí y aquí). Esa infraestructura de datos espaciales, concebida para la publicación online de datos científicos arqueológicos georreferenciados, ha sido creada por la Unidad de Sistemas de Información Geográfica (SIG) del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC,y por grupos de investigación del Departamento de Arqueología y Procesos Sociales del Instituto de Historia, liderados por Juan Vicent. Quien navegue por ella encontrará valiosa información sobre una serie de yacimientos de arte rupestre levantino, que empezaron a ser estudiados hace un siglo como se verá por la siguiente reseña aparecida en el diario El Sol el jueves 11 de julio de 1918, firmada por Juan Dantín Cereceda, que transcribo a continuación, enriqueciéndola con información adicional.

E. Hernández-Pacheco. Estudios de arte prehistórico. I. Prospección de las pinturas rupestres de Morella la Vella. II. Evolución de las ideas madres de las pinturas rupestres (Revista de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Tomo XVI. Nº 1 de la segunda serie. 24 páginas con tres láminas.- 1917.

I. Las pinturas rupestres de Morella la Vella -situada en el corazón del Maestrazgo- se hallan situadas en un abrigo natural, que defiende el resalte de la peña, y en unas galerías angostas.

 

Vista aérea de los yacimientos de arte rupestres de Morella la Vella

 

 

El conjunto de las pinturas de las galerías corresponde al arte realista particular del Levante de España, que la abundancia de figuras humanas caracteriza, bastando a diferenciarle profundamente del arte magdaleniense de tipo cantábrico.

Las figuras de Morella la Vella son las más pequeñas del arte pictórico paleolítico, al punto que debe tenérselas por verdaderas miniaturas (cuatro o cinco centímetros, y diez en algunos hombres de los dibujados). Representan principalmente escenas de la vida guerrera y cazadora de las tribus habitantes de la región. Los hombres -armados con grandes arcos y largas flechas- aparecen desnudos, tan sólo con algún tocado especial y jarreteras. Bellísimo -excediendo a toda ponderación- es el cuadro de la lucha entre los dos bandos de los siete arqueros: no cabe verismo más acertado ni mayor fluidez pictórica en la expresión. La composición es tan artística como el natural mismo. Es, sin duda, una de las obras maestras del arte prehistórico.

No faltan representaciones de cabras monteses- una de ellas de insuperable realismo- ni de ciervos.

 

El autor sincroniza las figuras y las agrupa -por el estilo y la técnica- en cuatro tipos diversos. Asistimos así al proceso que, comenzando en el más puro naturalismo gradualmente degenera hasta dar en las esquemáticas, estilizadas y convencionales representaciones del neolítico.

II. Los progresos realizados por la prehistoria española en estos últimos cinco años -en los que el autor ha tomado parte tan principal- permiten ya hacer de ella un resumen, en lo posible, cabal, intentando dar con su significación.

Hay una diferencia esencial entre las pinturas trogloditas de la región cantábrica y las de la levantina: en estas últimas, el hombre – aislado o con otros compuesto- ocupa lugar preponderante en la representación pictórica, en tanto que aquéllas son casi exclusivamente zoomorfas (fauna de mamíferos de la época).

En el auriñaciense comienza el arte fósil. Tiene entonces una significación mágica de caza antes que totémica- que en el magdaleniense se acentúa y define con precisión (pinturas de animales, escenas venatorias, del más hermoso realismo).

La idea de caza que inspiró en un principio las figuras zoomorfas trogloditas, es más tarde sustituida -siempre en el sentir del autor- por la de conmemoración de sucesos acaecidos, ya guerreros (combate de los arqueros), ya rituales (danza de mujeres en la cueva de Cogul, Lérida). Esta fase -de fecha más reciente que la anterior- llega hasta el final del capelene o primeros tiempos del epipaleolítico.

 

A su vez, estas dos primeras fases naturalistas se vieron reemplazadas- en tránsito imperceptible- por una tercera de estilización, en la que todo realismo desaparece. Estas figuras esquematizadas – en ocasiones de obscuro simbolismo- parecen tener clara significación funeraria. Son ya de fecha neolítica y eneolítica: en ellas queda cerrado este lento ciclo artístico peninsular. J. DANTIN CERECEDA

Ese interés existente en la sociedad española de 1918 por el arte prehistórico de la Península Ibérica culminaría con la gran exposición de Arte prehistório español de 1921 organizada en Madrid por la Sociedad de Amigos del Arte, y que se celebró en la Biblioteca Nacional con gran cobertura mediática.

Este cartel anunciador fue elaborado por Francisco Benítez Mellado (Bujalance 1883-Santiago de Chile 1962). Los dibujos y calcos de las pinturas rupestres efectuados por este artista en el seno de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas de la JAE, a la que se incorporó en 1915, han sido recuperados recientemente en la magnífica exposición «Arte y naturaleza en la Prehistoria» que tuvo lugar en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid entre el 19 de noviembre de 2015 y el 19 de mayo de 2016, comisariada por Begoña Sánchez Chillón.  Pero el pluriempleado Francisco Benítez Mellado, como muy bien lo define Margarita Díaz-Andreu en un magnífico artículo publicado en la revista Pyrenae en 2012 (ver aquí),  también fue a partir del curso 1920-1921 profesor de dibujo del Instituto-Escuela  que hanía sido creado por la JAE en 1918. De su plantel de profesores también formó parte Juan Dantín entre 1918 y 1921. ¿Conversaron sobre el arte rupestre español Benítez Mellado y Dantín? No lo sabemos. Pero sí hemos podido conocer recientemente en las XII Jornadas de los Institutos Históricos celebradas en Murcia entre el 3 y el de julio de 2017, gracias a una interesante comunicación presentada por la catedrática de Geografía e Historia del IES Isabel la Católica Encarnación Martínez Alfaro, un proyecto  llevado a cabo durante el curso 2016-2017 con los alumnos de ese centro educativo sobre la vida y obra Francisco Benítez Mellado,  quien compartió interés sobre el arte prehistórico con Dantín Cereceda, y experiencia docente en el Instituto-Escuela, cuyo centenario celebraremos el año próximo.

Francisco Benítez Mellado se trasladaría en 1950 a Chile para reencontrarse con sus hijos, exiliados allí. En los doce años que vivió en ese país andino tuvo la oportunidad de ilustrar en 1952 la reedición de Los aborígenes de Chile, publicada originalmente en 1882 por ese gran anticuario que fue José Toribio Medina, corresponsal del gran americanista español Marcos Jiménez de la Espada, uno de mis héroes científicos. En estos días he podido disfrutar también de las interesantes observaciones hechas por  mi colega de la red LAGLOBAL Jorge Cañizares de su lectura de El veneciano Sebastián Caboto al servicio de los reyes de España, (ver aquí), otra de las innumerables obras publicadas por ese relevante historiador que fue JoséToribio Medina, cuya biblioteca es digna de ser visitada en Santiago de Chile.


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Acto festivo republicano en la sierra de Madrid: la inauguración de la Fuente de los Geólogos en junio de 1932

En el año 2013 una parte de la sierra de Guadarrama, divisoria natural entre las dos Castillas y unida estrechamente a la ciudad de Madrid desde hace largo tiempo, fue declarada parque nacional. Con tal motivo el Instituto Geológico y Minero de España ha auspiciado en 2015 la publicación del magnífico libro colectivo El Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Cumbres, paisaje y gente, editado por Miguel Mejías Moreno, accesible aquí.

El Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama

En uno de sus capítulos el gran geógrafo Eduardo Martínez de Pisón efectúa un apasionante recorrido por su imagen cultural. En él expone cómo los artistas, fuesen literatos o pintores, y científicos se han aproximado a ella, fundamentalmente desde el siglo XVII, que es la época en la que «arranca el sentimiento del Guadarrama con caracteres modernos». En la página 92 de su texto Martínez de Pisón alude a que un hito fundamental en la valoración cultural de esa sierra fue el homenaje que se hizo en 1932 en la Fuente de los Geólogos a los naturalistas Casiano de Prado (1797-1866), José Macpherson (1839-1902), Salvador Calderón (1851-1911) y Francisco Quiroga (1853-1894) por ser los «primeros geólogos que estudiaron el Guadarrama y fueron sembradores de cultura y amor a la naturaleza». Así dice la placa inserta en esa fuente, inaugurada el domingo primaveral de 12 de junio de 1932 según se ha recordado recientemente en una curiosa guía del turista friki. (ver aquí).

Esa alusión de Martínez de Pisón es muy somera, así como otra dedicada a ese evento efectuada en el capítulo tercero del mencionado libro titulado»El descubrimiento científico de la sierra de Guadarrama: origen del desarrollo de la geología en España». Por ello me ha parecido pertinente en esta entrada acercarme con más detalle al contexto en el que se produjo la inauguración de la fuente de los geólogos, monumento republicano que aún pervive para solaz de quienes la visitan y se refrescan en sus saludables aguas.

En la organización del acto cumplió un destacado papel la Sociedad Peñalara. De hecho el arquitecto autor de la fuente, Julián Delgado Ubeda, era un destacado montañero integrante de esa sociedad. Ante el encargo que le hizo la Comisaría de Parques Nacionales optó por construir un arco austero de piedra que descansa sobre un pilón, en el que vierte agua un caño de bronce.

Fuente de los Geólogos

No ha de extrañar por tanto que fuese un  periodista deportivo – Angel Cruz y Martín- quien diese cuenta de las características de ese evento en las páginas de la revista ilustrada Crónica con las siguientes palabras:

En la carretera de Madrid a La Granja, cerca del bello puerto de Navacerrada, cara a los Siete Picos majestuosos y rodeada de pinos olorosos y fuertes, brota una fuente, de linfa clarísima y fresca, que en homenaje a la memoria de cuatro ilustres hombres de ciencia, amantes de la Naturaleza por lo que tiene de vida, llevará el nombre de Fuente de los Geólogos. Es un sencillo y precioso monumento- el segundo de los que en el Guadarrama ha levantado la Junta de Parques Nacionales por iniciativa del insigne y modesto sabio, como todos los sabios de verdad, señor Hernández Pacheco, obra del joven y admirable arquitecto don Julián Delgado Ubeda, que en construcciones montañeras tiene un insuperable prestigio, ganado en una labor estimadísima por cuantos las conocen y disfrutan.

Este monumento –que ofrece agua y descanso al caminante- está elevado a la memoria de Casiano de Prado, José Macpherson, Salvador Calderón y Francisco Quiroga, primeros geólogos que estudiaron el Guadarrama y fueron sembradores de cultura y de amor a la Naturaleza, según reza la lápida conmemorativa. La Fuente de los Geólogos ha sido inaugurada con la solemnidad sencilla en cosas de montaña y con el realce prestado con la presencia y el aplauso de personas conspicuas en las esferas de la inteligencia, que saben lo que es la religión montañera, de la que “San” Francisco Giner fue su mejor apóstol.

Cronica 1

En efecto, el ente promotor de la construcción de ese lugar de la memoria científica en pleno corazón de la sierra de Guadarrama había sido la Comisaría de Parques Nacionales, que presidía el aristócrata asturiano Pedro Pidal (1870-1941), y el delegado de Sitios y Monumentos Nacionales de interés adscrito a esa comisaría, que era el hiperactivo catedrático de Geología de la Universidad Central Eduardo Hernández-Pacheco (1872-1965), militante en aquellos meses del partido radical de Lerroux. Más adelante veremos cómo Hernández Pacheco padre, -cuyo hijo Francisco, otro eminente geólogo, estuvo entre el público asistente a ese acto de inauguración-, aprovechó el acto para reivindicar la labor de los geólogos en la sociedad española.

Ahora conviene fijarse en que lo que ocurrió aquella mañana del 12 de junio de 1932 fue un acto de exaltación de la labor cultural, científica y pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), como lo muestran no sólo las intervenciones del rector de la ILE Manuel Bartolomé Cossío (1857-1935) y de Julián Besteiro (1870-1940) -presidente del Congreso de los Diputados, destacado dirigente socialista y antiguo alumno de la ILE-, sino también la intervención musical de la masa coral del Instituto-Escuela, el innovador centro educativo que venían impulsando los institucionistas desde su creación en 1918 gracias al apoyo de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Ese coro estaba dirigido por el notable compositor y pedagogo valenciano Rafael Benedito Vives (1885-1963), quien aparece en el centro de la siguiente fotografía rodeado de sus alumnas.

alumnas Instituto-Escuela fuente geologos

Manuel Bartolomé Cossío, dada su avanzada edad y sus achaques de salud, no pudo desplazarse al solar donde se emplazó la fuente, pero preparó unas cuartillas que fueron leídas por el presidente de la ILE, el jurista asturiano Manuel Pedregal (1871-1948). Expongo a continuación el contenido de las breves reflexiones de Cossío, de gran interés, por exponer con claridad la labor llevada a cabo por los institucionistas para «domesticar» el Guadarrama. Esa labor  fue impulsada por Francisco Giner de los Ríos quien, para estimular el amor a la Naturaleza patria desde una de las columnas vertebrales de la península ibérica, contó con la inestimable ayuda de sus amigos geólogos. A esos amigos -Macpherson, Calderón y Quiroga- los institucionistas republicanos quisieron rendir homenaje aquel 12 de junio de 1932, pronto hará 85 años.

De los cuatro geólogos cuya gloria cantará desde hoy esta agua sonora, tres fueron de la Institución desde que ella nació hasta que ellos murieron. En la Institución enseñaron, en ella investigaron y, lo que vale más todavía, en ella espiritual y plenamente convivieron.

El año que viene hará precisamente medio siglo que un amanecer del mes de julio de 1883 salía de Villalba por esta misma carretera de Navacerrada un grupo de alumnos y maestros; todos a pie, con su cayado y con su lío al hombro. Era la primera vez que la Institución acometía la conquista de la Sierra. Había ya visitado monumentos y ciudades próximas y lejanas; había deambulado por otras regiones de llanura y montaña; pero la Sierra, esta Sierra, estaba todavía para ella inmaculada.  

¿Quién acompañaba al grupo como maestro geólogo? Salvador Calderón.

Cuando la conciencia pública señala a Giner como apóstol y profeta del amor a la Sierra, ¿habrá quien pueda extrañarse de que su nombre se invoque en este acto al lado del de sus fraternales amigos los geólogos, de quienes tanto aprendiera, a quienes tanto enseñara y a quienes, si viviese sería el primero en glorificar hoy aquí con todo el fuego de su alma inflamada!”

En efecto  Giner, aunque había fallecido en 1915, estaba ominipresente en cualquier evento institucionista. En su proceso de mitificación también participaron los redactores de la revista Crónica al denominarlo «San Francisco Giner».

Giner Cronica 1932

La sentida intervención de Cossío, quien hacía de patriarca de los institucionistas en el primer bienio republicano, fue complementada con el discurso más improvisado del mencionado Julián Besteiro, cuyas palabras fueron escuchadas con atención. Tras contrastar varias fuentes estimo que su discurso pudo ser el siguiente:

Yo no puedo hablar en nombre del Gobierno , porque, como es sabido, no desempeño funciones gubernamentales. Seguramente las Cortes, que por méritos de la suerte más que por merecimientos personales represento, se sentirán compenetradas con la significación de este acto. Pero yo quiero dar a esta intervención mía más bien un carácter sentimental, de reminiscencia, de los días de mi infancia que evocan la ocasión, el lugar y, sobre todo, las bellas palabras del Sr. Cossío, leídas por mi amigo José Pedregal.

Cuando yo tenía trece años mis compañeros y yo seguíamos por estos caminos a nuestros maestros, y aquellos jóvenes maestros seguían a don Francisco Giner y al nuevo espíritu que don Francisco Giner trataba de infundir en el país.

Como ha ocurrido con frecuencia en las épocas de decadencia y en el momento de iniciarse un impulso renovador, los mejores espíritus de aquellos tiempos fueron a buscar ejemplos estimulantes en el Extranjero. Fue el ejemplo de la filosofía alemana llegado a nosotros con Sanz del Río; fue el ejemplo de la filosofía y de la pedagogía inglesas introducido aquí más directamente por D. Francisco Giner.

Y animados de aquel espíritu nuevo seguían a don Francisco Giner por estas montañas los maestros jóvenes y les seguíamos también un puñado de niños, animados de un entusiasmo que nos hacía realizar empresas tal vez superiores a nuestras fuerzas, y cuya significación solamente hoy podemos comprender plenamente.

Era, sin duda, que el injerto de ideales ajenos iba prendiendo en la planta que ahonda sus raíces en el pasado de nuestra historia, como una promesa de una nueva vida nueva y fecunda.

Con frecuencia, en nuestras marchas y expediciones contaban en nuestro espíritu la palabra del viejo poeta:

“Allá a la vegüela de Matadespino, por ese camino que va a Lozoyuela”.

Sin saberlo nosotros íbamos buscando por estos montes, no lo serranillo del Arcipreste, sino la nueva España del porvenir.

Ahora, en esta ocasión, yo veo congregados en torno a la fuente de los geólogos a amigos de la infancia, como Pedregal, como García del Real, como José Cebada, como Palomares, como Pedro Blanco, y me parece que estoy viendo marchar a nuestro lado a D. Francisco Quiroga, con su bondad juvenil y su cabellera blanca, o me siento transportado a orilla del Tormes y veo aparecerse a D. José Macpherson mezclando sus enseñanzas con un tono afectivo de sencillez.

En los días a que estos recuerdos se remontan éramos un grupo reducido, fuertemente unido por el entusiasmo, pero aislado en la gran masa del país.

Luego ese espíritu se ha ido extendiendo y hoy vemos participar de él a los hombres de características sociales más diversas: restos algunos de viejas aristocracias, clases medias dedicadas a profesiones liberales, hombres de la oficina y hombres del taller y de la fábrica. Y al ver este alentador espectáculo comprendemos la significación de aquellas primeras excursiones por la Sierra y aprendemos a querer y honrar cada día más a nuestros maestros.

Besteiro discurso

Discurso de Julián Besteiro en la inauguración de la Fuente de los Geólogos. Fotografía de Cortés reproducida en Mundo Gráfico 15 junio 19232 p. 16

De estas intervenciones se deduce que Giner y las diferentes oleadas de ginerianos concibieron la Sierra de Guadarrama desde 1883 como la atalaya desde la que otear el horizonte y trazar planes de acción para la reforma de España. Téngase en cuenta, por ejemplo que, semanas después al evento del domingo 12 de junio de 1932 que estoy rememorando, en una reunión que tuvieron en los pinares del Guadarrama Fernando de los Ríos, Pedro Salinas y otra media docena de intelectuales en el verano de 1932 se diseñó la construcción de la Universidad Internacional de Santander que entraría en funcionamiento al verano siguiente de 1933.

En su afán de conocer la Sierra de Guadarrama y convertirla en símbolo cultural y en un instrumento de higiene física y mental, los institucionistas no sólo promovieron su detallado conocimiento científico, sino que también ayudaron a redescubrir a los poetas castellanos que glosaron su paisaje y su paisanaje. Así promovieron el estudio de la obra del célebre arcipreste de Hita, cuyo Libro del Buen Amor introdujeron en el canon de la literatura clásica en lengua castellana. En esa tarea se inscribe, por ejemplo, la edición popular que hizo en 1917 para la editorial Saturnino Calleja el mexicano Alfonso Reyes en sus años de trabajo en el Centro de Estudios Históricos de la JAE, a los que ha prestado atención recientemente Mario Pedrazuela en su trabajo «Alfonso Reyes y la Filología: entre la Revista de Filología Española y la Nueva Revista de Filología Hispánica» (ver aquí). Dada la estrecha relación entre el Centro de Estudios Históricos y el Instituto-Escuela, dependientes ambos de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, no ha de sorprender que en la actuación musical del Coro del Instituto-Escuela que amenizó la excursión campestre a la fuente de los geólogos aquel 12 de junio de 1932 se cantase la «Serranilla» del mencionado Libro del Buen Amor y otras coplas populares.muchachas Instituto-Escuela Estampa

Esa actuación musical era prolongación de la que el mismo coro había ofrecido el 23 de noviembre de 1930 en el homenaje que se hizo a la memoria del arcipreste de Hita cerca del alto del León de la sierra de Guadarrama cuando se inauguró el monumento natural conocido desde entonces como «Peña del Arcipreste». En él se leía la inscripción»1330-1930/Al ARCIPRESTE/ DE HITA/CANTOR DESTA SIERRA/DO GUSTÓ LAS AGUAS/ DEL RIO DE BUEN AMOR». El homenaje fue auspiciado por la Real Academia Española, que dirigía el filólogo Ramón Menéndez Pidal, también director del Centro de Estudios Históricos de la JAE, y por la Comisaría de Parques Nacionales a través de la figura del geólogo Francisco Hernández Pacheco, el mismo promotor de la Fuente de los Geológos inuagurada el 12 de junio de 1932. Y, tal y como ha subrayado Alvaro Ceballos Viro en un muy interesante artículo (ver aquí), tal homenaje de 1930 al arcipreste de Hita era de inspiración institucionista. De tal manera que en la Real Orden publicada el 12 de octubre de 1930, mediante la cual se declaraba la Peña del Arcipreste «sitio y monumento natural de interés nacional», se hacía mención explícita al principal promotor de la Institución Libre de Enseñanza Francisco Giner de los Ríos, quien el 6 de junio de 1915, a las pocas semanas de su fallecimiento, había recibido no muy lejos de allí el tributo póstumo de sus discípulos.

Peña del Arcipreste. Monumento al Arcipreste de Hita. Monumento Natural de Interés Nacional. Sierra de Guadarrama. Madrid. España.

Peña del Arcipreste. Monumento al Arcipreste de Hita. Monumento Natural de Interés Nacional. Sierra de Guadarrama. Madrid. España.

Llegada la República la exaltación de la Sierra de Guadarrama como espacio de demofilia se consolidó. Ya Agustín de Foxá había constatado, según nos recuerda Alvaro Ceballos, que antes de la llegada del nuevo régimen político «la sierra era republicana. Allí acudían los hombres pulcros a maldecir la España oficial. Allí extraían todas sus metáforas para una Patria joven, fresca, limpia y europea, la España del sol y la alegría, en oposición al Madrid clerical y reaccionario». Ese marco de demofilia practicado en la Sierra de Guadarrama por los republicanos es el que explica, según Alvaro Ceballos, que el Arcipreste, reivindicado por los institucionistas y cantado por la Masa Coral del Instituto-Escuela, «no fuera el experto jurista, ni el versado mudejarista, ni el prerroformista de inspiración goliárdica, ni el producto de muchos otros textos singulares posibles, sino precisamente el autor de las serranillas. Serranilas que, no se olvide, escenificaban los turbulentos amores entre un letrado y una mujer del pueblo: no es difícil, por lo tanto, leerlas como una traducción simbólica, complaciente y aun lúdica de la relación entre las elites intelectuales y los estratos populares de la sociedad española».

Pero los institucionistas no fueron los únicos protagonistas el día de la inauguración de la Fuente de los Geólogos. Aquel domingo 12 de junio de 1932 también intervinieron activamente en la sierra madrileña científicos y naturalistas para reivindicar las tareas que habían hecho sus antecesores y las que ellos mismos estaban efectuando para conocer mejor el territorio español. Las palabras que pronunció el decano de la Facultad de Ciencias Pedro Carrasco Garrorena (1883-1966), catedrático de Física Matemática de la Universidad Central y director del Observatorio Astronómico de Madrid, y que posteriormente se exiliaría a México donde falleció, no nos han llegado. Sí disponemos, gracias a su inclusión en las páginas del diario El Sol de 15 de junio de 1932, del discurso de Eduardo Hernández-Pacheco, el primer orador que intervino en aquel acto conmemorativo al haber sido su principal promotor.

Hernandez Pacheco fuente geologos

Eduardo Hernández-Pacheco mientras lee su discurso en la inauguración de la Fuente de los Geólogos.

Un extracto de su discurso, ejemplo elocuente del papel desempeñado por los naturalistas para fomentar el sentimiento de amor a la patria y de las permanentes quejas de los científicos españoles acerca del desdén al que, según ellos, le han sometido los poderes públicos, fue este:

Es la memoria de hombres de los tiempos modernos  a quienes rendimos hoy homenaje al inaugurar este sentido monumento que tan admirablemente armoniza con el paisaje, en este espléndido bosque de la olímpica montaña castellana y que tan acertadamente simboliza, sin pretenciosas alegorías arquitectónicas ni escultóricas, el limpio espíritu, la labor frucífera, la ciencia de estos cuatro sembradores de cultura y amor a la Naturaleza.

Los cuatro fueron exploradores y descubridores de la constitución geológica y geográfica de la Península Hispánica, de esta amada tierra nuestra, que debemos considerar como un minúsculo continente porque en el conjunto de sus diversas regiones se integra la variedad de climas, de topografía y de producciones naturales que en los extensos continentes del planeta componen sus distintos países y naciones.

Venimos a honrar hoy la grata memoria de sabios devotos de Gea, diosa resplandeciente y venerable, madre de todos y de todo. Y les rendimos nuestro homenaje porque con su callada y noble labor asentaron los primeros jalones del conocimiento de la Geología y de la Geografía Física de nuestra España.

No fueron hombres alentados y favorecidos por la protección oficial, ni brillaron conocidos por las muchedumbres, sino trabajadores austeros y callados, cuya labor fue apreciada por el escogido núcleo de los intelectuales de todos los países.

Ninguno de los tres eximios españoles: Macpherson, Calderón y Quiroga, recibieron recompensas ni honor alguno, concedido a sus grandes méritos, por el Estado o las corporaciones oficiales; ni tan siquiera la entonces Real Academia de Ciencias les llamó a su seno, honor que ellos hubieran agradecido mucho, aun siendo de notoria justicia, pero que ni se les otorgó ni ellos solicitaron. Por esto el acto de hoy tiene, no sólo el carácter de exaltación de sus méritos, sino también el de reivindicatorio.

El arquitecto Delgado Ubeda, que a su exquisito arte y mucha ciencia une el ser gran amante de la Naturaleza, e intrépido montañero, es el autor de este sencillo y bello monumento.

En recuerdo de tan eximios ciudadanos denominamos a esta fuente Fuente de los Geólogos, que brota en el corazón de la Sierra Carpetana, por ellos estudiada; junto a las altas divisorias de los dos ríos caudales castellanos: Duero y Tajo; en medio de este espléndido bosque de recios y aromáticos pinos, frente a la bella y fuerte montaña de Siete Picos, coronada de abruptos canchales graníticos, y en el corazón de la vieja cordillera castellanolusitana, que une a ambas Castillas y enlaza a las dos naciones hespéricas.

En representación del Instituto Geológico también tomó la palabra el ingeniero de Minas Agustín Marín y Beltrán de Lis (1877-1963), en cuya intervención no hubo ninguna alusión a la labor llevada a cabo por los geólogos institucionistas. De ahí que el único periódico entre los que he consultado que se hizo eco de su intervención fue el diario católico antirrepublicano El siglo  Futuro.  En su edición del 14 de junio de 1932 extractó una parte del  discurso de Agustín Marín en estos términos.

Gran satisfacción es para el Instituto Geológico la que le han dispensado los organizadores de esta fiesta de tan fina y elegante espiritualidad, invitándole a tomar parte en ella, y sólo lamento que no pueda asistir el director de ese Centro, que  os hablaría con una elocuencia y una altura que a mi humilde persona le está vedado alcanzar. Todos mis compañeros de Instituto y de Ingeniería se unen de todo corazón a este homenaje por dos razones: por las personas a quien está dedicado y por la forma con que se ha llevado a la práctica.

Vemos que al dedicar esta fuente a los geólogos habéis querido hacerlo de un modo integral a todos los que creen que el fundamento, la base de la civilización está en fomentar la naturaleza. A esta sierra se puede venir como un artista a aprender cómo se crea la poesía y la emoción. Así, nuestro gran Velázquez supo en el cuadro del príncipe Baltasar Carlos, resaltar el contraste que produce la pompa y la vanidad que acumularon en el niño con la austeridad y la grandeza del paisaje de La Maliciosa. El excursionista busca solaz, trata de disolver sus preocupaciones en el aire de las serranías, y la persona culta relaciona la estructura orogénica con la historia y la leyenda, y así exclamó uno de los grandes cantores del Guadarrama, Enrique de Mesa, desde lo alto de la divisoria:

“A un lado el solar del Cid; al otro, la tierra de Don Quijote”.

Pero el geólogo llega a más: comprende que los seres, las cosas, las montañas, no son completas si no se enlazan a su pasado y no se vislumbra en ellas su porvenir; no piensa sólo en el momento, sino que investiga cómo se llegaron a formar estas cordilleras, por qué los ríos circulan por dónde lo hacen, a qué fenómenos de erosión, de formación morfológica, están sometidas las rocas, por qué los canchales y las peñas, jugando a esculturas, tienen esas formas tan caprichosas, y hasta se ocupa de qué será de estas piedras en el más allá, en el porvenir.

Pero además, la forma de perpetuar la memoria de los geólogos que se ocuparon del Guadarrama, tiene tan poética sencillez, tan justa expresión, tan exacta aplicación (y en esto hay que hacer el cumplido elogio al artista que lo interpretó), que habla mucho más el corazón que lo puedan hacer las magnificencias escultóricas y arquitectónicas, como lo fue la tumba de Napoleón.

El manantial es símbolo de misterio, y así Plinio exclama: “En ninguna parte muestra la Naturaleza ser tan milagrosa como en las fuentes”. Para los geólogos ya no hay casi enigmas, y ahora escudriñan los conductos por donde deben circular el agua, las entrañas de la tierra, que visita, y buscan la relación de la ciencia pura con la ciencia de aplicación, y así las grandes lucubraciones que se fraguan en la mente de los sabios o de los ingenieros, se resuelve en veneros de riqueza, que inundan esos campos de Dios.

Pero además, la fuente lleva unida la idea de reposo material y aún más la de actividad mental. Yo me figuro a nuestro gran Casiano de Prado, padre de la geología del Guadarrama, hace casi un siglo, fatigado de sus andanzas por la sierra, recibir con deleite el descanso que le brinda la fuente, sentarse en una piedra, dejar el martillo, la brújula, abrir su libreta, y lo mismo que los filetes de agua se suceden unos a otros en el chorro de esa fuente, así las ideas se engarzaban en la mente de aquel hombre y luego se relacionan con las de los que vinieron después, y con los que ahora la visitan y con la de los que llegarán más adelante, y retenidas en los libros, como el agua en los embalses, elévase así la cultura de los pueblos, y, por tanto, la dignidad de los hombres.

¡Gentes de la ciudad: venid a estas sierras, oled a tomillo, reposad en estas fuentes y reverenciad, y a ser posible, seguid el camino de hombres como los que hoy honramos y así trabajaréis por el bien de la humanidad!”.

Curiosamente en ese mismo ejemplar del Siglo Futuro uno de sus colaboradores, con el seudónimo fray Junípero, presentó un suelto que evidenciaba las fobias anti institucionistas del nacional catolicismo, y su obsesión, dado su antisemitismo, con la política favorable a los sefarditas que intentó implantar el gobierno republicano de aquella época, particularmente el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Fernando de los Ríos. Revela el suelto que transcribo el grado de virulencia de  la guerra de ideas instalada en la sociedad española en aquel año de 1932, anunciadora de las tormentas de fuego futuras:

Anteayer se inauguró en la Sierra la Fuente de los Geólogos. El acto, con pretensiones científicas, fue un himno al triunfo de la Institución Libre de Enseñanza, que es lo que se cantó allí. Por cierto que en las reseñas echamos de menos al piisimo don Elías Tormo, que otorgó a la funestísima Institución el monopolio de la enseñanza oficial y nos trajo a la Central al insigne rabino honorario don Erasmo, que ayer fue muy de mañana a Toledo a visitar y orar largamente en la sinagoga del Tránsito, que se rumorea será entregada a los sefardíes para sus ritos.

En fin, múltiples significados tuvo el evento que se celebró aquel domingo de 12 de junio de 1932 en un incomparable marco de la sierra más castellana frente a Siete Picos y la Maliciosa. Es de esperar que en los meses que faltan para conmemorar el 85 aniversario de aquella iniciativa cultural, cuyos promotores intentaron mezclar ciencia, naturaleza, arte y alegría, se pueda seguir profundizando en ellos.

sierra Guadarrama

 

Para saber más:

Santos CASADO, Naturaleza patria. Ciencia y sentimiento de la naturaleza en la España del regeneracionismo, Madrid, Marcial Pons Historia, 2010.

Santos CASADO, «Ciencia y política en los orígenes de la conservación de la naturaleza en España». En Eduardo Hernández-Pacheco, La comisaría de Parques Nacionales y la protección de la naturaleza en España, edición facsímil, Madrid, Organismo Autónomo Parques Nacionales, 2000.

Santos CASADO, La ciencia en el campo: Quiroga, Calderón, Bolívar, Madrid, Nivola (Colección Novatores), 2001.

Eduardo HERNÁNDEZ-PACHECO, «En la inauguración de la Fuente de los Geólogos», Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, 56 (867), p. 221-222

Leticia SÁNCHEZ DE ANDRÉS, Música para un ideal: Pensamiento y actividad musical del krausismo e institucionismo españoles (1854-1936), Madrid, Sociedad Española de Musicología, 2009

La Sierra de Guadarrama en el Museo del Prado. Itinerarios didácticos. Acceso on line en:

https://www.museodelprado.es/recorrido/la-sierra-de-guadarrama-en-el-museo-del-prado/8c434691-d84e-483d-ac69-8c73ec307a10

 


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Los profesores del Instituto-Escuela en noviembre de 1925 y el recuerdo de sus alumnos en el exilio mexicano

En octubre de 2009 el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza publicó mi reseña del libro de Encarnación Martínez Alfaro Un laboratorio pedagógico de la JAE. El Instituto-Escuela sección Retiro de Madrid, editado por Biblioteca Nueva, y elaborado en el marco del programa de I+D CEIMES que coordiné entre enero 2008 y junio 2012.  Tanto en esa reseña, como en otra efectuada por Clara Eugenia Núñez, se señalaron los numerosos aciertos de esa obra en la que se reconstruye el gran proyecto educativo del centro piloto creado por la Junta para Ampliación de Estudios para formar profesores que dinamizasen el sistema educativo español en el ámbito de la enseñanza secundaria.  Teniendo como horizonte la educación integral de los alumnos, el Instituto-Escuela introdujo los principios de la pedagogía europea al incorporar a la enseñanza una metodología activa, una formación científica y los idiomas modernos: inglés, francés y alemán. Muchas de las iniciativas que puso en marcha el Instituto-Escuela –ignoradas u olvidadas durante mucho tiempo– tienen plena vigencia en la actualidad como puede apreciar cualquier observador del legado de esa experiencia educativa que se conserva actualmente en el edificio histórico del Instituto de Enseñanza Secundaria Isabel la Católica. Así lo apreció Manuel Martínez Bargueño, autor del interesante post «Siguiendo las huellas del Instituto-Escuela«

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A continuación ofrezco un documento, procedente de los extraordinarios fondos del Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, que permite adentrarse en las interioridades del funcionamiento de esa singular experiencia educativa cuando estaba atravesando un momento difícil tras el inicio de la dictadura de Primo de Rivera, y pendía sobre ella la amenaza de su disolución.

En él se informa de los salarios que cobraba el cuerpo de profesores del Instituto-Escuela de Segunda Enseñanza en noviembre de 1925 según informe enviado por el profesor delegado, el matemático e historiador de la ciencia José A. Sánchez Pérez al presidente de la JAE Santiago Ramón y Cajal. Como se podrá observar, en efecto, los profesores de idiomas eran varios y estaban bien remunerados. Así mismo existía un buen contingente de profesores encargados de promover la enseñanza artística y los trabajos manuales en los dos centros que tenía el Instituto-Escuela, ubicados por aquel entonces en la madrileña calle Miguel Angel  y en los altos del Hipódromo, cerca de donde está actualmente el Instituto Ramiro de Maeztu.

Se visualiza de esta manera el esfuerzo de  fortalecer una educación «integral», armónica entre la teoría y la práctica, entre  el cultivo de las humanidades y de las ciencias, entre el pensar con el cerebro y el ejecutar con las manos, que movilizó a todos los impulsores de ese experimento educativo, cuya huella sigue presente en nuestros días. A destacar además la cualificación profesional de este singular colegio de profesores que se presenta a continuación, de varios de los cuales Encarnación Martínez Alfaro ofrece información biográfica en el libro mencionado y en el portal CEIMES en la sección correspondiente a profesores del IES Isabel la Católica, descendiente de aquel Instituto-Escuela.

– El salario de los 12 catedráticos, que habían sido comisionados a ese centro educativo, tras haber sido elegidos por la JAE, era el siguiente:

José A. Sánchez Pérez  (1882-1958) y Samuel Gili Gaya (1892-1976)   ganaban 508, 33 ptas.

Francisco Barnés Salinas (1877-1947), Federico Gómez Llueca (1889-1960),  Julio Carretero GutiérrezAntonio Marín Sáenz de Viguera (1889- ), José Vallejo Sánchez (1896-1959),  Andrés León Maroto (1893- ) y Miguel A. Catalán Sañudo (1894-1957)  333,33 ptas.

Segundo Espeso Miñambre: 208,33 ptas

Martín Navarro Flores (1871-1950) 125,00 ptas.

– La remuneración de los 10 profesores de lenguas (7 mujeres y 3 hombres) era más elevada con el siguiente orden:

Mr. Enrique D. Philips 632,00; Mlle. Odette Boudes 532,00; Mlle. Jeanne Stouque 508,00; Miss Elise Moore 456,00; Mr. Oswald Jahns 444,00; Fr. Agnes Sagan 408,00; Miss Barbara Finlay 348,00; Fr. Anna Sandler 208,00; Mlle. Annette Bertaux 168,00; Mr. Eduardo Surmely 75,00 ptas.

– Respecto a los responsables de los trabajos manuales y artísticos había una notable diferencia en la remuneración de sus tres directores y de sus diecieséis encargados.

El salario de los tres directores era el siguiente: Rafael Benedito Vives (1885-1963)  448,00; Josefa Quiroga Sanchez-Fano 428,00 y Jacinto Alcántara Gómez (1901-1966) 388,00 ptas.

El de los dieiciséis encargados (9 mujeres y 7 hombres) tenía la siguiente escala: Srta. Josefina Mayor Franco 276 ptas; Srta. Mª Luisa Garcia Sainz  y D. Francisco Benítez Mellado 228 ptas; María Quiroga Sanchez-Fano y Antonia Quiroga Sanchez-Fano 216 ptas; Antonio Roselló Vidal 204 ptas; María Datas Gutierrez 168 ptas; Aniceto García Villar 156 ptas; Carlos Gomez Hernandez, Emeterio Valiente García, Lorenzo Gascón Portero  y Pilar Fernández Aguilar 144 ptas; Isabel Rodrigo Sánchez-Contador 132 ptas; Eladia Caneiro Mayor y Filomena Alvarez Diaz Ufano 120 ptas y Alfonso Rojas Gómez 80 ptas.

En cuanto a los aspirantes al magisterio que daban sus clases orientados por los catedráticos y que formaban el contingente mayor del profesorado del Instituto-Escuela sus remuneraciones eran estas según las diferentes secciones en las que estaban encuadrados:

Sección de Naturales: (8 hombres y 1 mujer): Srta. Maria Rioja lo Bianco y Pedro Aranegui Coll 188 ptas.; Julian Alonso Rodriguez y Santiago Blanco Puente 156 ptas.; Rafael Candel Vila (1903-1976) 148 ptas:; Francisco Carreras Lorenzo y Mariano García Martínez 132 ptas; Miguel A. Junquera Muné 108 ptas y Juan Gomez Menor Ortega 56 ptas.

Sección de Geografía e Historia (6 hombres y 4 mujeres): Concepción Muedra Benedito 254 ptas.; Luis Brull de Leoz 216 ptas.;  Juan de Mata Carriazo (1899-1989) 206 ptas.; Manuel Sorá Boned 180 ptas.; Felipa Niño Mas 160 ptas.; Socorro Gonzalez Madrid y José Camón Aznar (1898-1979) 120 ptas.; José María Igual Merino 96; Manuel de Terán Alvarez (1904-1984) 80 ptas. y Maria Elena Gomez Moreno (1911-1998) 70 ptas.

Sección de Lengua y Literatura Castellana (3 hombres y 2 mujeres): Maria Monzón Casión 276 ptas.; Cesar Arias Herrero 220 ptas. ; Alfredo Malo Zarco (1897-1963) 156 ptas.; Matilde Martín González 132  ptas. y Luis Alcubilla Pintado 74 ptas.

Sección de Filosofía (2 hombres):  Perfecto García Conejero 94 ptas. y Manuel Heredero Perez 82 ptas.

Sección de Físico-Químicas (8 hombres): Manuel Mateo Martorell 140 ptas. ; Fernando Montequi y Diaz de Plaza 120 ptas. ;  Delio Mendaña Alvarez y José Beato Pérez 108 ptas.; Rafael Alvarez Martín 92 ptas.; Faustino L. Cuadrado Gonzalez 84 ptas. ; Eugenio Muñoz Mena 76 ptas. y Julio Segura Calbe 56 ptas.

Sección de Matemáticas (6 hombres y 1 mujer):  Mª Carmen Martínez Sancho 152 ptas.; Joaquin Abejar Barberán y José M. Gimenez Giron 132 ptas.; Olimpio Gomez Ibañez 128 ptas.; Cesar Rodríguez Baster 124 ptas.;  Secundino Rodriguez Martin 78 ptas. y Desiderio Sirvent Lopez 56 ptas.

Sección de Lengua y Literatura clásicas (2 hombres): Clemente Hernando Balmori (1894-1966) 176 ptas. y Bienvenido Martin Garcia 84 ptas.

Además de los profesores la administración del Instituto-Escuela se hacía cargo del salario del servicio médico que estaba a cargo de Luis Calandre Ibáñez (1890-1961)  al que se le remuneraba con 150 ptas, y de la administración a cargo de Victoria Kent Siano (1889-1987) que cobraba 300 ptas y de Rosa Herrera Montenegro que recibía 250 ptas.

En total el salario mensual de los 87 integrantes del staff de las dos sedes del Instituto-Escuela de Madrid allá por noviembre de 1925 ascendía a  17,792,30 ptas.

Años después -el 7 de junio de 1961- un grupo de sus alumnos se reuniría en su exilio mexicano para evocar los resultados obtenidos por aquel singular ensayo pedagógico y agradecer a sus maestros,  -particularmente los que habían fallecido en México,  Francisco Barnés en 1947 y Martín Navarro en 1950- todo lo que les habían enseñado. Los testimonios de Germán Somolinos (1911-1973), Daniel Tapia (1909-1985), Enrique Díez Canedo y Bernardo Giner de los Ríos (1888-1970) nos acercan con diversos estilos al luminoso y creativo ambiente en el que se formaron en el Madrid de los años 1920 gracias a la acción pedagógica de un sólido equipo de profesores, cuya labor merece ser recuperada. Sus reflexiones merecen ser leídas y el lector curioso las tiene accesibles en este enlace.