Como expuse en la entrada anterior de esta bitácora Cajal era muy apreciado entre el alumnado de las escuelas nacionales existentes en el Madrid republicano del curso 1933-1934. Según una encuesta que se efectuó por aquel entonces a más de dos mil escolares madrileños Cajal ocupaba la novena posición en el ranking de una especie de panteón cívico construido en los centros de enseñanza primaria de la capital de la República. Era el primer personaje vivo estimado por quienes respondieron a la encuesta. Estaba precedido por Cervantes, Colón, Goya, la figura del maestro, Velázquez, Murillo, Agustina de Aragón y Gutenberg en las preferencias de la población encuestada. Pocos meses después de efectuada esa encuesta fallecería, el 17 de octubre de 1934
¿Por qué un personaje dedicado fundamental a explorar la estructura del sistema nervioso de los seres vivos y los secretos del cerebro exponiendo y defendiendo su teoría neuronal ejerció tal fascinación en los escolares republicanos? Mi hipótesis es que a lo largo del primer tercio del siglo XX se produjo una singular interacción entre la indudable voluntad pedagógica de Cajal, que ya analicé en otros lugares (ver aquí), y los maestros que se sintieron atraídos por las preocupaciones educativas del científico español más influyente en los tiempos contemporáneos. Esa interacción explica dos fenómenos. Por una parte, las preocupaciones mostradas por Cajal hacia las demandas que le llegaban de docentes de todo tipo, particularmente de modestos maestros y maestras de España, pero también de Estados Unidos o de países latinoamericanos, como Argentina. Por otro lado, la labor de diseminación en el ámbito editorial de los pensamientos educativos y de la trayectoria biográfica de Cajal, llevada a cabo por maestros y pedagogos, interesados en acercar la vida y la obra del premio Nobel de Fisiología y Medicina de 1906 no sólo a los futuros maestros, sino también a la población infantil y juvenil.
Respecto a la primera cuestión son elocuentes algunas de las cartas que reprodujo Juan Antonio Fernández Santarén al editar una antología del epistolario de Cajal, en la que se deslizó alguna que otra errata. Dos de ellas corresponden al mencionado curso 1933-1934.
En una, fechada en el pueblo toledano de Velada el 28 de enero de 1933 el maestro Mariano Gamboay (sic) solicitaba a Cajal el envío de un retrato para colocarlo en su aula y se dirigía a él en estos términos:
Sr. don Santiago Ramón y Cajal
Nuestro respetado y bondadoso señor:
Unos niños, niños que viven en apartado rincón toledano, pero, que saben y conocen cuanto hace a favor de España el sabio Médico, se atreven a molestarle con un ruego; ruego que por ser de nosotros, pobres niños, nos disculpará.
En nuestra Escuela, al lado de la biografía, tenemos el retrato del culto y recto español don Santiago Ramón y Cajal, pero malo, es tomado de un periódico; siendo esta la causa de molestarle, rogándole se digne concedernos, caso de que sea posible, un retrato suyo, el que será el mayor honor que habrá para nosotros, para estos niños olvidados; retrato que será colocado, entre los pliegues de nuestra bandera, formando el «Grupo de grandes españoles».
Mucho es pedirle con atrevernos a solicitar su retrato, pero si unos niños que le aman y quieren vieran en su retrato un pensamiento del gran sabio español, sería un doble honor.
Sabemos que si todos los niños hicieran igual, no podría complacernos, pero en todas las Escuelas no se les admira y quiere igual y todos los niños no son tan necesitados de la visita de los sabios españoles.
Le rogamos nos perdone esta libertad, y con gracias anticipadas, se ofrecen a su disposición estos pobres escolares.
Firmaban a continuación 16 alumnos que podrían haber sido muchos más según Mariano Gamboay quien unía su firma «con todo respeto y admiración» al «sabio incomparable».
En esa carta existe una anotación manuscrita de la secretaria de Cajal que dice «Enviado retrato en 28-VI-33».
El otro documento epistolar en el que fijo la atención es una petición, firmada en Gerona/Girona en mayo de 1934. En ella el inspector de primera enseñaza José María Villegas (sic por Villergas) pidió permiso a Cajal para reproducir el pasaje titulado «Mirad al italiano» que aparece en el libro de La infancia de Cajal contada por el mismo en una pequeña obra de lectura para niños que estaba preparando. Cajal, en una carta fechada en Madrid el 17 de junio de 1934, cuatro meses antes de fallecer, le concedió tal autorización con estas palabras: «Con mucho gusto le doy permiso para que reproduzca el pasaje de mi librito «Mirad al italiano» y le agradezco infinatemente la atención que ha tenido conmigo al acordarse de esta modesta obrita para amenizar la lectura de los pequeños con la obra que quiere Vds. componer».
Estos intercambios epistolares merecen algunas apostillas.
Primera, la petición del maestro de Velada se inscribe en una tendencia existente en centros educativos y en otros lugares, como laboratorios científicos o despachos de profesionales, de tener un retrato visible de Cajal en un lugar preeminente. En unas ocasiones fue el retrato oficial que se hizo cuando se jubiló el 1º de mayo de 1922 -como se aprecia en el documental ¿Qué es España», elaborado por Luis Araquistáin, -según he explicado en otro lugar (ver aquí)- y que Cajal acompañó de la siguiente reflexión, expresiva de sus preocupaciones pedagógicas: «Se ha dicho hartas veces que el problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar intensamente los yerros de nuestra tierra y de nuestro cerebro, salvando para la prosperidad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia».
Otras veces se trataba de un retrato que reprodujo la revista ilustrada La Esfera, allá por 1915, que es el que utilizó el profesor de la Escuela Normal de Guadalajara Modesto Bargalló para que presidiese el aula-laboratorio donde enseñaba a enseñar las ciencias físico-químicas y naturales a futuros maestros. Así lo ha recordado en las redes sociales mi colega Luis Moreno Martínez, el biógrafo de ese gran didacta e historiador de las ciencias que fue Modesto Bargalló como consta en el magnífico sitio web que le ha dedicado (ver aquí), al comentar mi anterior entrada a esta en la bitácora Jaeinnova, cuestión que también desarrollaré en la conferencia que impartiré el martes 16 de febrero de 2021 a los alumnos del Master en Historia y Memoria de la educación organizado por la Universidad de Alcalá y la UNED, titulada «La ‘cajalización’ de España y el fomento de la educación científica en las aulas republicanas».
Segunda, el intento del inspector de enseñanza primaria de Gerona/Girona José María Villegas o Villergas para usar un texto de Cajal que ilustrase libros de lecturas infantiles se remontaba a muchos años atrás. Según mis noticias el primero que usó tal procedimiento fue el maestro Félix Martí Alpera, bien estudiado por Pedro Luis Moreno. Ese profesor que desarrolló la mayor parte de su labor docente en Cartagena publicó en 1907 su libro Joyas literarias para niños. Allí insertó el capítulo «La indagación científica» de Cajal. Procedía ese texto de extractos del epígrafe “Perserverancia en el estudio” del capítulo tercero “Cualidades de orden moral que debe poseer el investigador” de la edición, probablemente, de 1899 de las Reglas y consejos sobre la investigación biológica. Ese libro, a partir de su edición de 1916 lo denominó Cajal «Los tónicos de la voluntad», obra de la que hice una edición crítica en la editorial Gadir, que ya va por la cuarta edición.
Tercera, la obra mencionada en la correspondencia aludida del inspector de primera enseñanza de la provincia de Gerona/Girona José María Villegas o Villergas era el resultado de un singular esfuerzo del pedagogo Luis de Zulueta. Antes de ocupar altas responsabilidades políticas durante el primer quinquenio republicano el catedrático de Historia de la Pedagogía de la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio logró convencer a principios de la década de 1920 a los responsables de la editorial Reus para lanzar la colección «Cuando yo era niño». El primer volumen, editado en 1921, fue La infancia de Ramón y Cajal contada por él mismo, una adaptación hecha por Luis de Zulueta de la primera parte de la autobiografía de Cajal, la titulada «Mi infancia y juventud», cuya primera edición se había publicado en 1901, y la segunda en 1917. En el capítulo XIII, en el epígrafe dedicado por Cajal a exponer «las graves consecuencias de llevar gabán largo» narró el acoso que sufrió en las aulas del Instituto de Huesca por parte de «los gallitos de los últimos cursos», quienes se burlaban insistentemente de él y le asediaban por usar un abrigo hecho por su hacendosa madre que le quedaba demasiado largo de manera que «mi facha recordaba bastante a la de esos errabundos saboyanos que, por aquellos tiempos, recorrían la Península tañendo el arpa o haciendo bailar al son del tambor osos y monas». Es ese episodio el que Zulueta en su adaptación de la autobiografía de Cajal destinada al público infantil y juvenil tituló ¡Mirad al italiano!, como se observa en el índice de su obra, digitalizada afortunadamente por la Biblioteca Nacional de España (ver aquí). Es ese capítulo el que interesó inspector de primera enseñanza de Gerona, mencionado líneas atrás, para el libro de lecturas infantiles que quería componer.
Estas y otras observaciones las recogí, ampliando algunas de ellas, en la conferencia que impartí el pasado 16 de febrero cuando fui invitado a dar la conferencia inaugural de una nueva edición del Master en Historia y Memoria de la Educación que organizan colegas de la UNED, vinculados al centro de investigación MANES, y de la Universidad de Alcalá. Está accesible aquí. Inicié esta entrada antes de dar la conferencia y la concluí días después de impartirla.