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Cuaderno de investigación de Leoncio López-Ocón sobre las reformas educativas y científicas de la era de Cajal. ISSN: 2531-1263


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La admiración de Isaac Costero por Pío del Río Hortega

Durante el año 2023, que se va, me he encontrado con Isaac Costero (Burgos 1903-Ciudad de México 1980) en varias ocasiones a lo largo de las investigaciones que he efectuado sobre Germán Somolinos (Madrid 1911-Ciudad de México 1973), cuyos papeles conservados por su familia he tenido la oportunidad de investigar en estos meses pasados, como expuse en el homenaje que le brindamos en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC el pasado 18 de octubre de 2023 cuando presentamos el sitio web Germán Somolinos d’Ardois: memoria de un médico exiliado.

Esos dos médicos republicanos, nacidos en momentos diferentes, compartieron en su exilio mexicano trabajos y afanes, y forjaron en tierras americanas una sólida amistad como se deduce de las necrológicas que dedicara Costero a Somolinos, publicada una de ellas en el volumen 43 de los Archivos del Instituto Nacional de Cardiología de México accesible aquí.

Pero casi tres décadas antes -en 1945- en sus primeros años de exiliado ya Isaac Costero, quien dio numerosas pruebas de tener una ágil memoria como se constata en su excelente autobiografía Crónica de una vocación científica que publicara en México en 1977, tuvo que hacer otra despedida. En ese caso a quien había sido su maestro durante catorce años consecutivos en el Laboratorio de Histopatología de la JAE dirigido por Pío del Río Hortega, -como resalta en el texto que se presenta a continuación- y también su jefe por unos meses -antes de acceder a su cátedra de Histología y Anatomía Patológica de la Universidad de Valladolid en 1934- en el Instituto Nacional del Cáncer, donde Costero obtuvo una plaza de ayudante en la primavera de 1933 junto a Manuel Pérez Lista y Rafael Ibáñez González. Esa institución sería dirigida por Pío del Río Hortega durante la mayor parte del período republicano.

Como en los próximos meses voy a sumergirme, junto a Alba Calzado, quien está gozando una beca JAE intro de introducción a la investigación en el Instituto de Historia del CSIC, bajo mi tutoría, en el estudio del Congreso Internacional de Lucha científica y social contra el cáncer celebrado en Madrid a finales de octubre de 1933, la labor de Pío del Río Hortega en esa lucha y las conexiones con sus colaboradores me resultan de especial interés.

Por ello me ha parecido relevante la necrológica que dedicara Isaac Costero a su maestro y jefe en las páginas de la revista Ciencia, el portavoz de la diáspora científica republicana –como ya he explicado en otros lugares– en julio de 1945, pocos días después de la muerte en tierras argentinas de ese gran histopatólogo que fue Pío del Río-Hortega, candidato al premio Nobel varias veces, como explicaré en otras entradas de esta bitácora, y al que he dedicado gran atención en diversas partes de mi reciente libro El cénit de la ciencia republicana. Los científicos en el espacio público (curso 1935-1936).

A continuación se ofrece el mencionado texto de Isaac Costero sobre su admirado Pío del Río-Hortega.

Pío del Río-Hortega en 1933.
(Archivo digital Pío del Río-Hortega)

In Memoriam. El Dr. Pío del Río-Hortega por Isaac Costero

            El día 1º de junio último falleció en Buenos Aires el Dr. Pío del Río-Hortega. Tenía allí a su cargo, desde que la guerra le desplazó de Europa, un laboratorio de Histopatología patrocinado por la Institución Cultural Española, en el que recibía sus inagotables enseñanzas y realizaba importantes trabajos de investigación un selecto grupo de médicos argentinos.

             Pocos investigadores contemporáneos han alcanzado el justo prestigio de solidez y originalidad científicas como lo logró Río-Hortega desde su juventud. Inició los trabajos histológicos al lado de un entusiasta discípulo de Ranvier, el venerable Dr. Leopoldo López García, profesor de muchas generaciones en la Facultad de Medicina de Valladolid. Después de un breve intento de ejercicio profesional a la sombra de su pintoresco castillo familiar, el Dr. Río- Hortega fue a Madrid a trabajar en el laboratorio que entonces dirigía Don Santiago Ramón y Cajal en el Museo de Velasco y del que irradiaban al mundo los trabajos más importantes de la época sobre arquitectura del sistema nervioso.

            Al lado de Achúcarro, el malogrado investigador en el campo de la Neurología, Río-Hortega comenzó a desarrollar ampliamente sus maravillosas dotes de técnico (“Varias modificaciones al método de Achúcarro”, Bol. Soc. esp. Biol., 1916). Incontables días de apasionantes tanteos dieron como primer resultado importante el hallazgo de una sustancia, simple en su obtención, pero misteriosa en su constitución química y en sus propiedades como detectora de estructuras histológicas (“Un nuevo método de investigación histológica e histopatológica”. Bol. Soc. españ. Hist. Nat., 1918).  Esta sustancia -el carbonato de plata amoniacal-, representa el genio de un incomparable investigador, condensado en forma de dócil reactivo.  En manos de cualquier otro histopatólogo, es un líquido incoloro que se reduce sobre los tejidos manchándolos con burdos precipitados y que deja fácilmente huellas coloreadas en los dedos y en las ropas de quienes inesperadamente lo manejan. Como Río-Hortega, su creador, el carbonato de plata amoniacal solo es amigo de quien le quiere comprender. No se amolda a la rutina de los ayudantes técnicos, en quienes descansa habitualmente todo el trabajo manual en los laboratorios de Histopatología; necesita de dedos ágiles manejados por un cerebro perspicaz y acucioso, dedos que hayan visto la suave precisión de los de Río-Hortega, cerebro que haya captado las estimulantes ideas del sabio histólogo español.

            Entonces el carbonato de plata amoniacal demuestra con las más bellas imágenes lo que el deseo del investigador solicita de él. Es suficiente variar el tiempo de la fijación formólica de los tejidos, el tratamiento previo de los cortes con algún mordiente, la duración en la permanencia o la temperatura del reactivo, la concentración o el grado de agitación del reductor, para poner de manifiesto ora las más delicadas apariencias del armazón cromático, ora los protoplasmas más refractarios a la coloración con anilinas, ora las neurofibrillas, las células neuróglicas, la microglía, la oligodendroglia, las epiteliofibrillas normales o patológicas, los centrosomas, las bandas de cierre, los pigmentos lipoideos, las melaninas y sus sustancias predecesoras, etc. (“Coloración rápida de tejidos normales y patológicos con carbonato de planta amoniacal”, Bol. Soc. esp. Biol. 1919; “Una sencilla técnica para teñir rápidamente neurofibrillas y fibras nerviosas”. Bol. Soc. españ. Hist. Nat., 1921 [pp. 364-371] “Varias técnicas selectivas para la tinción del tejido conectivo reticular”. Ídem, 1925 [pp. 204-201]; “Manera sencilla de teñir epiteliofibrillas y ciertos retículos protoplásmicos de difícil demostración”.  Idem 1926 [pp.107-113]; “Fundamentos y reglas de una técnica de impregnación férrica, aplicable especialmente al sistema retículo endotelial”, Ídem, 1927 [pp. 372-383]; “ Innovaciones útiles en la técnica de coloración de la microglía y otros elementos del sistema macrofágico”. [pp.199-210] Idem., 1927; y otros muchos datos aparecidos en la mayor parte de sus restantes monografías).

            Tan grande era la ductilidad del carbonato de plata en manos de Río- Hortega que ni él mismo consideraba suficientemente seguro que alguna vez se agotaran sus posibilidades. Por eso retrasó siempre lo que le era tan solicitado: escribir un trabajo donde se encontrasen reunidas las múltiples variantes que le habían servido para realizar sus más conocidos descubrimientos. Sólo cuando sintió llegar la enfermedad que ha paralizado su fecundo cerebro, se decidió a escribir concretamente sobre sus técnicas, labor que ha terminado mientras luchaba con el dolor y la consunción en el voluntario y hermético aislamiento en el que quiso pasar los últimos meses de su vida. (“El método del carbonato argéntico. Revisión general de sus técnicas y aplicaciones en Histología normal y patológica”. Arch. Histol. normal y patológica, 1943-1944).

            Docenas de investigadores de todo el mundo acudieron al modesto laboratorio de la Residencia de Estudiantes de Madrid con el ánimo de desentrañar los misterios de técnica tan genial y fecunda. Y pronto descubrieron todos ellos que el reactivo y su autor eran igualmente sencillos; hasta confundirse en una misma cosa, y partían hablando ya para siempre de “el carbonato” y de “don Pío”, frases ambas envueltas en un halo de afectuosa cordialidad. Ninguno pudo dominar la técnica sin alcanzar al mismo tiempo la amistad del maestro, ni nadie logró hasta ahora mejorar aún en el detalle los resultados técnicos del reactivo ni las ideas que ellos despertaron en la mente del creador.

            Río-Hortega tenía una destacada personalidad de artista. Su arte se manifestó de manera excepcional y en medio poco común, pero sus incontables horas de trabajo lo fueron de la actividad artística más pura. Artistas fueron sus mejores amigos; todas las obras de arte merecían su decidida admiración; decantado arte se desprende de sus maravillosos dibujos, realizados a veces en cortos minutos, el pincel saltando con inquietud de inspiración verdadera del guache al papel; admiración de artista le permitía contemplar sin descanso sus preparaciones e interpretarlas con tan asombrosa precisión; amor de artista tenía por su obra y la indignación, a veces graciosa por lo infantil, que le producían sus plagiarios y contradictores, sólo se encuentra semejante en almas de artistas verdaderos. Su extensa capacidad de observación, su afinidad hacia el detalle que a todos escapa, la finura de su crítica, el afecto que sentía por los objetos e instrumentos de trabajo, son otras tantas manifestaciones de su temperamento hipersensible, que se manifestó en forma de un paternal cariño hacia quienes tuvimos la fortuna de ser sus discípulos.

            No es éste el momento oportuno para detallar sus descubrimientos. Río- Hortega miraba todo con ojos propios; unos ojos que parecían distintos a los demás y que veían mucho más y diferentes cosas en las mismas estructuras que habían sido ya objeto de minuciosas requisiciones por expertos investigadores. Esta genialidad en la apreciación de las imágenes morfológicas, sumada a la habilidad técnica, dio resultados asombrosos. En 14 años consecutivos que trabajé a su lado, cada día ví al menos una cosa nueva, aprendí un artificio técnico y escuché de sus labios un concepto original. De contados maestros podrá decirse algo parecido. Lo publicado por Río- Hortega, aun siendo mucho, no es sino lo fundamental de sus descubrimientos, aquello que su rigurosa autocrítica y su tradicional pereza para escribir le permitían confiar a la a pluma.

            La originalidad de las ideas de Río-Hortega se manifestaba en todos los momentos y, entre otras cosas no menos extraordinarias, en ésta: nunca le vi consultar un libro o una monografía antes de emprender un trabajo; al contrario que casi todos los investigadores, buscaba la información necesaria a la publicación de sus descubrimientos cuando ya su criterio referente al problema estaba firmemente establecido sobre la base de sus observaciones personales. La inspiración brotaba del mismo, nunca de opiniones expresadas por otros; aún más, la lectura de las opiniones ajenas le solía exasperar porque a menudo les encontraba el defecto, realmente fundamental en un investigador, de repetir lo ya dicho otras veces por quienes observaron los hechos con más material y en primer lugar, únicos en quienes disculpaba errores de interpretación. He aquí el motivo, para muchos ignorado, de que Río-Hortega no haya escrito nunca un libro de texto o un tratado general. Esta clase de obras, cuya necesidad y mérito él no discutió jamás, quedaban fuera de su temperamento; todo su trabajo es original y jamás se avino a escribir lo que, como él mismo decía, ya estaba escrito.

             Pero, si no toda su obra, sí debemos citar aquí, al menos brevemente, los trabajos que le han dado más fama referentes a la microglía, a la neuroglia, a la epífisis y a los tumores cerebrales.

            La microglía, el llamado tercer elemento de los centros nerviosos, era totalmente desconocida en su real naturaleza antes de los trabajos de Río- Hortega, y a él debemos todo lo que hoy se sabe acerca de su morfología, origen y función. Como ya es del dominio de los especialistas, la microglía está formada por pequeñas células dotadas de prolongaciones arborescentes delicadas y muy espinosas, que se reparten en todos los territorios del sistema nervioso central; proceden del mesodermo, tienen movimientos amiboideos muy activos e intensa capacidad fagocitaria, durante la cual tienden a perder sus prolongaciones originando las llamadas células en bastoncito y cuerpos granuloadiposos. Estas actividades se manifiestan con especial intensidad en los procesos patológicos del encéfalo y singularmente en los de naturaleza inflamatoria.

            El descubrimiento de la microglía data de 1919 y las monografías originales correspondientes pueden encontrarse en el tomo IX del Boletín de la Sociedad española de Biología (“El tercer elemento de los centros nerviosos: I. La microglía en estado normal. II. Intervención de la microglía en los procesos patológicos. III Naturaleza probable de la microglía. IV, Poder fagocitario y movilidad de la microglía”). Todavía hay otros tres trabajos fundamentales sobre el tema: “La microglía y su transformación en células en bastoncito y cuerpos gránuloadiposos”. (Trab. Lab. Invest. Biol. Univ. Madrid, 1920; “El tercer elemento de los centros nerviosos; histogénesis y evolución normal, éxodo y distribución regional de la microglía” (Mem. Soc. españ. Hist. Nat., [tomo XI] 1921 [pp. 213-268 y 16 láminas), y “Lo que debe entenderse por tercer elemento de los centros nerviosos” (Bol. Soc. Españ. Biol., 1924).  El hallazgo de la microglía surgió de las variantes a las técnicas del carbonato de plata con las que es posible teñir los protoplasmas y se basan en la fijación breve de los tejidos, en la impregnación rápida en soluciones concentradas de plata y en la reducción en agitación continua. La microglía se tiñe en condiciones similares a como lo hacen los macrófagos fijos y libres de los demás tejidos y, en realidad, representa el sistema macrofágico de los centros nerviosos.

            La neuroglia genuina fue objeto de largos y fecundos análisis por parte de Río-Hortega. Su descubrimiento más importante en este campo es, sin duda, el de la neuroglia interfascicular, con escasas prolongaciones aferradas a las vainas meduladas de las fibras nerviosas, a la que llamó oligodendroglia. Esta variedad de neuroglia fue primero entrevista con técnicas similares a las que pusieron de manifiesto a la microglía. Más tarde, encontró Río-Hortega una modificación al método de Golgi del cromato de plata. por la que pudo determinar exactamente la morfología y la distribución de la oligodendroglia; nuevas variantes al método del carbonato pusieron recientemente en evidencia la oligodendroglia de los ganglios sensitivos y simpáticos. La información bibliográfica original sobre este tema se extiende desde 1921 a 1943 (“Estudios sobre la neuroglia; la glía de escasas radiaciones (oligodendroglia), Bol. Soc. españ. Hist. Nat., [pp.63-92], 1921: ¿Son homologables la glía de escasas radiaciones y las células de Schwann?”, Bol. Soc. españ. Biol., 1922; “Tercera aportación al conocimiento morfológico e interpretación funcional de la oligodendroglia”, Mem. Soc. españ. Hist. Nat., [tomo XIV, pp. 5-122], 1928; “Investigaciones sobre la neuroglia de los ganglios sensitivos y simpáticos” en colaboración con Prado y Polak, Arch.Hist. normal y patol, 1943). Además se ocupó de “La verdadera significación de las células neuróglicas llamadas amiboides”. (Bol. Soc. españ. Biol., 1918), de “Algunas observaciones sobre la neuroglia perivascular” (Bol. Soc. españ. Hist. Nat., [pp. 184-204]1925), del “Condrioma y granulaciones específicas de las células neuróglicas” (Idem, [pp. 34-55] 1925) y de “La neuroglia normal: conceptos de neurogliona y de angiogliona” (Arch. Histol. normal y patol. 1943).

            Sobre la glándula pineal los trabajos de Río-Hortega deciden claramente la morfología de las células parenquimatosas (“Constitución histológica de la glándula pineal”. Libro en honor de don Santiago Ramón y Cajal, 1922), establecen el contenido del parénquima epifisario en elementos neuróglicos genuinos (“Substratum neuróglico”, Arch. Neurobiol., 1929) y descubren en las células parenquimatosas verdaderos granos de secreción (“Actividad secretora de las células parenquimatosas y neuróglicas”, Arch Neurobiol., 1929).

            A la estructura de los tumores cerebrales ha dedicado dos gruesas monografías fundamentales (“Para el mejor conocimiento histológico de los meningoexoteliomas”, Arch. españ. Oncol., 1930, y “Anatomía microscópica de los tumores del sistema nervioso central y periférico”, Ponencia al Congreso Internacional del Cáncer, 1933) y otras menores en extensión, pero de conocimiento básico para los especialistas en la materia, tales como “Nueroblastomas” (Bol. Acad. Med., Buenos Aires, 1940), “Estudio citológico de los neurobifromas de Recklinghausen” (Arch. Histol. normal y patol, 1943), “Sincitio y diferenciaciones citoplásmicas de los meningoexoteliomas” (en colaboración con Prado y Polak, Idem, 1943) y “Contribución al conocimiento citológico de los oligodendrogliomas” (Idem, 1944). Según estos trabajos, los neurospongiomas no existen tal como fueron concebidos en los últimos años y los meduloblastomas no son tumores de naturaleza indefinida por demasiado embrionaria, sino neuroblastomas genuinos. La forma de las células en los tumores del sistema nervioso central, de conocimiento indispensable para establecer un diagnóstico exacto, sólo se pueden poner de manifiesto en la actualidad con el carbonato de plata amoniacal. La diferenciación entre los glioblastos y los neuroblastos tampoco puede establecerse sin el conocimiento de las técnicas y de las ideas de Río-Hortega.

            Libros y monografías escritas en todos los idiomas contienen, repetido en muchas páginas, el nombre del original investigador español junto a sus descubrimientos y expresivas ilustraciones. El nombre de Río-Hortega ha quedado vinculado para siempre al de algunas publicaciones científicas de relieve singular punto. Los Boletines de las Sociedades españolas de Biología y de Historia Natural, en los que vertió lo más selecto de sus trabajos, así como los Archivos españoles de Oncología, de Madrid, y los Archivos de Histología normal y patológica, publicados en Buenos Aires, de los que fuera fundador. Ninguna de estas dos últimas publicaciones ha contado larga existencia; la primera resultó interrumpida por la guerra, pero la última no debe quedar abandonada por la muerte del maestro. Todos los que fuimos sus discípulos estamos obligados a mantener en ella el nombre de Río-Hortega y es de esperar el apoyo más eficaz para ello, tanto del grupo de colaboradores argentinos como de la Institución Cultural Española; aquellos y ésta han dado buenas pruebas de su amor al trabajo científico, a la ciencia de habla española y al Dr. Pío del Río-Hortega, y mantendrán, sin duda, con la constante contribución de quienes estamos repartidos ahora por todo el mundo, los archivos en los que tanto amor y trabajo puso nuestro maestro.

             Río-Hortega quiso a su Patria con amor desinteresado de niño, con entrega incondicional de amante. Varón con espíritu de una pureza que, a fuer de singular, resultó incomprendida para algunos; hombre para quien las palabras amistad y patriotismo tenían su más elevado sentido, se entregó de lleno a su trabajo y a su país. Allí dirigió durante muchos años el Laboratorio de Histología Normal y Patológica que la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas le confió en la Residencia de Estudiantes, al mismo tiempo que se ocupaba de la dirección del Instituto Nacional de Oncología. Por sus discípulos y por su Patria recorrió las más famosas universidades del mundo y París, Berlín, Praga, Leyden, Bruselas, México, Montevideo, Santiago de Chile y Buenos Aires escucharon sus conferencias y cursos técnicos en diversas ocasiones. Por su país solicitó entrar en el acribillado Instituto de Oncología, entre el tupido fuego de las armas germanas, a rescatar el radio y los instrumentos transportables en tan duras condiciones, que depositó en el Banco de España. Por su desgraciada Patria renunció a puestos brillantes y bien remunerados que le ofrecieron cuando salió de ella y de la que nunca quiso apartarse.

            Nada en el mundo podía ser comparado en la castiza imaginación del sabio, a su terruño natal. Ese terruño de arcilla rojiza de la que con tanto trabajo obtiene el campesino castellano su miserable sustento y cuya lejanía en la hora de la muerte ha debido ser para tan gran patriota el más duro de sus muchos sufrimientos. Ese terruño barrido por todos los vientos y azotado por todos los climas, que algún día no lejano habrá de acoger definitivamente sus restos como, sin duda, acogió ya sus últimos y más amados pensamientos

Isaac COSTERO

Ciencia, vol. VI, nº 5-6, 1945, 10 de julio de 1945, pp. 193-197


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El homenaje de José Puche Álvarez a Germán Somolinos hace medio siglo

Dos relevantes médicos españoles republicanos – José Puche Álvarez (Lorca, 31 de agosto de 1895-México, 3 de noviembre de 1979) y Germán Somolinos d’Ardois (Madrid 24 de febrero de 1911- México, 23 de junio 1973)- compartieron exilio en tierras mexicanas. Puche, ex rector de la Universidad de Valencia durante la guerra civil, sobrevivió a Somolinos, a pesar de que le llevaba más de quince años.

Gracias a casualidades de la vida, que explicaré más en detalle en un acto que se celebrará el próximo 18 de octubre en la sede del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS) del CSIC, me he sumergido en los últimos meses en la vida y la obra de uno de los grandes historiadores de la medicina del tercer cuarto del siglo XX como se comprobará en un sitio web que se presentará ese día que he construido con un equipo formado por Irati Herrera Ros y Teresa López y con la ayuda técnica de Sonia Jiménez.

En ese acto los herederos de Germán Somolinos, particularmente mis colegas del CCHS Helena Rodríguez Somolinos y Juan Rodríguez Somolinos, sobrinos de su tío Germán, donarán generosamente una serie de papeles que su familia ha conservado amorosamente durante décadas sobre la vida y la obra de ese relevante médico que llegó a México exiliado antes de cumplir los treinta años. Luego en su nueva patria de adopción rehizo su vida, se nacionalizó mexicano, y dedicó sus energías, tras consolidarse profesionalmente como médico, a su pasión por la investigación histórico-médica. En sus estudios como historiador de la medicina dedicó el grueso de sus energías a estudiar la vida y la obra del médico renacentista Francisco Hernández, enviado por Felipe II en la década de 1570 a estudiar las plantas medicinales mexicanas.

Germán Somolinos falleció cuando acababa de cumplir 62 años, encontrándose en plena actividad intelectual. Su temprana desaparición no sólo conmocionó a sus familiares -estaba casado con Marisa Palencia Oyárzabal, hija del artista, crítico de arte y diplomático republicano Ceferino Palencia, y de Isabel de Oyárzabal, la primera mujer embajadora de España, y destacada feminista republicana- sino también a sus numerosos amigos mexicanos y españoles exiliados. Uno de ellos fue José Puche, quien publicó hace cincuenta años -el 30 de septiembre de 1973- una sentida necrológica en las páginas de la revista Ciencia, el principal portavoz de la diáspora científica republicana.

He aquí sus contenidos.

Germán Somolinos d’Ardois

         Este amigo verdadero, bueno y leal, terminó su jornada entre nosotros. La contemplación de su existencia conforta por su ejemplaridad. Germán llenó su vida con deberes cumplidos, cultivando fervorosamente los valores eternos, abnegado en el trato con sus deudos y amigos y practicando, sin afectación, las virtudes humanas.

         El valor de la existencia no puede ser medido utilizando un parámetro aislado. Vivir muchos años puede significar muy poco, además, los achaques de la senectud suelen ser desoladores. No tiene calificación estimable la fortaleza, en su aspecto elemental, ni la ostentación del esfuerzo. Poco vale el envanecimiento de las competencias. La simulación, el engaño, ¿a dónde conducen? Tampoco parece prenda segura el poder, aunque sea mucho y adquirido en buena lid, situación inusitada, ya que, a la hora de administrarle, no faltan cerca del poderoso aduladores o consejeros ruines que, con su servilismo, lo desvirtúan. Llegando a sortear este peligro, todavía el poder, exento de virtudes, puede malograrse, infligiendo deformaciones imprevisibles sobre el espíritu mejor templado.

          Una valoración inteligible de la persona debe realizarse necesariamente a través de varios parámetros cualitativos. Acumulan valor el trabajo inteligente, los propósitos honestos y la disposición de compartir con los demás los bienes que circunstancias afortunadas nos hubieran deparado.

          Estas reflexiones afloran ante el recuerdo de las excelencias del amigo que acaba de dejarnos.

         En la plenitud de su brío, Somolinos pronunció un discurso memorable ante la Academia Nacional de Medicina, glosando la importancia del trabajo de los médicos españoles que el exilio republicano trajo a México. Aquella disertación conmovió a nuestros coterráneos y también a nuestros colegas y amigos mexicanos punto el acto tuvo tal relevancia que fue preciso difundir su contenido para darlo a conocer a los españoles republicanos. El Ateneo Español de México tomó la iniciativa de publicar el discurso con los comentarios de los doctores Ignacio Chávez, Salazar Mallén y Fernández del Castillo. Hubo que agregar una presentación, tarea que asumí, con especial agrado, por la admiración y el afecto que unió a Germán Somolinos y que comparto con los tres colegas mexicanos que le acompañaron en aquella sesión de buen recuerdo.

         Dije entonces: “nuestro amigo pertenece a ese limpio linaje de españoles prestos a defender las causas justas, los valores humanos, los ideales nobles…”  En efecto, el linaje a que deseaba referirme era el simbolizado por Cervantes al crear la figura del maltratado caballero.

          La dignidad, el esfuerzo desinteresado, el valor, la bondad, formaban el paradigma quijotesco. Precisamente, por eso, fuera cruelmente escarnecido y objeto de mofa para los “patanes” y “logreros”. El caballero apaleado, siempre en trance tragicómico, sigue confiando en los que se burlan de él, hasta la muerte, porque sueña como debiera ser y no como suele ser la gran mayoría: gentes mezquinas, aligeradas de todo impedimento, que buscan en la vida únicamente su provecho o satisfacciones instintivas.

          En su actitud ante la vida, la conducta de Somolinos armonizaba con la del hidalgo que sigue impertérrito ante los descalabros y las calamidades. Ejerció su profesión con singular competencia y decoro. Pero su campo de aventura, sus actividades preferidas, fueron las vinculadas a la historia de la Medicina.

          Sus trabajos historiográficos se caracterizan por la información rigurosa, el comentario inteligente y la amenidad de su prosa, impregnada de buen gusto y de profunda erudición.

          Se aprecia también en la manera de tratar los temas elegidos el perfil del investigador, técnica de trabajo que debió aprender junto al forjador más destacado de la ciencia española, D. Santiago Ramón y Cajal.

          El estudio de Somolinos que precede a la edición de las obras completas de Francisco Hernández, editadas por la Universidad Nacional Autónoma de México, constituye una de las más brillantes realizaciones historiográficas que se hayan publicado en lengua española. La edición de la Universidad es sencillamente insuperable y el estudio preliminar que escribió José Miranda sobre Las Españas de Felipe II da a la vida y la obra de Francisco Hernández un valor que, siendo merecido, coma nunca antes pudo alcanzar.

          Sus aportaciones y esclarecimientos acerca de la Medicina Mexicana prehispánica reúnen, con la autenticidad histórica de los relatos, la calidad estética del arte de los antiguos pobladores. Sus hallazgos en las tradiciones y códices autóctonos van acompañados de acendrado entusiasmo y enamoramiento por ellos.

          El compendio de Historia de la Medicina que compuso Somolinos señala sabiamente los momentos más decisivos del progreso de la Medicina Universal.

          Refiriéndose a las vicisitudes de la historia de nuestro país de origen, Somolinos, recordando a Miguel Servet, en la revista Las Españas dice así: “España, desde tiempos muy remotos, se desprende periódicamente de lo más florido y avanzado de su intelectualidad, enviándola a rodar, desvalida y desconectada, por países extraños e inconexos.

          Pocos de estos españoles vuelven a su patria y, sin embargo, ¡he aquí lo maravilloso del español!, estos expulsados o huidos son los que más han laborado y con mayor eficacia por el conocimiento universal de España y a quienes se deben la mayoría de los hechos universales de la historia española”.

         Este dolorido comentario no cuenta para los miles de españoles que tuvimos la fortuna de llegar a México, pues aquí la inmensa mayoría de los expatriados españoles encontraron una Patria donde rehacer sus vidas, como lo supo hacer tan acendrada y gloriosamente Germán Somolinos. – J. PUCHE.

Ciencia, XXVIII, 3, 30 septiembre 1973, pp. 127-128.


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La vinculación con la JAE del catedrático de instituto Antonio Jaén Morente entre 1911 y 1913

Antonio Jaén Morente tuvo una dilatada trayectoria vital . Nacido en Córdoba en 1879 falleció en el exilio en San José de Costa Rica en 1964.

Antonio Jaén Morente hacia 1902, con poco más de veinte años.

A principios del próximo mes de abril de este año de 2019 hablaré de él en un congreso sobre el exilio que ha organizado la Diputación de Córdoba en el marco del programa de actividades conmemorativas del 80 aniversario del inicio de la diáspora republicana (ver aquí).

Trabajando en estos días en su trayectoria biográfica como catedrático de instituto, -función que ejerció desde que consiguió la cátedra en 1910 trabajando en Cuenca (por muy breve tiempo), Segovia, Córdoba, Sevilla y nuevamente Córdoba-, como investigador, como político republicano, como diplomático y como exiliado, me he percatado que sus biógrafos, entre los que destaca Manuel Toribio García, no han tomado en consideración un documento que presento a continuación en las dos obras principales dedicadas a su vida y obra como son las siguientes.

Tal documento se conserva en su breve expediente del archivo de la JAE, formado por siete hojas. Está fechado en Madrid el 14 de febrero de 1913 cuando llevaba poco tiempo vinculado al Instituto de Segovia. Muestra su estrecha relación con Rafael Altamira, quien en abril de 1911 le consiguió una ayuda de la JAE para hacer una investigación de corta duración en archivos de Córdoba y Sevilla sobre Los afrancesados en Andalucía, en el marco de las actividades que promovía en la sección de Historia contemporánea del Centro de Estudios Históricos. El 21 de noviembre de 1912 desde Segovia Antonio Jaén solicitó prorrogar su vinculación con el Centro de Estudios Históricos para culminar ese estudio que había iniciado meses atrás, del que no se tiene constancia que lo finalizara.

Pocos meses después se dirigirá nuevamente al presidente de la JAE, que era Santiago Ramón y Cajal, para desplazarse a Italia con vistas a proseguir sus estudios de historia moderna y contemporánea y adentrarse en el conocimiento de la metodología de esa ciencia y el «modo de concebirla y explicarla». Su intención era adscribirse a la Escuela española de Historia y Arqueología que dependiente del Centro de Estudios Históricos venía funcionando en Roma desde 1910, institución a la que se dedicó un importante libro en su centenario, en el que tuve la fortuna de colaborar.

En una detallada exposición explica Antonio Jaén por qué deseaba trasladarse a Italia, y particularmente a Roma, y muestra su familiaridad con la historiografía italiana del momento en la que destacaban historiadores como Amedeo Crivellucci (1850-1914). Aparte de su interés por conocer de manera práctica cómo concebían y explicaban la historia moderna los universitarios italianos también detalla su afán de localizar manuscritos existentes en Roma sobre la historia de los países ibéricos que había catalogado en el siglo XVIII el jesuita Hervás y Panduro o si esa tarea era imposible formar un epistolario con los fondos que procedían de la antigua biblioteca Borghese.

La pensión no le fue concedida cuando la solicitó. Poco después se inició la Gran Guerra que afectó de manera profunda al funcionamiento de la JAE y de la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma. De ahí que cuando el 14 de mayo de 1918 una comisión vio de nuevo la petición de Antonio Jaén según consta en su expediente de la JAE cayese en saco roto de manera definitiva su petición de recibir una pensión en el extranjero.

Entre tanto logró publicar dos interesantes monografías en su época de catedrático en Segovia como fueron sus libros de 1916 y de 1917 Segovia y Enrique IV y Retratos de mujeres: estudio sintético de la evolución del retrato en la pintura española. Luego sería autor de una Historia de Córdoba que ha tenido siete ediciones desde 1921, de numerosos manuales entre los que destacaría una Historia de América y una Geografía de América que fueron elegidos como manuales obligatorios de esas asignaturas en un concurso organizado por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1929 y de interesantes textos sobre historia del arte ecuatoriano en su época de exiliado en la República del Ecuador entre 1939 y 1953 como su folleto publicado en Guayaquil en 1948  De la imaginería quiteña: La mística y otros motivos.

Anteriormente durante la Segunda República fue diputado de las Cortes constituyentes, ejerciendo como líder de la minoría africanista en el Congreso de los Diputados durante 1932, y representante diplomático de la república española en el Perú. De esa experiencia diplomática hizo balance en su interesante libro La lección de América publicado en 1934. Tras ejercer de director del Instituto de Córdoba volvió a ser elegido diputado, obteniendo el mayor número de votos, en la candidatura presentada por el Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. Tras el estallido de la «guerra incivil» fue designado en 1937, siendo ministro de Estado José Giral, ministro plenipotenciario de España en el Extremo Oriente, Filipinas y Guam, y cónsul general en Manila entre 1937 y 1939.

Presento a continuación la transcripción de su instancia al presidente de la JAE allá por 1913 en la que solicitaba una pensión para desplazarse a Italia, particularmente a la Escuela Española de Arqueología e Historia dependiente del Centro de Estudios Históricos que la JAE había creado en 1919, documento que presenté brevemente líneas arriba.

Excmo. Sr. Presidente de la Junta para ampliación de estudios e investigaciones científicas.

D. Antonio Jaén Morente, Catedrático dos veces por oposición de Historia y Geografía, en el Instituto de Segoviaa V. E. con todo respeto expone: 

         Que, acudiendo a la convocatoria que para la concesión de pensiones en el extranjero se hace en la Gaceta de 17 de enero pasado y deseando seguir completando sus trabajos de investigación a V. E. manifiesta: Que dentro de su modesta esfera científica y por razones profesionales dos cosas le han preocupado con preferencia: 1ª, los estudios de Historia de España moderna y contemporánea; 2ª, la Metodología de esta ciencia y el modo de concebirla y explicarla.

    A la comprensión de ambos extremos tiende sus esfuerzos científico-didácticos, laborando en la actualidad por un tiempo de dos meses, en el Centro de Estudios históricos dependiente de esa Junta.

 

         Pide hoy a la Junta de su dirección se sirva concederle una pensión para ir a Roma a ser posible en la Escuela de Arqueología,pues quiere ver en Italia, 1º prácticamente como se enseña la Historia en las Universidades italianas y especialmente en la Capital.

         La Universidad de Génova donde explican Historia moderna Luigi Stafetti y Gabotti, la de Turín donde profesan Pidele Segre y Lemni; Bolonia, donde principalmente llevan la dirección Gasperoni, Sorboni y Urbani; Nápoles, con Scheppa le interesan especialmente para documentar su estudio. 

         Pero fundamentalmente y por eso decía antes que a ser posible desearía ser agregado a la Escuela española de Arqueología de Roma, cree podría ser para él y su asignatura de mayor utilidad la “Storia moderna” explicada en la Capital// de Italia por Crivellucci Amadeo y la “Storia del risurgimento italiano” que profesa Michels donde por su mayor carácter de contemporaneidad se estudia y metodiza la Historia casi actual y presente. 

         La organización y el avance histórico de Italia se ha modificado profundamente a partir del último Congreso de Roma y como el solicitante cree que en la Universidad Central, en la Escuela del Magisterio y en el Instituto histórico de dicha ciudad, se podrá apreciar perfectamente esta orientación y además su manifestación metodológica es por lo que pide la residencia en Roma aunque con autorización para extender con brevedad sus investigaciones a otras Universidades italianas, que aun dentro de la unidad común puedan tener otra modalidad digna de servir de enseñanza.

         Hay otro objeto a la vez principal y complementario de la pension que solicita: Hervás y Panduro ha dejado inédito un “Catálogo de manuscritos de escritores españoles y portugueses que se hallan en las bibliotecas de Roma”: excepción hecha de la Vaticana. Este catálogo que combenientemente (sic) modernizado quizá convendría modernizar (tachado) publicar por ser muy poco o casi nada conocido, puede servirme de base para entresacar de esos manuscritos los que tengan carácter histórico o metodológico de la Historia, estudiando esta rama de pedagogía española que ahora empezamos a rehacer; dando a conocer los que realmente tengan importancia, incorporando unos a la bibliografía y otros a la circulación, si su contenido lo merece.

         No se conoce en la actualidad mas que un ejemplar del referido catálogo pues otro que fue propiedad de D. Vicente Lafuente no lo he podido encontrar a pesar de mis esfuerzos, pareciéndome de manifiesta utilidad para los estudiantes españoles en Roma.

         Si por el tiempo transcurrido desde la formación del catálogo fuera imposible rehacerlo en lugar y biblioteca tan preciada colección de escritos ibéricos cuya pista, clasificación y aun publicación combiene (sic) intentar, o si tal empeño pareciese a la Junta poco llevadero dada la magnitud de la empresa por mi humilde personalidad me vería // muy complacido con haber llamado la atención de los estudiantes en Roma sobre tal catálogo. 

 

         Debiendo advertir también, no porque lo ignore la Junta, que en el archivo que fue de los príncipes de Borghese (hoy en la Vaticana) y en los papeles llamados “Nunziatura di Espagna” hay una preciada colección de cartas españolas con las que metódicamente puede formarse un epistolario de verdadera importancia histórica y didáctica, quizá mas llevadero y fácil de hacer por el solicitante, a ser imposible el otro trabajo por haber desaparecido la huella para formar de nuevo la metódica colección de Hervás y Panduro. 

         Además pido a la Junta ir a Italia, porque no habiendo aun estudiado fuera de España desearía ampliar mi horizonte científico con extranjeras enseñanzas: Porque no siendo con el auxilio oficial es imposible pueda realizar tal deseo: además no conociendo hoy mas idiomas que el francés y el italiano y pudiendo traducir los otros idiomas y dialectos neolatinos no tengo preparación para ir con aprovechamiento mas que a estos países, mientras gradualmente me preparo para otras excursiones, habiendo elegido Roma por su enorme interés que sería inútil y pedante querer ahora explicar, máxime después de la afirmación generalmente sostenida por didácticos y tratadistas españoles, que como el Sr. Altamira han dicho en el libro “Cuestiones Modernas de Historia”, la significación de Roma para los españoles como centro de estudios históricos.

         Serían imaginativos todos los datos que en cumplimiento de la convocatoria yo pudiera añadir referentes a cuantía y tiempo de la pensión; la Junta con su superior criterio podrá dirigir e ilustrar al solicitante que aspira como resumen de su larga exposición al conocimiento, no ideal y teórico de los libros, sino práctico  y de inmediata observación de cómo los universitarios italianos conciben y explican la Historia moderna, a documentar estas observaciones con lo que referente a su especialidad histórico-metodológica halle en los manuscritos casi del todo inéditos que catalogó Hervás y Panduro o en su defecto como decía antes a la formación de un “Epistolario español de la antigua biblioteca Borghese”:residiendo para esto en Roma como centro y base de sus investigaciones , aprovechando al mismo tiempo en todo momento y ocasión precisamente por amor a lo español el encuentro con otro medio civilizador que aunque de tipo latino tiene su propia y personal modalidad.

         Espera merecer de la Junta la gracia y pensión que solicita, sin añadir en su solicitud hojas de servicios ni de estudios porque la mejor es a su juicio el haber merecido aunque por plazo breve trabajar en una de las secciones que dependen de esa Junta.

         Señor Presidente guarde Dios a V.E. muchos años.

         Madrid 14 de febrero de 1913

                   Antonio Jaén.


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Antes de su exilio Pedro Carrasco y Garrorena sucedió a Echegaray en su cátedra

 

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Ilustración de Mikel Murillo para Ciencia de acogida

En el ejemplar de El Sol del viernes 17 de mayo de 1918, en la sección semanal dedicada a la Ingeniería y Arquitectura, M.M.C. -siglas que probablemente corresponderían a Manuel Moreno Carracciolo, uno de los colaboradores de esa sección que dirigía el ingeniero Federico de la Fuente- informó a sus lectores de la oposición en la que se dilucidó quién sustituyó en su cátedra de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central a José Echegaray (1832-1916), el científico, político y dramaturgo que había dado un gran impulso en la España del último tercio del siglo XIX a los estudios de física matemática, según ha destacado en diversos estudios José Manuel Sánchez Ron, 

Dada la riqueza del testimonio de Manuel Moreno Carracciolo, a pesar de algunas opiniones discutibles como su minusvaloración de los científicos del Sexenio democrático, me permito reproducirlo en su integridad a continuación, pues nos ofrece información sobre un momento importante de la trayectora académica de Pedro Carrasco Garriorena que sus mejores biógrafos – José M. Vaquero y José M. Cobos- trataron muy someramente.

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Pedro Carrasco Garrorena

He aquí el testimonio de Manuel Moreno Carracciolo, al que de vez en vez hago apostillas.

Hace tres años, en el tablón de anuncios del Ateneo, donde se previene al público de las horas en que conviene abstenerse de entrar en el salón de sesiones, so pena de escuchar alguna conferencia soporífera, apareció el aviso referente a un curso de «Teoría de la relatividad», explicado por D. Pedro Carrasco y Garrorena. [En otra entrada de esta bitácora di cuenta de ese curso que formó parte de un importante ciclo de conferencias organizado por el Ateneo de Madrid en 1915. Ver aquí]

Cuando había pasado, con creces, la hora de la conferencia, entramos en la docta casa y sufrimos una reprimenda del bondadoso presidente de la sección de Ciencias, D. Luis Hoyos. [Luis de Hoyos (1868-1951) había sustituido ese año de 1915 en la presidencia de esa sección a Eduardo López Navarro según la lista de socios del Ateneo de 1914 que se puede consultar aquí]

– ¡Pero hombre! ¿Cómo no ha venido usted a oir a Carrasco? ¡Lo que se ha perdido usted! Es una maravilla de claridad con que ha expuesto las más difíciles cuestiones de física y de matemáticas. No en balde lleva seis años de ayudante de Echagaray en su cátedra de la Universidad.

Asistimos arrepentidos a las siguientes conferencias, y confirmamos plenamente el exacto juicio de D. Luis Hoyos. Aquel muchacho dominaba la física moderna, y sus explicaciones, claras y sencillas, recordaban a las de su maestro Echagaray.

Muerto el sabio catedrático, [en 1916] único prestigio científico de la mediocre generación que asistió a la inútil revolución septembrina y a la ramplona restauración monárquica, fue necesario proveer su cátedra, y por feliz casualidad se han guardado en este acto científico-administrativo los respetos debidos al ilustre D. José.

El tribunal de oposiciones, a pesar de haber sido propuesto por el Consejo de Instrucción Pública, estaba formado por personas competentes. Lo presidía D. Augusto Krahe, (1867-1930) nuestra primera autoridad matemática, y lo formaban con él, Cabrera, (1878-1945) el renovador de la enseñanza de la física; Vela, (1865-1927) uno de los más prestigiosos astrónomos del Observatorio de Madrid, y Risco (1888-1954), que en plena juventud ha ganado la cátedra de Termología en la Facultad de Ciencias de la Central. [la cátedra que gana en Madrid es la de Acústica y Óptica tras haberla desempeñado desde 1914 en la Universidad de Zaragoza]

Con Carrasco, el discípulo y ayudante de Echegaray, luchó en estas oposiciones D. Vicente Burgaleta, ingeniero industrial y doctor en Ciencias, que ha demostrado en el curso de los ejercicios una cultura y una capacidad realmente excepcionales. Nos dicen que en oposiciones celebradas hace poco en la Escuela Central de Ingenieros Industriales fue pospuesto a otro de los opositores. [años después el ingeniero industrial Vicente Burgaleta (Valladolid 1891) emigraría a Bolivia donde llevaría a cabo una relevante carrera empresarial y académica, poco conocida] O su contrincante era una verdadera eminencia, o el tribunal calificador se parecía muy poco al que acaba de actuar en estos momentos y que, después de hacer justicia a los méritos de los dos aspirantes, ha propuesto a D. Pedro Carrasco [1883-1966] para substituir a Echegaray en la cátedra de Física matemática de la Universidad Central.

Y todos ellos, jueces y opositores, han hecho algo más que realizar un acto de justicia los unos y un brillante alarde de su competencia los otros: han rendido un postrer homenaje a la memoria de aquel hombre sabio y bueno que regentó en los últimos años de su vida la más alta cátedra de la Facultad de Ciencias.

Si Echegaray hubiera presenciado los ejercicios, habría felicitado, seguramente, a los opositores y a los jueces.

M.M.C.

Pedro Carrasco Garrorena en la Red.-

https://es.wikipedia.org/wiki/Pedro_Carrasco_Garrorena

https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2959901

http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-35422008000200017

http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=57028302005

http://cienciadeacogida.org/es/expo/protagonista/pedro-carrasco-garrorena

Nuestro Sol, uno de tantos – Pedro Carrasco Garrorena en Ciencia de Acogida

http://www.hoy.es/v/20101218/sociedad/pedro-rafael-carrasco-garrorena-20101218.html

 

 

 


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Ortega sociólogo, el ácido nítrico y la Escuela industrial de Buenos Aires en El Sol 15 febrero 1918

 

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Retrato de José Ortega y Gasset por Joaquín Sorolla

En la primera página de El Sol del viernes 15 de febrero firmaba José Ortega y Gasset (n. 1883) una de sus habituales colaboraciones en ese diario, que fue una de sus empresas políticas como analizara hace años Gonzalo Redondo. En esa ocasión el artículo que firmaba se titulaba «Hacia una mejor política. Un poco de sociología«, en el que citaba  Civilización primitiva de Taylor, refiriéndose probablemente a una traducción al castellano de la obra clásica de la antropología Primitive culture del británico Edward Taylor (1832-1917), publicada en 1871. El artículo se iniciaba con esta reflexión:

Uno de los fenómenos más extraños que la Historia presenta, es la tolerancia de los hombres para la perduración de instituciones políticas reconocidamente ineficaces. Todos estamos de acuerdo en que este o el otro organismo nacional no sirve ya para cumplir su misión; parecería natural que inmediatamente se le sustituyese o modificase; cuando menos, que meditásemos con toda urgencia su relevo. Sin embargo, no solemos hacer esto. Al contrario, sentimos vagamente la impresión de que aquel organismo es, como el rocío o la marea, un hecho cósmico irremediable.

El Sol Ingeniería y Arquitectura

La última página del diario se cerraba ese día con la sección semanal dedicada a la Ingeniería y Arquitectura. En ella su responsable el ingeniero Federico de la Fuente firmaba el artículo «La formación sintética del ácido nítrico. Proceso teórico«, cuyos objetivos los planteaba de esta manera:

Al coger hoy la pluma para continuar nuestra interrumpida charla sobre la oxidación del nitrógeno atmosférico y ulterior formación del ácido nítrico, nos hallamos verdaderamente perplejos; y es que resulta difícil explicar sin aparato técnico lo que ocurre cuando la mezcla de nitrogeno y oxígeno, que constituye el aire atmosférico, se pone en contacto con el arco eléctrico, cuya temperatura media es de unos 3.600 º centígrados. Aun para los versados en la química aparece un tanto velado lo que allí ocurre, y los mismos sabios no están acordesm ni mucho menos, al apreciar los variados detalles que acompañan al fenómeno fundamental producido dentro del horno eléctrico. En la marcha general del fenómeno y resultados finales, sí existe la uniformidad de pareceres, y a esas líneas generales y resultancias acomodaremos nuestro relato.

Junto a ese artículo aparecía una amplia noticia sobre la Escuela Industrial de Buenos Aires, basada en su Memoria del curso 1916-1917, redactada por su director el ingeniero Eduardo Latzina (n.1874). En esa Escuela, que es la que hoy se llama Otto Krause, cuyo plan de estudios y organización, hacía pensar en un «tecnicum» alemán o suizo más que en una escuela de habla española, se cursaban cuatro especialidades: mecánica, eléctrica, química y construcciones.

Su «soberbio» edificio – como se aprecia en la siguiente tarjeta postal, – se había inaugurado en 1909 cuando Buenos Aires ya tenía casi 1.250.000 habitantes. Estaba emplazado, no tanto en la calle de Chile, como se dice en El Sol, sino en Paseo Colón, entre México y Chile, vereda este, y disponía de amplios y bien dotados laboratorios y talleres.

Escuela_Industrial_de_la_Nación_(ca._1910)

Pero por detrás de tan hermosa fachada también existían problemas. Refería en su memoria el ingeniero Latzina que para engrandecer la industria argentina había tratado de implantar la enseñanza de la cerámica, recogiendo  y analizando en sus laboratorios más de 150 muestras de tierras provenientes de todas las regiones de la República; que había construido un torno de alfarero y una pileta para el lavado de las tierras, y que había instalado un pequeño horno para fabricar objetos de loza. Pero cuando iban a comenzar los ensayos fueron declarados cesantes el jefe del taller y el químico nombrados para esas enseñanzas.

La lectura de esa frustrada iniciativa tecnológica le hizo recordar al anónimo comentarista de El Sol probablemente el mismo Federico de la Fuente otros pintorescos desaguisados hechos en España. Y entonces nos dice lo siguiente, trasladándose de la Argentina a nuestro país para denunciar las corruptelas de ciertos jerifaltes del partido liberal como Julio Burell (n. 1859).

En cierta ocasión quisieron los fabricantes de Béjar tener un buen profesor de tintorería en la escuela de su ciudad, a cuyo efecto ofrecieron al Gobierno pagar un sobresueldo al catedrático  y contribuir, con dinero y elementos de trabajo, a los gastos de material. Pero el señor ministro nombró a un su amigo (para eso dijo que estaba en el ministerio, para dar «cosas» a los amigos), de tan supina ignorancia, que apenas tomó posesión de su cátedra, retiraron los fabricantes sus ofrecimientos y su dinero, y los alumnos desertaron en masa.

El conflicto lo resolvimos de un modo sencillo y admirable. No se admitió matrícula en la clase de tintorería, al profesor ignorante se le envió, ascendido, a disparatar en otra escuela y al despreocupado ministro lo hicimos presidente del Consejo y jefe del partido liberal.

Y casi al mismo tiempo que se desbarataba la enseñanza de cerámica en la Escuela Industrial de Buenos Aires, cuando todas las naciones civilizadas procuraban ampliar los estudios prácticos a costa de los puramente especulativos, suprimía Burell de un plumazo la cátedra de Motores hidráulicos y máquinas de vapor de la Escuela Industrial de Madrid (donde era profesor Federico de la Fuente), y creaba en su lugar una de Derecho vigente para regalarla, en amañado e ilegal concurso, a un político profesional.

Publicaba también esa sección una amplia selección de reseñas de libros y revistas, entre las que cabe destacar los siguientes artículos: «Máquinas térmicas» del capitán H. Riall Sankey en The Journal of the Institution of Mechanical Engineers, «La tracción eléctrica con acumuladores» del ingeniero Vallauri publicada en Giornale del Genio Civile el 31 de octubre de 1917; «Las carreteras militares en tiempos de guerra», de William D. Sohier, que era el presidente de la Comisión de Carreteras del Estado de Massachusetts, publicado en Engineering News Record el 13 diciembre 1917; «Las bases científicas del racionamiento» en Nature, enero 1918; «El problema de la construcción de casas» por el ingeniero inglés William Walker en The Surveyor. The  Municipal and County Engineer, 18 enero 1918.

 


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Castelao, la fotografía aérea, la situación de la instrucción pública en la Argentina y los premios del Instituto San Isidro en El Sol de 11 febrero 1918

El lunes11 de febrero de 1918 se incorporó  al diario El Sol un nuevo colaborador que fue presentado así por el periódico a sus lectores: «Desde hoy colabora en EL SOL el dibujante gallego Alfonso Castelao. Sus caricaturas son una demostración del fino humorismo y la gracia tipica de la región galaica. Castelao es un artista cuyos trabajos satisfarán, sin duda, a nuestros lectores.

Esta era su primera caricatura visible en la primera página junto a una larga afirmación sobre la campaña alemana que según el editorialista de El Sol procuraba desestabilizar la campaña electoral que se estaba desarrollando en el país.

 

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Caricatura de Castelao. El Sol 11 febrero 1918

 

Pero además de abundantes noticias políticas como el artículo «Opiniones sobre el nacionalismo vasco» de Angel de Zabala (n. 1866), sucesor de Sabino Arana en la jefatura del Partido Nacionalista Vasco, en el que discrepaba de las posiciones conciliadoras que había expresado dias antes en El Sol Eduardo Landeta,  el diario también ofrecía también informaciones sobre actividades científicas, culturales y educativas tanto en España como en el extranjero.

Así el corresponsal del periódico Ramón de Goyenuri (seudónimo de Ramón Belausteguigoitia Landaluce (n. 1891) en su artículo «La fotografía desde el aeroplano. Cómo obtiene sus mapas militares el ejército inglés» enviado desde el cuartel general inglés explicó que no había secretos para un ejército que tuviese asegurado su dominio aéreo sobre el enemigo tras ver el funcionamiento de un taller destinado a la obtención de mapas construidos con arreglo a las fotografías que tomaban los aviadores en el frente. Y subrayó la importancia de la fotografía aérea para la elaboración del catastro que debía ser obra de aeroplanos argumentándolo así: «El aeroplano, en cambio, viene a revolucionar el procedimiento. Una fotografía de aeroplano abarca una zona de uno o dos kilómetros. Todo está allí señalado. Un ingeniero, un delineante, hacen los cálculos de distancia necesarios y lo transforman bien pronto en un plano. Yo tengo para mí que el aeroplano es no sólo el gran medio de hacer un catastro rápido, sino de evitar las omisiones y los grandes fraudes de la tierra.»

Por su parte el crítico de arte del periódico Francisco Alcántara (n. 1854) dedicaba su columna «La vida artística» a resumir ampliamente el folleto ilustrado con nueve vistas y dos dibujos que acababa de publicar Vicente Lámperez y Romea (n.1861), «benemérito historiador de la arquitectura cristina» sobre el castillo de Belmonte (Cuenca), un «romántico ejemplar de arquitectura de la Edad Media».

 

Castillo

Castillo de Belmonte (Cuenca)

 

 

Y además el diario se hizo eco del acto académico celebrado el día anterior en el Instituto de San Isidro de Madrid en el que se repartieron diplomas a los alumnos premiados en el concurso de 1917 a 1918, al que asistieron cerca de mil escolares, «con notable proporción del elemento femenino, que cada año en mayor número acude a aquellas aulas». El claustro de profesores estaba presidido por el director Manuel Zabala (n. 1852). En la fiesta participó una banda formada por alumnos de la Fundación Caldeiro.

El Sol Pedagogía e Instrucción Pública

 

En la sección Pedagogía e Instrucción Pública su responsable Lorenzo Luzuriaga (n.1889) firmaba el artículo «Los sueldos de los maestros», continuación de la serie que estaba dirigiendo a las próximas Cortes. En él enfatizaba la importancia del maestro como pieza fundamental del sistema educativo, como había evidenciado la labor de Tomás Arnold, el «maestro de la Inglaterra contemporánea» como reorganizador de las public schools inglesas. Y argumentaba que «no podremos disponer, en el número que es debido, de eficientes y entusiastas maestros, en tanto que no lo preparemos bien y los paguemos mejor» de tal manera que después de la creación de escuelas «los dos problemas más esenciales de nuestra enseñanza nacional son indudablemente la preparación y el sueldo de los maestros». Su artículo se enriquecía con dos tablas en las que comparaba los sueldos que cobraban los 26.253 maestros que había en España a principios de 1918 con las demandas que solicitaba la Asociación Nacional del Magisterio, de las que se hacía portavoz Luzuriaga:

El Sol 11 febrero 1918 sueldos actuales maestros

 

El Sol 11 febrero 1918 sueldos solicitados

 

También en esa sección se reproducía un trabajo que había aparecido en The Times Educational Supplement, firmado por Percy F. Martin (n.1861), sobre la Instrucción Pública en la República Argentina, primero de una serie de trabajos que esa publicación inglesa pensaba dedicar a la instrucción pública en la «América española», que El Sol tenía interés en darlos a conocer por las siguientes razones:

«La creciente importancia que los pueblos de habla española van adquiriendo en el concierto mundial se ha manifestado últimamente en múltiples formas, y entre ellas ocupa un lugar principal el estudio de su cultura. Este estudio ha empezado, como era natural, por el conocimiento y difusión del castellano, mediante la creación de numerosas cátedras en los principales países civilizados, yendo a la cabeza, en este aspecto, Francia, Estados Unidos e Inglaterra.

Pero no se ha parado aqui el movimiento de aproximación a los países hispanoamericanos: sino que se ha extendido a otras manifestaciones de su cultura, y entre ella a su Instrucción publica.

Un ejemplo de ello lo ofrece el The Times Educational Supplement, que con la firma de Mr. Percy F. Martin ha empezado a publicar una serie de trabajos sobre la Instrucción publica en la América española.

Como nada de lo que se refiere a ésta puede sernos extraño a nosotros, sino que, por el contrario, debe sernos del mayor interés, como ya lo ha demostrado EL SOL en otro lugar, vamos a reproducir- según vayan apareciendo- los trabajos del Times, resumiéndolos o ampliandolos cuando sea necesario.

Finalmente en el apartado Libros y Revistas de esa sección se reseñaban y se daba noticia de los siguientes trabajos: del discurso sobre un sistema de educación nacional de lord Haldane en Glasgow, reproducido por la publicación londinense The Times Educational Supplement de 31 de enero de 1918; del artículo de J. Portier sobre el recargo de los programas en la segunda enseñanza francesa publicado en París por la Revue Universitaire en enero de 1918; el Report del Consell permanent de la Mancomunidad catalana publicado en Barcelona en diciembre de 1917 por Cuaderns d’Estudi; y un trabajo sobre el auxilio de los Estados Unidos a la educación profesional publicado por la revista neoyorquina Educational Review en enero de 1918.

 


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Culturas nativas del Chaco paraguayo en un diario madrileño de 1932

En junio de 1932 avanzaban los preparativos de la expedición al alto Amazonas que proyectó el aviador capitán Francisco Iglesias, con apoyo del ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, el destacado dirigente del PSOE Fernando de los Ríos. El capitán Iglesias, un especialista en marketing diríamos hoy, hacía lo indecible para convencer a actores diversos del interés de su proyecto político-científico. Y logró, por ejemplo, que el 8 de junio de ese año de 1932  la revista ilustrada Mundo Gráfico insertase el siguiente suelto sobre el libro que acababa de editar donde explicaba los objetivos de su expedición científica.

Anteproyecto viaje Amazonas

Simultáneamente, el colaborador del diario Luz el escritor alemán, de origen judío-askenazí y nacionalizado español en 1934, Máximo José Kahn (Frankfurt 1897- Buenos Aires 1953), -al que ya hemos mencionado en otra entrada de esta bitácora (ver aquí)-  decidió el viernes 3 de junio de 1932 dedicar una de sus colaboraciones habituales en ese diario a hacer una breve crítica de otra publicación de tema americanista. Como es sabido Luz estaba financiado por Nicolás María de Urgoiti, y era usado por José Ortega y Gasset como plataforma política.

En efecto ese 3 de junio de 1932 ese inquieto periodista ofreció a sus lectores con el titulo «El mundo exótico» la reseña de un libro publicado por el antropólogo alemán Herbert Baldus, (1899-1970), quien había vivido en Sudamérica entre 1920 y 1928, y convivido con poblaciones nativas del Chaco, adonde se había dirigido en 1923 para hacer filmaciones cinematográficas.

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El antropólogo alemán Herbert Baldus, nacionalizado brasileño en 1941

Retornado a Alemania Herbert Baldus se doctoró en 1932 como antropólogo americanista en la Universidad de Berlín con una tesis sobre las lenguas zamucanas, habladas en el Chaco boliviano-paraguayo, las cuales se encuentran actualmente en peligro de extinción. En sus estudios de doctorado se formó como investigador al lado del etnólogo y sociólogo Richard Thurnwald (1869-1954), el antropólogo e historiador de las religiones de poblaciones amerindias de México  y Colombia Konrad Theodor Preuss (1869-1938), quien formó un importante archivo fotográfico sobre los indígenas de la sierra colombiana de Santa Marta, y el etnólogo, lingüista y arqueólogo Walter Lehmann (1878-1939).

El año anterior a la defensa de su tesis doctoral, es decir en 1931, Baldus logró publicar en Leipzig el libro Indianerstudien im nordöstlichen Chaco. Sus más de doscientas páginas estaban acompañadas de dibujos sobre los indígenas chaqueños. Se considera a ese libro como su primera obra científica destacada, en la que hizo estudios comparativos sincrónicos entre los grupos indígenas Chamacoco y Kaskihá o guanás, del Chaco boreal de Paraguay, y los Mbiá-Guarani del Mato Grosso brasileño.

Baldus libro

La obra mostraba el conocimiento de su autor sobre unas etnias paraguayas que poco después sufrirían la hecatombe de la «mala guerra»del Chaco entre Bolivia y Paraguay, iniciada el 9 de septiembre de 1932 y finalizada el 12 de junio de 1935, precedida de una serie de incidentes militares en la frontera entre los dos países desde 1928.

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Dado el interés de la breve reseña de este libro por Máximo José Kahn la reproduzco íntegra a continuación, actualizando entre corchetes la grafía de las etnias mencionadas.

La cultura nativa del Chaco pertenece a los problemas más sugestivos del mundo de los indios. Baldus vivía entre chamacocos, que se componen de esas tres tribus: horios [ório], ebidosos [ybitosos o ebitosos][ y tumerehas [tomárahos]. Explora y describe sus usanzas, su vida sexual, su idioma, su mentalidad. Descontentos de nuestra cultura europea contemporánea escuchamos con ansiedad la narración exótica. Aunque las investigaciones de Baldus son acentuadamente científicas dan la impresión de fábula: nuestra ciencia es occidental -la vitalidad de esos indios excede de la comprensión del Occidente.

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En color naranja el área ocupada por los chamacocos, entre los que convivió Herbert Baldus

El indio de Baldus llama «detrás» el frente del objeto que mira, pues este lado corresponde a la espalda del espectador. Las muchachas chamacocos, antes de unirse a su futuro esposo, se casan con algún anciano para prepararse al matrimonio auténtico. Esos indios representan en un mismo dibujo frente y perfil de las personas. Para poder correr bien comen carne de ciervo; para ser nadadores ligeros se alimentan con pescado; para llegar a ser listos devoran carne de zorro. Propiedad es lo que uno hizo para sí. Los juegos de los niños consisten en imitar los trabajos de sus padres.

Estos ejemplos, cuyo número se podría aumentar excesivamente, sirven de prueba de que el libro de Baldus transparenta una cultura refinada. Si se quiere comprimir ese refinamiento en un concepto de la civilización se diría que los chamacocos son materialistas hipersensibles. Ciertos rasgos (por ejemplo, el del hombre que se acusa de impotencia por no tener que declarar la esterilidad de su mujer) que parecen indicar idealismo en efecto son una vehemente afirmación de la convicción materialista desfigurada por el temor de ser tomado por pobre. El trabajo de Baldus permite una penetración singular del alma india y del encanto paisajista del Chaco.

Dos años después de la publicación de ese libro sobre los chamacocos, habitantes del Chaco boreal paraguayo, y al año de haber obtenido su título de doctor Herbert Baldus, en 1933, tras la llegada al poder de Hitler, retornó a tierras sudamericanas, exiliándose por sus convicciones antifascistas y liberales democráticas. Se instaló entonces definitivamente en Brasil, país en el que desarrolló una importante labor académica e investigadora como antropólogo y sociólogo. También se exiliaría en tierras americanas su reseñista en las páginas de Luz Máximo José Khan, quien se instaló en Buenos Aires en 1944, falleciendo en la capital argentina en 1953.