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Cuaderno de investigación de Leoncio López-Ocón sobre las reformas educativas y científicas de la era de Cajal. ISSN: 2531-1263


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El encuentro de humanistas y científicos de la JAE y de la editorial Calleja en la Revista General hace un siglo

El 1 de diciembre de 1917, el mismo día en el que salió el primer número del diario El Sol, -en el que fijé mi atención en la anterior entrada de esta bitácora (ver aquí) y sobre el que volveré a lo largo de los próximos meses- nació otra publicación, efímera, pero que revela el dinamismo cultural y científico de la sociedad española de hace un siglo.

Me refiero a la Revista General, cuyas características son las siguientes, según la Biblioteca Nacional de España que tiene incorporada esta publicación en su magnífica Hemeroteca Digital:

Publicación quincenal vinculada a la Casa Editorial de Saturnino Calleja, en cuya sede madrileña se indica su lugar de edición, y en la que se van a a dar cita una serie de especialistas en literatura, arte (pintura y escultura), historia y arqueología, filosofía y psicología, derecho, agricultura y ciencias (matemáticas y astronomía), con artículos, críticas y ensayos de alta cultura, pero con la intención de no estar dirigidos también a especialistas sino a orientar al público en general, tal como se señala en su articulo de presentación. La revista aparecerá los días 1 y 15 de cada mes, en números de 34 páginas, compuesta a dos columnas, desde el uno de diciembre de 1917 hasta el 15 de noviembre de 1918, formando una colección de 24 entregas.

En sus páginas convergieron un grupo de humanistas y divulgadores científicos singulares.

Entre los primeros encontramos a cualificados investigadores y creadores vinculados mayoritariamente al Centro de Estudios Históricos de la JAE, que tenía por entonces su sede en unas dependencias de la Biblioteca Nacional, mayoritariamente treintañeros, pertenecientes a la Generación de 1914.  Destacan en ese grupo el filólogo Américo Castro (n. 1885) , a quien le gustaba estar en todas las salsas, el historiador y gran ensayista mexicano Alfonso Reyes (1889) que se encontraba exiliado en Madrid desde 1914,  -y que se hizo responsable en sus inicios de la influyente Hoja de El Sol dedicada a la Historia y a la Geografía-,  los historiadores del arte malagueños Ricardo de Orueta (n.1868) -considerado el político español del siglo XX que más ha hecho por el patrimonio artístico de nuestro país gracias a las iniciativas que adoptó siendo Director general de Bellas Artes durante la Segunda República, y cuya obra sobre el escultor Berruguete acababa de publicar con mimo la editorial Calleja-  y José Moreno Villa (n. 1887), conocido sobre todo por su obra literaria y pictórica, quien vivía en la Residencia de Estudiantes de la JAE desde 1917 como residente-tutor. Próximos a esos humanistas se encontraban el filósofo Manuel García Morente (n. 1886), catedrático de Ética de la Universidad Central de Madrid, y estrechamente vinculado por aquellos meses a tareas educativas en la Residencia de Niños y Niñas de la Residencia de Estudiantes de la JAE y el crítico literario Enrique Díez-Canedo (n.1879), de orígenes extremeños, muy activo en aquel tiempo también en la dominical Hoja Literaria de El Sol, y quien simultaneaba sus clases de Historia del Arte en la Escuela de Artes y Oficios con las de Francés en la Escuela Central de Idiomas.

Entre los segundos cabe destacar al siquiatra Gonzalo Rodríguez Lafora, que también era el encargado de la Hoja de El Sol dedicada a la Biología y Medicina, y otros autores que nos resultan hoy desconocidos, -Manuel Rosillo, Tomás de Martos, C. de Sevilla, Rodrigo Caro de Valbuena, Fernando Baró, probablemente vinculados a las tareas de extensión cultural que promovía la editorial Calleja, especializada en la edición no sólo de obras literarias, sino de libros de texto, cuidadosamente ilustrados. Esta labor fue resaltada por un equipo de historiadores de la educación, coordinado por Julio Ruiz Berrio, en el libro de 2002 La Editorial Calleja, un agente de modernización educativa en la Restauración, editado por la UNED, como se explica en este video.

La importancia de la editorial Calleja en la historia de la educación y de la cultura española es indudable. Los datos son elocuentes. En 1899 publicó 3,4 millones de volúmenes de 875 títulos, y llegó a tener en su catálogo más de mil títulos en 1911 que llegaron a ser 2.289 en 1930, de los que eran cuentos menos de la mitad. En el resto destacaba una célebre colección de libros de medicina.

 

 

 

 

Hubo un momento importante en la historia de esta editorial que nos ofrece claves para entender por qué nació a finales de 1917 la Revista General. A falta de investigaciones ulteriores cabe poner en relación este acontecimiento con el hecho de que los hijos de Saturnino Calleja, el fundador de la editorial, poco después del fallecimiento de su padre, nombraron en 1916 director literario de nuevas ediciones a Juan Ramón Jiménez, y crearon la colección Obras de Juan Ramón Jiménez, además de encargar a su esposa Zenobia Camprubí la traducción de quince cuentos.  De ahí que fuese en 1917 cuando la editorial Calleja publicó la edición completa de Platero y yo y  el Diario de un poeta recién casado que Juan Ramón dedicó a Rafael Calleja, uno de los dos nuevos propietarios de la editorial. Esta obra fue una de las predilectas de Juan Ramón y en ella se encuentra este hermoso poema que no me resisto a reproducir:

Cielo

Se me ha quedado el cielo
en la tierra, con todo lo aprendido,
cantando, allí.

Por el mar este
he salido a otro cielo, más vacío
e ilimitado como el mar, con otro
nombre que todavía
no es mío como es suyo…

Igual que, cuando
adolescente, entré una tarde
a otras estancias de la casa mía
—tan mía como el mundo—,
y dejé, allá junto al jardín azul y blanco,
mi cuarto de juguetes, solo
como yo, y triste…

JRJ, Diario de un poeta recién casado

Es muy posible que como colofón de un año de especial creatividad en la vida del futuro premio Nobel Juan Ramón Jiménez -en el que él y Zenobia vieron la publicación de sus traducciones de cuatro obras del escritor bengalí Rabrindanath Tagore (El jardinero, La cosecha, Pájaros perdidos El cartero del rey)- se animase a impulsar la creación de una revista cultural, financiada por su amigo Rafael Calleja y su hermano Saturnino Calleja Gutiérrez. Para su organización en los aspectos materiales parece ser que contó con la ayuda inestimable del espíritu emprendedor de ese gran crítico literario que fue su amigo Enrique Díez-Canedo, quien también en 1921 le ayudó en la realización de la revista Indice. Tiempo después, ya en la Segunda República, Enrique Díez-Canedo dirigió  la revista de la Sección Hispano-Americana del Centro de Estudios Históricos  de la JAE Tierra Firme, antes de ser embajador de la República Española en las repúblicas del Uruguay y ya en tiempos de guerra de la Argentina. Buen conocedor de la riqueza de las letras hispánicas pronunció al ingresar en la Real Academia Española en 1935 un brillante discurso titulado Unidad y diversidad de las letras hispanas que fue contestado por el gran fonetista Tomás Navarro Tomás, compañero luego de exilio de Enrique Díez-Canedo en tierras americanas.

Conviene fijarse en la personalidad y en la trayectoria del humanista pacense Enrique Díez-Canedo y Reixa (1879-1944) porque él fue el único de los colaboradores de la Revista General que publicó artículos en todos sus números, señal de su compromiso con esa empresa cultural derivada probablemente de su amistad con Juan Ramón Jiménez. Su primer artículo, como se verá en el sumario que se reproduce líneas abajo, versó sobre el teatro -en ese momento él ejercía la crítica teatral en el diario El Sol– pero sus restantes colaboraciones se orientaron, impulsado por su apertura mental y su cosmopolitismo liberal, a una presentación de las literaturas contemporáneas europeas, en concreto de las de Bélgica, Portugal, Rusia, Italia, Dinamarca, Rumanía, Bohemia, Suecia, Hungría, Holanda, Polonia y Grecia. También dedicó una colaboración a la literatura hebrea y seis a la española -tres de ellas a la castellana, y otras tres a la catalana. Por otro lado tradujo en 1917  Las fábulas de La Fontaine para la editorial Calleja, que las ilustró con grabados y láminas en colores de T. C. Derrick.

Enrique Díez-Canedo y los demás colaboradores de la Revista General hicieron un notable esfuerzo comunicador por verter sus conocimientos de manera clara en búsqueda de un público al que deseaban orientar para navegar con criterio en un océano de información que ya por aquel entonces era considerable, y donde la especialización creciente de los saberes hacía perder la perspectiva de conjunto, al fragmentarlos. Dado que nadie podía, ni puede, acceder a toda la información a su alcance el equipo de Revista General puso sobre sus hombros la tarea de orientar el gusto de un público creciente interesado en estar al tanto de los avances de los conocimientos, fuesen científicos o humanísticos.  Que lo lograran no lo sabemos pues carecemos de noticias sobre su impacto cultural.

Pero sí conocemos sus propósitos fundacionales que fueron estos, publicados en la primera página de su primer número del sábado 1 de diciembre de 1917.

Suelen las revistas hacerse por especialistas y para especializados. En lo primero coincide esta REVISTA GENERAL con sus colegas. No así en lo segundo. Pretendemos llamar precisamente al público no versado, no profesional de cada disciplina. El habitual lector de revista busca en ella la quintaesencia de una teoría, la última palabra de un estudio, lo posterior a todos los libros, lo demasiado menudo o reciente para buscarlo en los tratados. Esta REVISTA no excluye de su programa las últimas palabras; pero procurará que, cuando las diga, esté expresa o implícita la primera.

Más que para el que «haya leído todos los libros», escribiremos para el que se proponga empezarlos y quiera que le orienten.

Nos proponemos vulgarizar, instruir, completar culturas.

Nuestra época es de especialización, pero es también de universalidad; y si todos quieren limitarse para dominar profundizando, todos necesitan estar al corriente en las materias ajenas a la ocupación diaria.

Nadie puede hoy leerlo todo; nadie puede excusarse de saber de todo.

A estos problemas apunta nuestro deseo al publicar la REVISTA GENERAL. De cómo empezamos a enfocarlos, son muestras las páginas que siguen. El favor del público marcará después los límites en que han de ir desarrollándose nuestros planes, que son amplios y que nos parecen beneficiosos para la cultura española.

A nuestros colegas dirigimos un saludo muy cordial.

Para hacernos una idea de cómo intentaron materializar los promotores de la Revista General sus propósitos reproduzco a continuación los sumarios de los dos primeros números, publicados a lo largo del mes de diciembre de 1917, hace ahora un siglo.

Sumario nº 1. 1 diciembre 1917

Propósitos.- LITERATURA : A. Palacio Valdés, Confidencia; E. Díez-Canedo, Divagaciones teatrales; Leser, Los clásicos: Virgilio; Virgilio, Fragmentos de La Eneida, y de las Geórgicas.- ARTE: Ricardo de Orueta, La escultura castellana al comenzar el siglo XVI.- HISTORIA: Cristóbal de Reyna, La muerte de Douglas (Episodio del reinado Alfonso XI).- FILOSOFÍA: Manuel G. Morente, La filosofía como virtud.- CIENCIAS: Dr. Gonzalo R. Lafora, La perversión patológica del sentido moral durante la pubertad.- C. de Sevilla, El análisis espectral [con dos ilustraciones: Esquema del espectro solar y rayas de Fraunhöfer; Espectroscopio].- NOVELA: Gastón Leroux.La esposa del Sol.- VARIOS: Indice de la actualidad. Curiosidades. Libros.

Sumario nº 2. Sábado 15 diciembre 1917

 [LITERATURA] :  E. Díez-Canedo, La literatura contemporánea. Bélgica; J. Moreno Villa, ¡Estampas de la calle, la miseria, Señor¡: 3-4; Leser: Los clásicos: Skakespeare: 5- 6 con retrato; Shakespeare: Fragmentos de Hamlet de la traducción de Moratín: 6-9; [ARTE] J. Moreno Villa: Las grandes figuras del Arte: el Greco (5 reproducciones): 10-13; [HISTORIA] Cristóbal de Reyna, La muerte de Douglas (Episodio del reinado Alfonso XI. Conclusión): 13-15; Américo Castro: Los galicismos: 16-17; Manuel Angel: La Dama de Elche y las joyas orientales de España: con 6 ilustraciones: 18-20 [ECONOMÍA]: Pedro Sangro y Ros de Olano: El trabajo a domicilio: 20-21; [CIENCIAS]: Manuel Rosillo: La paralaje del Sol y los pasos de Venus: 21-24; Tomás de Martos: La reproducción de los árboles por acodo y por estaca: 24-25; NOVELA: Gastón Leroux.La esposa del Sol: 26-33; CURIOSIDADES: 34 [La bandera italiana.- Una expedición ártica.- A través de Alaska].- Libros.

El esfuerzo realizado por los colaboradores de la Revista General merece ser conocido por todos los que estén interesados por profundizar en el conocimiento del desenvolvimiento cultural y científico de la sociedad española de hace un siglo. Algunas de sus colaboraciones merecen ser tomadas en consideración por todos los que estén interesados en la historia de nuestra comunicación científica. A este respecto, y para abrir el apetito, quiero llamar la atención sobre el artículo dedicado por un desconocido -por ahora- C. de Sevilla para explicar los orígenes de la ciencia de la espectrología o del análisis espectral, «una de las creaciones más maravillosas del ingenio del hombre», basada en el descubrimiento de las rayas del espectro por el óptico de Munich Joseph von Fraunhofer (1787-1826) que completó los estudios efectuados por Newton sobre la descomposición o dispersión de la luz. Gracias a esa nueva ciencia el conocimiento del Universo se había ampliado, en palabras de C. de Sevilla, hasta límites increibles pues permitía conocer la composicion química de los astros más lejanos gracias a poderosos telescopios.

Ese comunicador explicó a sus lectores cómo el fenómeno de la dispersión de la luz se podía observar dando entrada al rayo luminoso en una habitación oscura por un pequeño agujero practicado en una de sus paredes, y haciéndolo pasar a través de un prisma triangular de vidrio colocado en el agujero mismo. Una banda luminosa formada por todos los colores, siempre dispuestos en el mismo orden, y pasando gradual e insensiblemente, sin solución de continuidad alguna, desde el rojo al violado, se proyecta en el muro de la habitación, enfrente del agujero en el que se halla el prisma,y por donde la luz penetra. Esa banda es el espectro solar, cuyo esquema ofrecía a continuación mediante la siguiente imagen que mostraba las «lineas de Fraunhofer» en el espectro óptico de la luz del sol.

Y en la última parte de su artículo este divulgador científico hizo una descripción del aparato llamado espectroscopio usado para el estudio tanto del espectro solar como de los producidos por cualesquiera otros cuerpos luminosos, pues según explicaba toda luz, sea cualquiera su origen, se dispersa al atravesar el prisma y forma un espectro. Así explicaba a sus lectores la disposición de ese instrumento óptico, explicación que acompañaba de un grabado.

El espectroscopio reviste diversas formas y disposiciones, según el objeto particular a que se destina, pero que siempre tiene por órgano esencial, bien un prisma o una combinación de varios prismas, bien un difractor, instrumento que consiste en una pieza de vidrio  o de metal, rayada por miles de surcos paralelos, que tiene la propiedad de reflejar la luz y dispersarla, formando espectros que sólo en ciertos caracteres no esenciales difieren de los ordinarios que el prisma produce. Los demás órganos que constituyen el espectroscopio están destinados unos a conducir de la mejor manera posible la luz que quiere examinarse a la hendidura que ha de darle paso, y desde ésta, al prisma o al difractor que ha de ocasionar su dispersión y la formación del espectro, y otros a facilitar la observación de este último.

 

Precisamente en ese año de 1917 el mejor espectroscopista español del siglo XX, Miguel Catalán Sañudo (n.1894), se doctoró en Madrid con una tesis sobre la espectroquímica del magneso. El diálogo entre ciencias y humanidades que cultivaron los impulsores de la Revista General también lo llevaría a cabo Miguel Catalán en sus lugares de trabajo como el Instituto-Escuela de la JAE y en su casa al casarse con la gran pedagoga que fue Jimena Menéndez Pidal, hija de Ramón Menéndez Pidal, el patriarca de la Escuela de Filología española, y director del Centro de Estudios Históricos de la JAE, desde su fundación en 1910 hasta su desmantelamiento durante la guerra «incivil».